Lectionary Commentaries for March 5, 2023
Segundo Domingo de Cuaresma

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Evangelio

Comentario del San Juan 3:1-17

Rodolfo Felices Luna

No escogimos cuándo, dónde, ni de quiénes nacemos. Venimos al mundo de una madre y de un padre que nos engendran y nos dan la vida que nos pueden ofrecer, por gracia de Dios. Eso quiere decir que muchísimos aspectos formativos de nuestra vida ya están determinados al nacer: el idioma que escucharemos y hablaremos, el tipo de alimentación que recibiremos y que reconoceremos como alimento, los medios económicos y las oportunidades iniciales de las que dispondremos, la cultura y la educación que recibiremos y la influencia que podremos ejercer según nuestra situación en el grupo social de origen. Nuestra personalidad y nuestro carácter se forjarán con dichos y otros factores fuera de nuestro control. La manera como pensaremos, lo que nos parezca ser, de por sí, lógico y natural, lo que creeremos y lo que valoraremos en la vida, nos viene inicialmente de nuestros padres y de nuestra situación de origen.

En el evangelio de hoy, Nicodemo es un “dignatario de los judíos” y un “fariseo” (v. 1), “maestro de Israel” (v. 10). Ello significa que ocupa un lugar social privilegiado entre los suyos; es alguien de reputación y de peso, educado en la Ley, entrenado para discernir y enseñar la voluntad de Dios plasmada en la Escritura. Es así como reconoce en Jesús a alguien enviado por Dios, pues obra maravillas que señalan el respaldo divino (v. 2). Así fue también el caso de Moisés, a quien Dios confió su Ley y respaldó con señales maravillosas (Éxodo 4:1-9). Nicodemo viene, pues, a ver a Jesús con una apertura inicial, queriendo indagar más acerca de él.

Jesús sorprende a Nicodemo con una enseñanza que no se encuentra tal cual en la Ley que Moisés transmitió y que un fariseo estudia: “De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (v. 3).

Nicodemo sabe a qué se refiere Jesús cuando habla del “reino de Dios,” pues es una de las maneras que la fe judía tiene de expresar la salvación ofrecida por Dios a la humanidad. Los Profetas y los Salmos proclaman el “reino de Dios,” es decir, lo que sucede cuando Israel se somete libremente a la voluntad divina: los pobres y los hambrientos son saciados, se les hace justicia a los agraviados, se levantan los caídos, se cuida a los enfermos y se sostiene a las viudas, a los huérfanos y a los extranjeros (Salmo 146). Cuando Dios reina sobre Israel, se endereza el caminar de su pueblo y se hace presente la salvación de Dios. Como todo ello depende no sólo de quién sea el ungido de Dios que gobierne (Salmo 72), sino del consentimiento y de la fidelidad de todo el pueblo a la alianza con Dios (Éxodo 19:8; Deuteronomio 28; 30:15-20), el profeta Ezequiel promete una renovación del corazón y del espíritu para las personas que forman el pueblo de Israel (Ezequiel 36:24-28), con el propósito de que sean capaces de respetar la alianza. Sin embargo, una cosa es ser purificado y renovado en el corazón y en el espíritu, y otra muy distinta (¡y más radical!) es “nacer de nuevo.” Nicodemo no lo había oído nunca ni leído en ninguna parte. Al no tener referencias previas, Nicodemo no entiende: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?” (v. 4).

Nicodemo no es ni inepto ni ignorante; él sabe que “nacer de nuevo” es naturalmente imposible. Su pregunta es en realidad una objeción doctrinal, religiosa, que hace como maestro de la Ley.  Dada su instrucción, Nicodemo cree que Israel puede ser salvado si permanece en la alianza. Habiendo nacido judío, Nicodemo ha sido circuncidado, criado y educado para ser salvado permaneciendo fiel a la alianza con Dios. Eso le parece factible y normal, mientras que “nacer de nuevo” no sólo le sería imposible, sino que el deber de “nacer de nuevo” para ver el reino de Dios invalidaría todo lo que él ha estudiado y creído hasta el momento.

La objeción de Nicodemo le permite a Jesús aclarar su pensamiento. En realidad, no se trata de volver a nacer físicamente, sino de cambiar de origen espiritualmente. El evangelio fue redactado en griego y en ese idioma la expresión traducida por la Biblia Reina Valera 1995 como “nacer de nuevo” es gennēthē anōthen. La forma verbal gennēthē puede significar tanto “ser engendrado” como “nacer”. El adverbio anōthen puede significar tanto “de nuevo” como “de arriba, de lo alto”. Hay, pues, cuatro combinaciones de significado posibles. Probablemente, Nicodemo entiende “nacer de nuevo” y objeta que es imposible, mientras que Jesús quiere decir “ser engendrado de lo alto,” es decir, tener su nuevo origen en Dios, sin que ello signifique venir al mundo de nuevo. Quien es engendrado “de agua y del Espíritu” (v. 5) nace de Dios, es hecho hija o hijo de Dios, como lo anuncia San Juan en el prólogo de su evangelio: “Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios.” (Juan 1:12-13)

Como el viento que sopla, dicha transformación es invisible y espiritual, pero tiene fuerza y lo cambia todo (vv. 6-8). No se trata, pues, de “entrar” de nuevo en el vientre de su madre como ironiza Nicodemo (v. 4), sino de “entrar” en el reino de Dios (v. 5) y de “verlo” todo desde el punto de vista de Dios (v. 3).

Ser una persona piadosa, religiosa, respetuosa de la tradición de nuestros padres, no es suficiente. Estudiar y profundizar la Escritura no es suficiente, como lo prueba el caso de Nicodemo. Para que la salvación de Dios nos llegue y nos transforme realmente, hay que aceptar un cambio profundo en nuestra manera de vernos a nosotros/as mismos/as y de ver al mundo. Si nos aferramos a lo que ya sabemos y creemos y nos cerramos a lo que nos parece extraño, ilegítimo o diferente, corremos el riesgo, como Nicodemo, de pasar de largo ante la puerta del reino que Cristo en el momento menos pensado puede estar abriendo para nuestras vidas. Que este tiempo de Cuaresma sea una oportunidad para dejarnos tocar el alma y aceptar verlo todo desde un punto de vista diferente al nuestro: de lo alto, del cielo, más allá de las fronteras que ponemos para separarnos de los demás. Con humildad y gratitud, veamos el reino al que se nos invita y entremos por las puertas que se abren para nosotros/as.