Lectionary Commentaries for October 31, 2021
Vigésimo tercer domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Marcos 12:28-34

Enrique Vega-Dávila

Damos un salto en la lectura secuenciada del Evangelio de Marcos. Luego de haber examinado en gran parte la sección “En Camino,” ahora nos encontramos ya en otro escenario geográfico, Jerusalén. Se ha llegado a un momento clave donde las asperezas y tensiones serán más evidentes y pondrán a prueba mucho de lo que se ha enseñado en las secciones anteriores. La pugna con los fariseos será importante, porque muestra dos modos de leer la ley. En esta tierra, reconocida por muchxs1 como sagrada, pero manchada de sangre, Marcos presenta a Jesús como una alternativa. Quienes le seguimos tenemos frente a nuestros ojos la posibilidad de elegir: la buena noticia o la Ley.

Escribas y maestros de la Instrucción

Son 613 las leyes que componen la Torah. Existían muchas normativas que podían hacer que fuera muy cansador seguirlas y, por supuesto, existían también formas ingeniosas de saltarse algún precepto. Las distintas escuelas judías interpretaban qué era lo más importante de modos variados. Algunas insistían en la pureza ritual; otras en el lugar de culto. No existe una sola manera de comprender la Ley/Instrucción. Jesús tiene su propia manera y la presenta como una alternativa. Escribas y maestros de la Torah tienen una manera de vivir la fe; Jesús pone a disposición la propia.

Muchos de los grupos judíos habían privatizado la experiencia de lo religioso desde sus propias perspectivas, dejando de lado elementos que para Jesús serán importantes. Su fe les motivaba a realizar aquello, pero que se trate de un tema de fe no significa que deba ser absoluto o inamovible. Cada escuela interpretará la Torah desde sus intereses y eso hay que tenerlo en cuenta. Y claro que sería válido seguir tal o cual escuela, pero ¿qué tiene de original la propuesta de Jesús?

Es interesante la contraposición entre Jesús y el escriba, no porque estén discutiendo, sino porque uno es un profesional de la fe, y Jesús, según lo que el evangelio nos ha venido presentando ya desde semanas anteriores, es maestro de la vida. Explica su modo de saborear lo divino desde lo cotidiano, desde escuchar a quienes se encuentran al lado del camino. Mientras que el primero interpreta lo divino y lo humano desde la Ley, Jesús ha colocado lo humano para encontrar lo divino. Ambas situaciones no tendrían que ser opuestas, pero la institucionalización siempre será un riesgo.

Amor a la Divinidad2

El mandamiento que Jesús recuerda como primero está relacionado con escuchar, con recordar constantemente que la Divinidad atraviesa la vida entera y que no se trata de algo superficial como lo puede ser cambiar una muda de ropa. Sin embargo, colocar a lo divino como primero, en muchos discursos a lo largo de los siglos, ha traído complicaciones relacionadas con miradas absolutas y normativas.

Este mandamiento sin más ha generado una serie de masacres, guerras, asesinatos. Amar a la Divinidad por sobre todo ha significado en muchas prácticas cristianas anular identidades, negar nuestra afectividad y otra serie de recursos de control que han mermado vidas y sueños. Esto no ha sido casual. Con la excusa de que debemos colocar a la Divinidad primero, unos cuantos -que supuestamente tienen acceso autorizado a ella- han fomentado e impuesto esa forma de interpretación. Es que, como decía G. von Rad, no existe verdad de fe que no pueda ser manipulada idolátricamente. Amar a la Divinidad ha significado muchas veces destruir formas legítimas de humanidad. Mujeres, pueblos originarios, diversidad sexo-género son parte de la lista. Es triste, pero esta lista es larga.

Me parece realmente duro que amar a la Divinidad sea un mandamiento. Y aunque no comparto que sea así, entiendo la lógica interna de colocarlo de ese modo. En todo caso, prefiero insistir en que una experiencia con lo divino debe ser motivada por la gratuidad, porque la Divinidad nos sale al encuentro desde la pura generosidad. Amar a la Divinidad no puede ser una obligación, pero sí una decisión que se afronta con toda nuestra existencia.

