Lectionary Commentaries for September 5, 2021
Decimoquinto domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Marcos 7:24-37

Pablo R. Andiñach

Este domingo nos sorprenden dos milagros de Jesús. En ambos relatos, quienes se benefician tienen diferencias con él. En el primero, una mujer le discute y le gana. En el otro, el hombre no hace caso de hacer el silencio como le solicita y divulga la bendición recibida al punto de que muchos se enteran y se maravillan. Leer estos textos nos hace pensar en la actitud de Jesús que, lejos de molestarse, actúa con comprensión y da lugar a lo que por fe y por gratitud la gente le devuelve. Y hemos de recordar que los milagros de Jesús siempre refieren a algo más que el mero hecho visible. Son una demostración de su dominio sobre todo y de su voluntad de hacer que la vida se desarrolle en plenitud. Estos son dos buenos ejemplos. Las que siguen son algunas reflexiones que pueden ayudarnos a enriquecer nuestra predicación.

  1. Luego de dejar a los fariseos (de los que hablamos el domingo anterior), el evangelio nos presenta dos escenas de milagros de curación de personas extranjeras. La mujer es presentada como sirofenicia y griega. Lo primero marca su lugar de nacimiento y nacionalidad; es de la costa, del lugar que Jesús recorre en este viaje. Lo segundo revela su religión; profesa la fe de griegos y romanos y por lo tanto es pagana. Algo similar sucede con el sordomudo, que es de Decápolis, una región al norte de Israel donde la fe greco-romana era imperante. Si los fariseos no aceptaban el mensaje de Jesús y lo criticaban, ahora se nos mostrará cómo los paganos acogían la prédica del Señor y cómo este los incluye en su pueblo.
  2. El diálogo de Jesús con la mujer no es un ejemplo de cortesía. Ante el pedido de que cure a su hija, Jesús la llama “perro” (utiliza una palabra que alude a perros domésticos, pues los había salvajes). Aun cuando hay antecedentes de que así denominaba Israel a los paganos (véase 1 S 17:43; Job 30:1; Fil 3:2), no deja de ser una forma poco amable de dirigirse a una mujer. Y a pesar de las discusiones que acababa de tener con sus hermanos judíos (7:1-23), lo que supondría que privilegiaría a los extranjeros, le dice a la mujer que su mensaje y bendición son primero para los judíos. Ella debe esperar. Y es en ese momento que la mujer le discute y le devuelve la imagen al decirle que hasta los perros comen de lo que dejan caer los hijos. Jesús parece impactado por la fe de esta mujer y por el hecho que no le molesta ser insultada si con ello puede alcanzar la salud y la vida de su hija. Jesús concede la vida a la niña y le dice algo que nos impresiona: “por causa de esta palabra, vete.” Jesús exalta la proclamación que ella ha hecho. En presencia de Jesús, el evangelio esta vez salió por boca de esa mujer extranjera y pagana. ¿Será esta la primera predicadora de la iglesia?
  3. No podemos dejar pasar que el siguiente milagro de curación sea el de una persona que ha perdido las dos facultades centrales para el ejercicio de la fe de Israel. Primero, es sordo y no puede oír la Palabra de Dios. Tengamos presente que en aquellos tiempos la Biblia se leía en voz alta para que el oyente (congregación, pueblo, familias) la escuchara y supiera la voluntad de Dios. Pocos sabían leer, pocas y muy costosas eran las copias del texto, y muchos la escuchaban en la sinagoga, en el templo, y por boca de los profetas. Israel ya era conocido como “el pueblo del libro” (o es mejor decir, “de las historias sobre sus padres”); pero eran historias contadas y escuchadas. No poder oír esas bellas historias de salvación era un castigo terrible para todo israelita. Saber las maravillas que su Dios había hecho con sus antepasados era la puerta para creer y acceder a la salvación que venía a través de ellas. Ser sordo significaba no tener acceso a la Palabra de vida.
  4. A su vez, la mudez impedía las oraciones y la proclamación. Las Escrituras eran para ser proclamadas y por esa razón los profetas eran las personas más prestigiosas de su historia (incluso más que reyes y sacerdotes). Lo que caracterizaba a los profetas era la voz; ellos no tenían otra arma que su voz y las palabras que el Espíritu les dictara. Pero la persona muda tenía mutilada la posibilidad de alabar al Señor, de anunciar sus maravillas, de profetizar su mensaje. El mudo era un paria físico y un tullido espiritual.
  5. Son varios los gestos de Jesús con este hombre: lo lleva aparte, tocó sus orejas y lengua, elevó su mirada al cielo y dijo: “sé abierto.” Todos los gestos buscan transmitir la buena noticia de que el Señor lo quiere sano y fuerte, lo quiere redimido de sus ataduras físicas y espirituales. Es entonces que le pide que no diga a nadie de este acto; pero el hombre no le hace caso y lo proclama a quien esté por allí. Otra vez es por boca del pagano, el enfermo sanado, que el evangelio es anunciado. Y la gente cree y se maravilla: los sordos oyen, los mudos hablan. “Bien lo ha hecho todo,” dicen, y resuenan en nuestros oídos las palabras repetidas de Génesis 1: “y vio Dios que era bueno.” Jesús recrea el mundo con su presencia.
  6. Estos dos actos milagrosos de Jesús deben llamarnos a la reflexión sobre nuestro lugar en el plan de Dios. Quizás seamos como alguno de estos dos y nos sintamos como extranjeros delante del Señor, ajenos a su fe o débiles en nuestro espíritu. Quizás pensemos que tenemos poco que ver con este Jesús venido de lejos a buscarnos. ¿Qué podemos pedirle? ¿Qué podemos ofrecerle si solo tenemos problemas para contarle? Todo indica que debemos esperar, que todavía no nos ha llegado el tiempo y que Dios tiene otras urgencias. Que siempre habrá alguien más abajo que nosotros/as y el Señor se dedicará con razón a ella. Somos mujeres, somos paganos, somos sordos a su palabra. Eso pensamos nosotros/as. Sin embargo, Jesús nos escucha y nos cura. Nos cura el cuerpo y el alma, y nos habilita para estar frente a él y ser sus discípulos/as.