Todo el mundo piensa que la humildad es algo bueno, pero pocos se apresuran a practicarla. Pasa hoy en día, donde lo que los demás piensan de uno está sobrevalorado, y donde las redes sociales han llevado a las personas a proyectar cierta imagen (muchas veces falsa), transformando la “reputación digital” en un recurso. También les pasaba a los fariseos, quienes venían de una tradición que valoraba la humildad como una fuente de conocimiento, no solo desde el gran corpus en la Biblia que dirige a una actitud humilde, sino también desde la misma tradición “oral”1:
No hagas de [el conocimiento de la Torah] una corona de auto-exaltación… También Hilel solía decir: “Y aquel que use la corona para su beneficio debe perecer” (Pirkei Avot 4:5).2
Si una persona se hace humilde como este desierto, que está abierto para todos y que todos lo pisan, su estudio de la Torah permanecerá y le será dado como un regalo. Pero si no, su estudio de la Torah es inútil (b. Eruvin 54a:21).3
El que es humilde no se atreve a hablar mal de otros (Arajin 15b:17).4
A pesar de esto, gastaban gran parte de su energía en cuidar y proyectar su reputación ¡incluso cuando oraban!:
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, … ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano” (Lucas 18:11-12).
En el pasaje que acabamos de leer, Jesús es invitado a una cena de día de reposo por uno de los principales fariseos.5 El texto dice que “ellos lo acechaban” (v. 1), algo que no debe llamarnos la atención ya que se trataba de un ambiente en donde la búsqueda de honor era la norma, así que la manera en que alguien se comportaba era una fuente importante de información para desacreditarlo o para canonizarlo como una persona de gran honra. Jesús también los observaba (v. 7). Me lo imagino tranquilo junto a sus discípulos en alguna parte del salón en donde estaban reunidos, mientras prestaba atención a las dinámicas que los invitados tenían, que incluía moverse rápido para sentarse en los lugares de honor, seguro que en puntos cercanos al anfitrión o donde pudiesen ser el centro de atención de los demás invitados.
Estamos hablando de gente que se sabía de memoria prácticamente toda la Escritura, y que conocía muy bien (al menos los tenían embotellados en la cabeza), pasajes como:
Cuando llega la soberbia, llega también la deshonra; pero con los humildes está la sabiduría (Proverbios 11:2).
Entonces los humildes volverán a alegrarse en Jehová, y aun los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel (Isaías 29:19).
Porque tú salvarás al pueblo afligido y humillarás los ojos altivos (Salmo 18:27).
Quizás tenían estos pasajes en la punta de la lengua, pero no en el interior de su mente y corazón.
¿Qué hacer cuando la gente conoce el texto, pero… parece que no entra a su cabeza ni afecta su comportamiento? ¡Se apela a la acción! En el ambiente había búsqueda de honor en dos direcciones:
Tomar los mejores lugares y “sentirse bien con eso” (la actitud de muchos de los invitados): Quizás no se daban cuenta, pero tener que competir con otros por un lugar significa que no tienes honor, sino que estás buscando honor al simplemente asumir una posición. Eso es lo que en lenguaje coloquial se llama “espejismo.” Una verdadera persona de honor no lo busca porque ya lo tiene. Esto es mucho más importante aún: un verdadero seguidor de Dios no busca el honor, sino que da gloria a Dios. No tiene preocupación por la reputación, ya que se transforma en algo “trivial.” Su estatus delante de las demás personas está en las manos del Señor, y su única preocupación es mantenerse conectado a la Gran Fuente (Salmo 87:7). Jesús apela a la acción diciendo con una pequeña parábola que es más honra la invitación a que te sientes en el lugar de honor que la invitación a que te degrades y vayas a uno de los últimos asientos.
Tener invitados que luego te honren (la actitud del anfitrión): Implícito en el pasaje, se nota que el anfitrión había invitado a quienes luego podían honrarle. Jesús rompe con el concepto de reciprocidad (me das y te doy, me invitas y te invito), que es otra forma de buscar honra. Menciona entonces los cuatro posibles invitados de cualquier persona de la época (¡aunque en 2000 años no ha cambiado nada!): amigos, hermanos, parientes y ricos; y sugiere cuatro tipos de invitados diferentes: pobres, mancos, cojos, ciegos. Estos no pueden pagarte, pero tienes la oportunidad de mostrar dependencia y esperar en Dios, que te ha usado para exaltarlos. Dios mismo se encargará de tu recompensa.
Según la tradición rabínica, entre los pobres se encontraba la expectativa del Mesías. En uno de los tratados del Talmud,6 se cuenta la historia del Rabí Joshua ben Levi que fue a visitar al profeta Elías mientras este estaba a la puerta del sepulcro del Rabí Rimeron ben Yohai. Allí le preguntó a Elías: “¿Cuándo viene el Mesías?,” a lo que Elías respondió: “Ve, pregúntale tú mismo.” “¿Y dónde está?,” respondió el Rabí. “Sentado en la puerta de la ciudad,” dijo Elías. “¿Cómo lo reconoceré?” “Está sentado con los pobres, cubierto de heridas.”7
¿Será que sólo podremos tener un encuentro con nuestro Señor si invitamos a quienes no tienen la oportunidad de ser honrados, sino que son despreciados, a quienes no son alimentados, sino que mueren de hambre, a quienes nadie les ofrece un vaso de agua, sino que mueren de sed, a quienes están en prisión y no pueden ir a ninguna parte? (Mateo 25:34-36).
