Lectionary Commentaries for November 7, 2021
Todos los Santos

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Evangelio

Comentario del San Juan 11:32-44

David Brondos

Para la gran mayoría de nosotros/as, no hay nada más importante en la vida que nuestros seres queridos. Valoramos sobre todas las cosas nuestras relaciones con nuestros padres, hijos/as, familiares y amistades más cercanas. Esas relaciones dan sentido y significado a nuestras vidas y las llenan de satisfacciones y alegría, aunque también en muchos momentos pueden ser motivo de dolor y tristeza. Por las mismas razones, hay pocas cosas más duras en la vida que la pérdida de un ser querido, pues esa pérdida deja un vacío en nuestro corazón que nadie más podrá llenar.

En el relato del Evangelio de Juan que sirve como base para la reflexión de este domingo, vemos el profundo dolor que ha causado a una familia y a toda una comunidad la muerte de Lázaro, hermano de María y Marta y amigo íntimo del mismo Jesús. Parece que había fallecido de manera repentina e inesperada y lo que sí es muy evidente del relato es que era profundamente amado por los demás. Según el texto, al llegar Jesús a la casa de María, Marta y Lázaro, se conmovió mucho al presenciar el llanto y las expresiones de tristeza y dolor de quienes estaban presentes. De hecho, se dice que Jesús mismo lloró al acercarse al sepulcro donde habían enterrado a Lázaro, de modo que quienes estaban alrededor se maravillaron de cuánto lo amaba.

Cuando vemos que una persona es tan amada por otros como lo era Lázaro, podemos concluir que lo que ha ocasionado tanto amor es precisamente el gran amor que esa persona tuvo para con los demás. Sin duda, ese era el caso con Lázaro. Debió haber tocado la vida de muchas personas para que reaccionaran ante su muerte de la manera en que lo hicieron.

Lo que es difícil de entender de este relato es el hecho de que parece que Jesús pudo haber llegado antes de que muriera Lázaro para sanarlo y evitar que muriera, pero no lo hizo. Esto es lo que le dice María: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.” El texto no nos dice por qué Jesús esperó a que muriera Lázaro para llegar, pero la intención de Jesús de devolverle la vida a Lázaro resucitándolo de la muerte sí es clara. Y no es difícil imaginarnos la alegría y el regocijo de todas estas personas al ver a Lázaro con vida nuevamente, así como su asombro al ver lo que había hecho Jesús.

Este domingo celebramos la Fiesta de Todos los Santos. Siguiendo el uso bíblico, donde se habla de todos los/as creyentes como santos/as, en la tradición protestante conmemoramos esta fiesta recordando no sólo a las grandes figuras de la historia de la iglesia sino a todas las personas que han muerto en la fe para llegar a formar parte de la iglesia triunfante, esto es, la gran multitud de personas creyentes que ya gozan eternamente de la presencia gloriosa de Dios. Y al recordar a todos/as los/as que forman parte de esa multitud, no sólo damos gracias a Dios por sus vidas y el ejemplo que nos han dado, sino también anticipamos con gozo el día en que estaremos reunidos/as nuevamente con ellos y ellas compartiendo el mismo gozo y la misma gloria. Esa esperanza es lo que nos da la fuerza y el vigor para mantenernos firmes y constantes en el mismo camino que ellos y ellas ya recorrieron, sin desanimarnos o desfallecer cuando ese camino se nos hace largo y difícil.

Esa misma esperanza nos sostiene cuando enfrentamos la muerte repentina e inesperada de un ser querido que ha significado mucho para nosotros/as, como era el caso de Lázaro dentro de su familia y su pueblo. También nos permite sobrellevar en la vida los momentos en los que no entendemos por qué Dios permite que sucedan ciertas cosas que nos causan mucho dolor y tristeza. Así como María, Marta y los discípulos de Jesús no entendían por qué Jesús había demorado para ir a ver a Lázaro en lugar de viajar en seguida para sanarlo antes de que falleciera, muchas veces no logramos comprender por qué Dios no actúa para salvarnos de un problema o un mal cuando necesitamos de su ayuda. Pero, así como sucedió con Lázaro, tarde o temprano descubrimos que Dios tiene un plan para darnos vida, y por eso, en lugar de desesperarnos o dudar de Dios, simplemente debemos seguir confiando en que, de una forma u otra, Dios se asegurará de que estemos bien. También descubrimos que no se ha olvidado de nosotros/as en ningún momento y que no ha dejado de seguirnos sosteniendo en sus manos amorosas. La resurrección que nos ha sido prometida a quienes creemos en Dios llegará, no sólo después de que se acabe nuestra vida en esta tierra, sino también en diversos momentos de la vida presente cuando Dios interviene de maneras milagrosas e inesperadas para resucitarnos de la muerte en un sentido metafórico. Por eso podemos saber que, pase lo que pase, todo terminará bien y no hay nada que temer.

Pero lo que nos sostiene y da fuerzas para seguir en el camino no sólo es esa esperanza sino también el amor que recibimos y compartimos dentro de la comunidad de creyentes. En su Epístola a los Romanos, San Pablo describe la comunidad cristiana como un lugar donde todos/as no sólo se alegran con quienes están alegres sino también lloran con quienes lloran (Rom 12:15), mostrando la misma clase de solidaridad y empatía que vemos en el texto del evangelio para este domingo. Y el que encabeza esta comunidad es el mismo Jesús que encontramos en el texto, el Jesús que nos ama a cada uno/a de nosotros/as de la misma manera en que amaba a Lázaro. Tenemos como Señor a alguien que siente nuestras penas y dolores de la misma manera en que se conmovió y lloró al ver la tristeza y dolor de quienes habían perdido en Lázaro a un hermano profundamente querido. Y vivir bajo ese Señor dentro de la comunidad que lleva su nombre nos convierte en la misma clase de personas, hermanos y hermanas que forman parte de una familia en la que todos/as amamos y somos amados/as en todo momento y bajo toda circunstancia.

Todo esto es lo que celebramos en esta Fiesta de Todos los Santos. No sólo recordamos la fe y el ejemplo de quienes se nos han adelantado al llegar a la presencia del Señor después de recorrer el mismo camino en que todavía seguimos nosotros/as, sino también festejamos el amor inmenso e inquebrantable que nos mantendrá unidos con ellos y ellas y con el mismo Señor no sólo en este mundo sino por toda la eternidad.