Lectionary Commentaries for August 1, 2021
Décimo domingo después de Pentecostés

from WorkingPreacher.org


Evangelio

Comentario del San Juan 6:24-35

David Brondos

A todos/as nosotros/as nos gusta recibir las cosas regaladas en la vida. Pensamos que no hay nada mejor que obtener lo que deseamos sin tener que poner nada de nuestra parte. Queremos ver cumplidos nuestros sueños e ilusiones sin ningún esfuerzo; que todo nos caiga del cielo gratis para que simplemente lo disfrutemos sin ningún costo o sacrificio.

En el texto del Evangelio de Juan para este domingo nos encontramos con personas que pensaban así. Jesús les había alimentado de manera milagrosa, multiplicando cinco panes y dos pescados, y habían comido hasta saciarse (Juan 6:1-15). Inclusive había sobrado mucho pan, de modo que lo recogieron en canastas. Ese alimento no les había costado nada. Entonces, al darse cuenta de que Jesús se había ido a otra parte con sus discípulos, la gente salió a buscarlo, queriendo más.

Cuando por fin encuentran a Jesús, él les dice, “De cierto, de cierto les digo que ustedes no me buscan por haber visto señales, sino porque comieron el pan y quedaron satisfechos. Trabajen, pero no por la comida que perece, sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual el Hijo del Hombre les dará; porque a éste señaló Dios, el Padre” (vv. 26-27). Jesús se dio cuenta de que simplemente querían más pan regalado, alimento que no les costara nada. Y luego les habla de otro pan, el verdadero pan que ha descendido del cielo y que da vida al mundo, y les dice: “Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás” (v. 35).

Muchas veces entendemos relatos como este en el sentido de que lo que realmente importa en la vida no es lo material, los bienes y las preocupaciones de este mundo, sino más bien lo espiritual, lo que conduce a la vida eterna en otro mundo más allá del mundo presente. Según esa forma de pensar, Jesús no vino a alimentar cuerpos sino a salvar almas, que es lo más importante.

Pero aparte de ver la obra de Jesús en esos términos, también conservamos la misma mentalidad que Jesús critica en este pasaje, la mentalidad de querer recibir todo regalado sin tener que poner nada de nuestra parte. Así entendemos muchas veces la doctrina de que somos salvos por fe y no por obras: Dios nos otorga la vida eterna sin que nos cueste nada. Lo único que nos pide es creer en Jesús, y eso es muy fácil. Significa simplemente aceptarlo como nuestro Salvador, y con eso tenemos la salvación asegurada, así sin más. Igual que la gente que buscaba a Jesús sólo para recibir más pan regalado, nosotros/as nos acercamos a Jesús buscando una salvación regalada, un boleto gratuito al cielo que no requiere nada de nuestra parte más que recibirlo, la “gracia barata” de la cual hablaba el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer.

Pero, ¿no es verdad que la salvación es por fe sola sin obras, un regalo de Dios que no nos cuesta nada? ¡Claro que sí! Pero hay que entender bien en qué consiste esa fe y también esa vida de la que habla Jesús en este pasaje. De hecho, cuando Jesús critica a quienes lo buscan sólo para recibir gratis más pan como el que les había dado antes, les dice que deben trabajar por la comida que permanece para vida eterna (v. 27). Y en seguida, cuando le preguntan, “¿Qué debemos hacer?,” Jesús les responde que creer en él como el que Dios ha enviado es “la obra de Dios” que deben realizar (v. 29).

Eso no quiere decir que la fe sea una obra a través de la cual ganamos la salvación, como si la única obra que Dios exige para salvarnos es creer en Jesús. Más bien, significa que la fe es algo siempre activo, algo que nunca está en reposo, algo que constantemente nos está impulsando hacia Jesús para alimentarnos de él como nuestro pan de vida. Si quienes viven creyendo en Jesús nunca tienen hambre ni sed, es porque su fe en él siempre los está llenando de confianza, de ánimo, de fuerzas, y de esperanza. Por definición, estas son cosas que llevan a la acción y no a la pasividad. Si en verdad creemos y confiamos en Jesucristo y vivimos llenos del ánimo, las fuerzas, y la esperanza que él infunde en nosotros/as por la fe y por pura gracia, será imposible quedarnos quietos/as y con los brazos cruzados. Al contrario, siempre estaremos en movimiento, queriendo crecer más y recibir más de él, además de buscar compartir lo que recibimos de pura gracia con los demás, con el mismo espíritu que mostraron quienes repartieron entre sus compañeros y compañeras los panes y pescados que Jesús había multiplicado.

Cuando vivimos así, descubrimos lo que quiso decir Jesús cuando hablaba de sí mismo como el pan de vida descendido del cielo. Llegamos a entender que la vida de la que nos habla en este pasaje no tiene que ver solamente con la existencia en un más allá después de nuestra muerte, sino que más bien es algo que experimentamos aquí en este mundo a cada momento. En el capítulo anterior de este Evangelio, Jesús dice que quien oye su palabra y cree en aquel que lo envió ya tiene vida eterna y ha pasado de muerte a vida (Juan 5:24). Y más adelante, al hablar de sí mismo como el buen pastor y referirse a quienes creen en él como sus ovejas que siguen su voz, Jesús dice, “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Esa vida que recibimos de Jesús por pura gracia abarca todos los aspectos de nuestra existencia, tanto lo individual como lo comunitario, tanto nuestro presente como nuestro futuro. Según Juan, creer en Jesús es dejar que en todo momento nos alimente como pan de vida, que nos dé de beber agua viva, y que nos guíe como nuestro buen pastor. Si quienes viven de esa manera nunca tendrán hambre y sed, no es porque habrán comido y bebido lo suficiente, sino más bien porque habrán descubierto en Jesús una fuente inagotable de vida y alimento que siempre mantiene más que satisfechos a quienes en ningún momento se despegan de él.