Amor a la Humanidad

El criterio para expresar el amor a la Divinidad se pone de manifiesto en el amor al prójimx como a unx mismx. Ese es el modo con que Jesús, según Marcos, resume toda la Torah.

Como en más de una ocasión he escuchado a predicadorxs, G. Gutiérrez entre ellxs, el prójimo o la prójima no existen aprióricamente. Esto quiere decir que no andan por ahí en el mundo mis prójimxs. Solo lo son en la medida en que me aproximo, es decir, no hay prójimxs, sino que nos hacemos prójimxs. Esto se puede ver con mucho mayor detenimiento en la narración del samaritano que se encuentra en el tercer evangelio.

 

Colocar la experiencia de lo divino desde este ángulo genera lo que podría llamarse un descentramiento, es decir, cambia el foco de atención. El centro no es la Divinidad a quien se adora y ama, sino que se vuelve hacia la humanidad, hacia sus creaturas. Esto implicaría una suerte de proporcionalidad: Mientras más hago prójimxs a lxs demás tanto como yo quisiera ser acogidx, respetadx, valoradx, más estoy amando a la Divinidad. Amar a quienes la Divinidad ama es muestra del amor a la Divinidad. ¡Qué lindo juego de palabras!

Pero no puedo ni podemos ser ingenuxs. En nombre del amor a la humanidad también se han cometido abusos enormes. Por ejemplo, he conocido gente que afirma amar homosexuales y por eso están dispuestxs a someterlxs a terapias de conversión (que gracias a la lucha de activistas ya constituyen un delito en algunos lugares del mundo). Por eso es importante discernir ese amor a la humanidad desde la humanidad misma y desde sus necesidades.

Amar a lxs demás no es sencillo y aquí surge otra frontera que nos propone el Evangelio: “como a ti mismx”. Creo que este fragmento del Evangelio es un buen examen de conciencia que podemos hacer cada unx frente a la Divinidad. En tiempos en que el amor corre el riesgo de ser manipulado, este criterio desnuda nuestras intenciones y las posibles acciones consecuentes, y nos abre a buscar ese mayor bien posible en la medida en que también lo esperamos para cada unx.

Jesús tiene la razón

El escriba le da la razón a Jesús y encuentra sentido en sus palabras, en su enseñanza. Espero que las comunidades cristianas podamos hacer lo mismo. Darle la razón a Jesús y cuestionar todas nuestras prácticas de organización, de servicio, de testimonio, de liturgia. ¿En verdad estamos amando a la Divinidad haciendo prójimxs a lxs demás o nos ha ganado la burocracia eclesial, el ritualismo, el rubricismo o el asistencialismo? El evangelio nos desnuda, ciertamente. Y es necesario dejar que lo haga.

Jesús no es profesional del libro sagrado. Es un amante de la vida y desde ahí propone que sea interpretada la Escritura, justamente, desde la vida que se puede ofrecer, desde la vida que queremos vivir.

Si todo se reduce a mandamientos se corre el riesgo de perder la espontaneidad que tiene la vida. Muchas veces las normas matan el espíritu porque se absolutizan y se colocan de manera fija. Pueden llegar a ser necesarias, pero no son la meta. Por eso es importante pensar en aquello que motivó tal o cual prescripción más que en cómo ha quedado escrita.

El descentramiento de la Divinidad que sale al encuentro nos invita a no colocar el énfasis en la letra, nos ayuda a buscar el mayor bien posible, cuestiona nuestras maneras de actuar y nos aleja de toda forma de ombliguismo. No amo como yo quiero ser amadx; amo a lxs demás como necesitan ser amadxs, De esta forma, correspondo al amor que me tiene nuestra Amorosa Divinidad. El Evangelio nos invita a descentrarnos; amar descentra.


Notas:

  1. El empleo de la “x” en este comentario es una crítica a nuestra gramática normativa. Sé que muchas personas no gustan de verla, pero les animo a leerla con el género que mejor les parezca, femenino o masculino. O también entrar en la aventura del plural agenérico que se está construyendo con la “e.”
  2. Empleo la palabra Divinidad en lugar de dios, la que asocio con una mirada masculina. A pesar de que nuestros discursos afirman que no tiene género, la representación histórica ha hecho lo contrario.