Lectionary Commentaries for January 15, 2023
Segundo Domingo después de Epifanía

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Evangelio

Comentario del San Juan 1:29-42

Joel Morales Cruz

La lectura de hoy empieza con la frase “Al siguiente día…” Hace referencia al texto de los precedentes versículos 19-28 y a uno de los temas sobresalientes del capítulo uno: la identidad del Verbo.

El capítulo comienza con la exposición poética del Verbo que moraba con Dios en el principio; la luz de cada ser humano que en sí era el Dios mismo. El texto nos relata que el Verbo se hizo carne en quien, por su testimonio, nos da a conocer a Dios.

Juan el Bautista daba testimonio de él mientras bautizaba en el Jordán. Su voz se había hecho tan famosa que los sacerdotes y lideres judíos mandaron a ver quién era este hombre. No porque tuvieran un interés en la teología o en la esperanza mesiánica, sino porque era bien conocido que la estabilidad del statu quo y el poder del liderazgo del templo no dependían de las Escrituras, sino de Roma. Si un profeta en el desierto atraía a la gente, tenían que asegurarse de que no tuviera pretensiones de ser algún personaje apocalíptico como el profeta Elías o el mismo mesías. No sería sano hacer olas. Juan les aseguró que no era Elías ni el mesías. Era solamente “la voz de uno que clama en el desierto” y que preparaba el camino para alguien superior a él.

Presumiblemente, Jesús fue bautizado por Juan en ese entonces. El escritor no nos relata los detalles del evento. Quizás pensaba que el lector ya estaba familiarizado con los detalles del bautismo de Jesús a través de la tradición oral o los otros evangelios. Sin embargo, el escritor tenía otra agenda. Él nos dice que al siguiente día Juan vio a Jesús y exclamó: “¡Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” El bautista sigue y nos dice que no conocía a Jesús. ¿Cómo podía el hijo de un sacerdote del templo como era Juan conocer al humilde carpintero venido de un pueblo retrasado como Nazaret? No fue hasta que él mismo vio al Espíritu descender sobre Jesús que sus ojos se abrieron a su identidad: el Hijo de Dios.

La pintura de la crucifixión del artista alemán Mateo Grünewald es una de las obras mas sobresalientes del Renacimiento del siglo XV. Cristo cuelga de una cruz curvada por el peso de dolor y agonía que brotan de su mismo cuerpo. Su piel está descolorida por la infección. Sus brazos se extienden sobre el travesaño y terminan con dedos encorvados por la angustia. Su cabeza, con la boca abierta, descansa sobre un cuello torcido por el rigor mortis. A un lado vemos a Juan el evangelista, quien consuela a María que se desmaya de horror. Y al otro lado esta Juan el Bautista. Aunque había muerto mucho antes de la muerte de Jesús, aparece aquí. Con las Escrituras en una mano, Juan extiende el dedo de la otra hacia Jesús. Las palabras de Juan 3:30 cuelgan en el aire: “Es necesario que él crezca, y que yo disminuya.”

Juan es el verdadero testigo. No le dio vergüenza promover a Jesús como uno superior a él mismo. No le dolió perder seguidores que se fueron en vez con este hombre de Nazaret. Juan entendía que la obra de Dios no descansaba sobre él. El reino de Dios no se levantaría o caería con su vida o muerte. Al contrario de lo que hacen muchos líderes de ayer y hoy, Juan no se vanagloriaba de su llamado. Él no llamaba la atención a “su” ministerio. Él simplemente era testigo de quien venía a bautizar con el Espíritu.

Juan mandó a sus discípulos a seguir a Jesús. Y estos, llenos de entusiasmo, llamaron a otros. Aquí se encuentra Jesús con Simón, hijo de Jonás, a quien le dio el nombre de Cefas, es decir, Pedro. Era un acto simbólico que llevaba a recordar los eventos semejantes del libro del Génesis, cuando Dios renombró a Abram, Sarai y Jacob. En estos actos, y eventualmente en el llamado de los doce discípulos, Jesús estaba reconstituyendo al pueblo de Israel. Debemos de advertir que esto no significa que la iglesia sea el nuevo Israel. No hay lugar para la creencia en la sustitución del pueblo judío por el cristiano—ni en las Escrituras ni en el pensamiento cristiano. Jesús vino como profeta judío a su pueblo judío. El llamado de los doce era símbolo de la reconstitución del pueblo de Dios, es decir, el llamado al pueblo judío para que se dedicara de nuevo a vivir de acuerdo con los propósitos de Dios. Y así como el humilde cordero marcaba la llegada de un nuevo año del zodiaco, Jesús, el Cordero de Dios, llevaría a los fieles a un nuevo orden, una nueva época donde todos los pecados serían dejados en el pasado. En las palabras de otro profeta: “Que por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias; nuevas son cada mañana. ¡Grande es tu fidelidad!” (Lam 3:22-23).