Lectionary Commentaries for July 11, 2021
Séptimo domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Marcos 6:14-29

Iris Barrientos

La perícopa anterior (Marcos 6:1-13) dejó la imagen de los discípulos yendo de aquí para allá, de ciudad en ciudad, cumpliendo con el mandato de ir a predicar y sanar.

Para darle continuidad a la narración, se esperaría que el evangelista nos contara las experiencias que tuvieron los discípulos en su misión. Si bien el v.13 nos pone sucintamente al tanto, hay una interrupción en la narración en 6:14-29 que introduce un episodio a modo de paréntesis, y luego continúa con la misión de los discípulos y Jesús en el 6:30.

Ya Jesús les había avisado a los discípulos (vv.3 y 11) sobre el rechazo que sufrirían mientras realizaban la misión. Pero la muerte de Juan el Bautista muestra la parte extrema de cómo está amenazada la propia vida cuando se anuncia el mensaje del Reino, que también es de denuncia.

Aunque hay varias alusiones a Herodes en el Nuevo Testamento, se debe diferenciar al Herodes de nuestro texto de Herodes El Grande, quien ordenó la muerte de muchos niños de Belén (Mateo 2:13-16). Al morir, su hijo Antipas asumió el nombre dinástico de Herodes cuando comenzó a reinar sobre Galilea y Perea. Este es el Herodes del que trata nuestro pasaje.

Según lo indica el texto, Herodes Antipas se había unido a Herodías, mujer de su hermano Felipe. Juan denuncia este acto de inmoralidad y se gana el odio despiadado de Herodías. Ella, utilizando su poder e influencia, acechaba a Juan y deseaba quitarle la vida. Sin el apoyo de Antipas, porque Juan se había ganado su respeto y protección, ideó las estrategias para cumplir su cometido. Se confabuló con su hija para acabar con la vida del Bautista.

El pasaje puede verse desde los distintos personajes que aparecen en la trama.

Juan el Bautista es el paradigma del profeta que anuncia el reino, denuncia el pecado y provee una salida o esperanza, el arrepentimiento (Mateo 3:2; Marcos 1:3-4). Él ha venido a preparar el camino del Mesías (Marcos 1:2-3). En los evangelios se conoce a Juan en función de Jesús. Es el protagonista de grandes frases teológicas referidas a Jesús. Habla de su eternidad (Juan 1:30). Describe la persona de Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) y anuncia de voz en cuello que el reino de los cielos se ha acercado, llamando a la conversión.

Juan es una persona conocida por la corte. Es respetado, admirado y protegido por el propio Herodes (vv.19 y 20). Aunque el pasaje no lo dice, es probable que hubiera tenido entrada al rey, ya que este lo escuchaba de buena gana, quedando perplejo (en el original griego la palabra usada en el v. 20 es aporéo).

Todo indica, pues, que Juan disfrutaba del beneplácito y simpatía del rey. A pesar de eso, no se corrompe. Es un profeta que anuncia el reino, pero también denuncia las inmoralidades, aun las de la clase política. Para un profeta como Juan, lo mismo es predicarle al pueblo común que a la corte, cualquiera sea el pecado. No hace alianzas con la inmoralidad. Su integridad es evidente. No se deja coludir. Entiende que guardar silencio también es complicidad. No coquetea con el poder. Desnuda las falencias de los gobernantes cuando no cumplen con su papel de servir como modelos.

Por su parte, Herodes Antipas es un rey que falta a sus convicciones, pues él temía (en el original griego del v. 20 la palabra es éfobeito, que significa “temor de reverencia”) a Juan, considerándolo un varón justo y santo. Cae ante la presión de Herodías y su hija, cometiendo un acto ilícito. Se ve como un varón con falta de carácter que se deja manipular. Una persona sin autodominio que, llevado por sus pasiones y lujuria, toma decisiones a la ligera que luego lo llenan de pesar y culpabilidad (vv. 14b y 16). Pierde su tranquilidad a causa de una acción tomada sin conciencia ni sabiduría.

Cuando leemos este episodio, pareciera que el texto intenta evocar la tradición de Jezabel y Acab, como prototipo de Herodías y Herodes, donde el rey es presionado por su mujer para actuar en contra de Elías. Ambas mujeres se oponen al respectivo profeta, lo acechan y procuran matarlo por todas las formas posibles. La diferencia es que en el caso Juan, este si pierde la vida a manos del gobernante sádico influenciado por su mujer, mientras que Elías es subido al cielo en un carro de fuego (2 Reyes 2:11).

En nuestros países latinoamericanos, se cuentan a millares los inocentes que ofrendaron su vida por defender la causa del pueblo y por denunciar las atrocidades de gobernantes corruptos e inmorales.

La maldad no tiene género, ni sexo, ni raza. El mal es omnipresente. Esta es una realidad que debemos tener presente mientras realizamos la misión.

El reino tiene que irse abriendo entre el bien y el mal. Ambas fuerzas coexisten en la realidad de nuestros pueblos. Frente al reino, siempre habrá un mundo antagónico, que querrá acallarlo y destruir a quienes lo promueven. Pero en este peregrinar no estamos solos/as. Hay otros/as que también se han entregado a la gloriosa tarea de darlo a conocer.

Si no prestamos atención al inicio de la perícopa (vv.14-16, que a los fines prácticos debería leerse como final), la trama de la muerte del Bautista resultaría un tanto desalentadora para quien lee y nos dejaría con una sensación de impotencia. Nos haría pensar que el mal ha triunfado sobre el bien y que se asesinó al inocente, mientras que se dejó a salvo al culpable. Es cierto que a veces la justicia humana no logra satisfacer a la víctima. Pero una realidad que deja claro el pasaje es que la conciencia y el sentimiento de culpabilidad que acompañó a Herodes no le permitió tener paz. No tuvo una vida tranquila. Su pecado siempre lo siguió y atormentó (vv. 14b y 16).

Mientras tanto, la fama de Jesús y la extensión de su reino se hacían notorios (v.14). Esto es una prueba de la fidelidad con que los discípulos cumplieron la misión a pesar de la oposición. Queda demostrado que la muerte de los/as siervos/as del Señor nunca podrá callar el mensaje de Dios si la iglesia es fiel a su llamado.