Lectionary Commentaries for April 17, 2022
Resurrección de Nuestro Señor

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Evangelio

Comentario del San Lucas 24:1-12

Carmelo Santos

Es difícil comprender lo que las discípulas de Jesús estarían sintiendo de camino a la tumba.

[¿Buscas un comentario sobre San Juan 20:1-18? Fíjate en este comentario para el Domingo de la Resurrección de Nuestro Señor del Prof. William A. Andrews.]

Apenas una semana atrás lo habían visto entrar triunfante en la ciudad santa, entre la alegría y algarabía de la gente que lo recibía proclamándolo soberano, con hosanas, palmas y mantos por alfombra. Entró montado en un pollino, como habían anunciado los profetas de antaño que vendría el Mesías. El espíritu de anticipación de una nueva era se hacía sentir entre todos los presentes; algo grande estaba a punto de pasar. Entonces lo inimaginable pasó: traición, arresto, humillación pública, tortura, y finalmente, muerte, su cuerpo taladrado vilmente a un madero de cruz, con la burla imperial anunciando la condena sobre su cabeza: “Este es el Rey de los judíos” (Lucas 23:38). Lo que, dicho sea de paso, nos recuerda que, a pesar del antisemitismo incipiente incluso en algunos de los textos neotestamentarios, no fueron “los judíos” los responsables de la muerte de Jesús sino el poder romano y sus secuaces locales, tales como Herodes y Pilatos. Por eso debemos tener mucho cuidado de no repetir y perpetuar en nuestra predicación ese antisemitismo tan peligroso. Pero volvamos al texto que nos ocupa en esta ocasión. ¿Cómo comprender lo que sentían las discípulas de camino a la tumba, recordando las horribles imágenes de su cuerpo ensangrentado, escupido, vituperado, y finalmente muerto, aquel que a tantas personas amó, sanó, alimentó, perdonó, y vivificó, ahora inerte en la tumba, otra víctima más triturada por los poderes del mal?

Mas no para todos es difícil entender lo que las discípulas sentían. Pienso en el dolor de las madres de Ucrania y de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. Pienso en “tanta sangre que se llevó el río” como dice la conmovedora canción Yo vengo a ofrecer mi corazón. 1 Pienso en Guatemala, Honduras, El Salvador, Chile, México, Haití, La República Dominicana, Palestina, Iraq, Afganistán, Liberia, Chechenia, Auschwitz, la lista es interminable. Pienso en las tumbas de los masacrados en crímenes de odio contra nuestros hermanos, hermanas y hermanes por ser LGBTQ, o por ser negros, indígenas, musulmanes, judíos, rohinyás, inmigrantes, y demasiados otros. Pero también pienso en situaciones de muerte menos dramáticas, más cotidianas, como el fallecimiento trágico de una hija o de una madre en la flor de la juventud, o las incontables vidas arrebatadas por el cáncer, COVID y otras enfermedades atroces, y por accidentes que de un momento a otro lo cambian todo, nos desmoronan la vida. ¿Cómo no van a entender todos ellos lo que sentían las discípulas de camino a la tumba de Jesús? Como dice el salmista: “un abismo llama a otro” (Salmo 42:7), dolor reconoce dolor y nos hermana en lazos de empatía.

Es allí y sólo allí, junto a las mujeres de camino a la tumba, donde se puede tener la temeridad de hacer exégesis y hermenéutica de este texto sagrado que nos anuncia la resurrección de nuestro Señor con esa pregunta contundente: “¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?” (v. 5). Si evadimos el camino a la tumba no seremos capaces de escuchar el anuncio de la resurrección. Es allí, ante la tumba fría, donde parecen reinar triunfantes la muerte y la injusticia, que nos llega el anuncio de la victoria del Señor de la vida sobre los poderes de la muerte, de la maldad, del pecado y de la mentira.