En la respuesta de Jesús hay un llamado a la acción en el que se destacan tres elementos:
Dependencia
Seguridad
Paz
John Dickson, en su libro Humilitas, destaca que “humillarse” puede ir en dos direcciones:
“Ser humillado,” que es la terrible experiencia de ser conquistado o avergonzado;
“Humillarse uno mismo,” que incluye la noble elección de redirigir el poder y las capacidades que uno tiene en servicio de los demás.8
En la invitación que Jesús hace, hay un llamado a mantener una actitud humilde, lo que nos guarda de ser humillados/as. Nos llama no solo a ser proclamadores/as de una humildad teórica, sino a practicarla. No solo a humillarnos, sino también a levantar a los humildes.
Nos humillamos (o no buscamos activamente el honor), pero también ayudamos a que los/as humildes, que no tienen honor en sí mismos, sean honrados/as e invitados/as a un espacio en donde todos los asientos son principales y de honor.
Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. No busquéis vuestro propio provecho, sino el de los demás (Filipenses 2:3-4).
La RVR95 traduce “gobernante,” pero es más probable que haya sido uno de los “principales fariseos”. No hay evidencia fuerte de que haya existido un sistema jerárquico oficial entre este grupo religioso.
Todo el mundo piensa que la humildad es algo bueno, pero pocos se apresuran a practicarla. Pasa hoy en día, donde lo que los demás piensan de uno está sobrevalorado, y donde las redes sociales han llevado a las personas a proyectar cierta imagen (muchas veces falsa), transformando la “reputación digital” en un recurso. También les pasaba a los fariseos, quienes venían de una tradición que valoraba la humildad como una fuente de conocimiento, no solo desde el gran corpus en la Biblia que dirige a una actitud humilde, sino también desde la misma tradición “oral”1:
No hagas de [el conocimiento de la Torah] una corona de auto-exaltación… También Hilel solía decir: “Y aquel que use la corona para su beneficio debe perecer” (Pirkei Avot 4:5).2
Si una persona se hace humilde como este desierto, que está abierto para todos y que todos lo pisan, su estudio de la Torah permanecerá y le será dado como un regalo. Pero si no, su estudio de la Torah es inútil (b. Eruvin 54a:21).3
El que es humilde no se atreve a hablar mal de otros (Arajin 15b:17).4
A pesar de esto, gastaban gran parte de su energía en cuidar y proyectar su reputación ¡incluso cuando oraban!:
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, … ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano” (Lucas 18:11-12).
En el pasaje que acabamos de leer, Jesús es invitado a una cena de día de reposo por uno de los principales fariseos.5 El texto dice que “ellos lo acechaban” (v. 1), algo que no debe llamarnos la atención ya que se trataba de un ambiente en donde la búsqueda de honor era la norma, así que la manera en que alguien se comportaba era una fuente importante de información para desacreditarlo o para canonizarlo como una persona de gran honra. Jesús también los observaba (v. 7). Me lo imagino tranquilo junto a sus discípulos en alguna parte del salón en donde estaban reunidos, mientras prestaba atención a las dinámicas que los invitados tenían, que incluía moverse rápido para sentarse en los lugares de honor, seguro que en puntos cercanos al anfitrión o donde pudiesen ser el centro de atención de los demás invitados.
Estamos hablando de gente que se sabía de memoria prácticamente toda la Escritura, y que conocía muy bien (al menos los tenían embotellados en la cabeza), pasajes como:
Cuando llega la soberbia, llega también la deshonra; pero con los humildes está la sabiduría (Proverbios 11:2).
Entonces los humildes volverán a alegrarse en Jehová, y aun los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel (Isaías 29:19).
Porque tú salvarás al pueblo afligido y humillarás los ojos altivos (Salmo 18:27).
Quizás tenían estos pasajes en la punta de la lengua, pero no en el interior de su mente y corazón.
¿Qué hacer cuando la gente conoce el texto, pero… parece que no entra a su cabeza ni afecta su comportamiento? ¡Se apela a la acción! En el ambiente había búsqueda de honor en dos direcciones:
Según la tradición rabínica, entre los pobres se encontraba la expectativa del Mesías. En uno de los tratados del Talmud,6 se cuenta la historia del Rabí Joshua ben Levi que fue a visitar al profeta Elías mientras este estaba a la puerta del sepulcro del Rabí Rimeron ben Yohai. Allí le preguntó a Elías: “¿Cuándo viene el Mesías?,” a lo que Elías respondió: “Ve, pregúntale tú mismo.” “¿Y dónde está?,” respondió el Rabí. “Sentado en la puerta de la ciudad,” dijo Elías. “¿Cómo lo reconoceré?” “Está sentado con los pobres, cubierto de heridas.”7
¿Será que sólo podremos tener un encuentro con nuestro Señor si invitamos a quienes no tienen la oportunidad de ser honrados, sino que son despreciados, a quienes no son alimentados, sino que mueren de hambre, a quienes nadie les ofrece un vaso de agua, sino que mueren de sed, a quienes están en prisión y no pueden ir a ninguna parte? (Mateo 25:34-36).
En la respuesta de Jesús hay un llamado a la acción en el que se destacan tres elementos:
John Dickson, en su libro Humilitas, destaca que “humillarse” puede ir en dos direcciones:
En la invitación que Jesús hace, hay un llamado a mantener una actitud humilde, lo que nos guarda de ser humillados/as. Nos llama no solo a ser proclamadores/as de una humildad teórica, sino a practicarla. No solo a humillarnos, sino también a levantar a los humildes.
Nos humillamos (o no buscamos activamente el honor), pero también ayudamos a que los/as humildes, que no tienen honor en sí mismos, sean honrados/as e invitados/as a un espacio en donde todos los asientos son principales y de honor.
Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. No busquéis vuestro propio provecho, sino el de los demás (Filipenses 2:3-4).
Notas