El gran teólogo luterano latinoamericano Vitor Westhelle, quien ya se nos adelantó a cruzar la frontera escatológica de la eternidad, expresó todo esto de forma muy hermosa en su libro Voces de protesta en América Latina. Allí dice lo siguiente:

La sorpresa está presente cuando se lleva a cabo una labor de muerte y luto. Pero aún más una labor de amor. Solamente después de preparar las especias para un cuerpo que no podrá ni siquiera decir una palabra de agradecimiento, menos aún, una de retribución, sólo entonces es que te encontrarás con la sorpresa. En medio del dolor en el rostro del cuerpo inmolado del ser querido, esas mujeres pusieron en práctica el improbable acto de amor, no esperando nada en respuesta.2

La resurrección de Jesús es la respuesta de Dios a la pregunta silente que se eleva entre los gemidos de dolor y frustración de todas esas otras tumbas pasadas, presentes y futuras, especialmente donde la cruel injusticia parece haber triunfado. La resurrección de Jesús es el rotundo “¡No!” de Dios al poder corrupto, a la injusticia, al odio, y el “¡Sí!” absoluto de Dios a la vida, al amor, a la opción por los marginados (tan importantes en el evangelio de Lucas), a la verdadera justicia que Jesús encarnó en su vida. La resurrección es la reivindicación de su mensaje, de su ministerio, y de su vida. No es un milagro médico sino un acontecimiento escatológico de justicia divina.

Los ángeles no trataron de explicar cómo ocurrió la resurrección, ni tampoco lo debemos hacer nosotros. Los ángeles tampoco trataron de convencer a las discípulas con argumentos filosóficos o retórica insoslayable sobre lo que había acontecido. Simplemente lo anunciaron y ellas supieron, aunque sólo por fe, en lo íntimo de su corazón, que era cierto a pesar de las dudas que aun así sentían. Predicar la resurrección no es tratar de explicarla con argumentos (pseudo)científicos o filosóficos, ni tratar de convencer a quienes escuchan de que no es una locura. ¡El mensaje de la cruz y de la tumba vacía es una locura! (1 Corintios 1:17-31). Predicar la resurrección es afirmar el poder de la vida ante la muerte, el poder de la verdad ante las mentiras, el poder del amor ante el odio y la exclusión. Se trata de acompañar a los dolientes de camino a la tumba y recordarles el misterio de la fe, que: “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. Cristo para esto murió, resucitó y volvió a vivir: para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Romanos 14:8-9).

Decía Lutero en sus Charlas de sobremesa que: “el miedo a la muerte es la muerte misma,” y que “quien triunfa sobre el miedo a la muerte triunfa sobre la muerte misma.”3 El anuncio de la resurrección no es sólo para los dolientes que han perdido un ser querido. Es también para quienes han optado, movidos por el llamado del Galileo y agitados por la acción del Espíritu, tomar en serio las palabras de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. 24 Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:23-24). Pero recordando la aclaración que hace Westhelle, citando al teólogo de la liberación Jon Sobrino y a la mística luterana y activista Dorotea Söelle: “El único sufrimiento [es decir, la única cruz] que tiene significado es el sufrimiento [o sea, la cruz] que aceptamos en la lucha contra el sufrimiento.”4 La proclamación de la resurrección es también una invitación a la cruz, al camino de la cruz y de la tumba, pero es la cruz y la tumba de Jesús, la que derrota la muerte, el pecado, las injusticias y la mentira. Es el camino de la práctica del evangelio como práctica del amor, de la justicia y de la reconciliación que son el antídoto contra las fuerzas nefastas responsables de toda esa “sangre que se llevó el río.” Es allí, en el camino de la cruz – la práctica de la resurrección – que las palabras de los ángeles nos alcanzan, y escuchamos junto a las discípulas (de ayer, de hoy y de mañana) esas conmovedoras palabras: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” y las del apóstol: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55). Nuestra labor es proclamar vida en medio de la muerte.


Notas:

  1. Fito Páez, compositor, 1985, disponible aquí: https://youtu.be/YWOzJzG27Ak (bajada el 4 de abril de 2022).
  2. Vitor Westhelle, Voces de Protesta en América Latina (Chicago: Lutheran School of Theology at Chicago, 2000), 126.
  3. Sección DCCXLI, traducida del inglés por el autor; versión en inglés disponible en: https://ccel.org/ccel/luther/tabletalk/tabletalk.v.xxxiii.html (visto el 8 de abril del 2022).
  4. Voces de Protesta en América Latina, 125-126.