Lectionary Commentaries for May 30, 2021
La Santísima Trinidad

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Evangelio

Comentario del San Juan 3:1-17

Leonardo Goyret

Alumbrados/as por el Espíritu del Dios trino y asistidos por sus dones, vamos hacia la vida plena y eterna desarrollando un incesante nuevo nacimiento, que crece a través del ministerio de la noche y avanza en la esperanza del mundo nuevo que amanece.

“No te maravilles de que te dije: ‘Os es necesario nacer de nuevo’” (v. 7).

Si realmente seguimos a Jesús, entonces estamos viviendo en un proceso de incesantes cambios (2 Corintios 3:18). Porque mejorar es cambiar de situación. Avanzar es cambiar de lugar.

Si eres la misma persona que antes, si repites siempre los mismos pensamientos sin ningún nuevo matiz, las mismas afirmaciones sin variación alguna, los mismos hechos sin adaptación, año tras año, algo está pasando en tu vida cristiana. Te estás fosilizando, petrificando, momificando en vida. Si alguna vez comenzaste a nacer, es posible que tu nuevo ser en gestación ya no quiera salir más del útero donde se está gestando.

Por cierto, si estás en el proceso de “nacer de nuevo” (vv. 3, 5, 7),1 y ese proceso no se ha detenido, te cabe lo que dice un personaje al protagonista, en una bella obra del escritor alemán Hermann Hesse: “Todavía queda mucho por aprender. No vamos en círculos, vamos hacia arriba. El camino es una espiral; ya hemos subido muchos escalones.”2

El problema mayor, que sospechaba el fariseo Nicodemo, y por eso su asombro y su evasiva, es que nacer de nuevo es dejar atrás muchas cosas. Es cambiar muchas cosas. No es solo una pirueta en el aire; es una danza entera.

Es que nacer de nuevo es nacer hacia arriba.3 Aquello que no es, precisamente, lo que este mundo más anhela, más ofrece, más consume, más disputa, más premia y más aplaude.

Cuando el Señor nos convoca a nacer de nuevo en el Espíritu, en la presencia divina que transforma, nos lo demanda por entero. Nos pide nada menos que dejemos de ir en pos del éxito en este mundo como norte de nuestras vidas. Pues no quiere de nosotros/as éxito sino fidelidad. Que le seamos leales a pesar de todos los pesares. Y hasta el fin. Tal como él mismo nos amó hasta el fin (Juan 13:1). Que no nos demos por vencidos/as, tal como él no se dio por vencido. Por cierto, fue así como venció al mundo (Juan 16:33).

Para eso, para ser así de leales, para no dejar inconcluso el proceso del nuevo ser, Dios nos abraza como Padre (y como Madre) (Lucas 15:20). Como Hijo, se hace nuestro hermano y amigo.4 Y como Espíritu Santo, nos alumbra sin cesar en la vida nueva mediante sus dones (Gálatas 5:22-23). Dicho con mayor precisión, el nuevo nacimiento llega a nosotros/as como un don desde el amor trinitario de Dios. Y entonces crece – durante toda nuestra existencia nueva – hacia la vida divina trinitaria. Hacia aquella comunidad perfecta y eterna de amor que se realiza sin cesar en el ser divino. El nuevo ser nos viene de Dios y va hacia Dios.5

En el camino entre el luminoso punto de partida y el radiante punto de llegada está la noche, tan oscura como esa en la que Nicodemo, a escondidas, en secreto, visita al maestro Jesús (v. 2). Está el ministerio de la noche, con sus pesares, dolores, dudas, renuncias, desencuentros, decepciones.6 Es el trabajo del dolor, maestro de la vida, que es tan importante y decisivo para nuestra llegada a la luz, a la dicha final en Dios, como la misma luz. Por cierto, el dolor es tan maestro de la vida como lo es la alegría. Así, la vida nueva es un largo y difícil viaje entre dos luces; es una prolongada y desafiante noche que viene desde el día en que comenzamos a renacer y avanza hasta el día definitivo, hasta nacer en la eternidad.7

Además, nacer de nuevo es un viaje que, a veces, parece un laberinto. Por momentos, no vemos la salida. Pero la salida está ahí. ¿Dónde? Lo responde con sabiduría y en versos llenos de luz un gran poeta argentino, que era además un hombre de gran fe: “Señor – le dije –, clavo la rodilla y la frente, / pero, ¿cómo salir de la noche doliente? / Y respondió: / En su noche toda mañana estriba: / de todo laberinto se sale por arriba.”8

En efecto, nacer de nuevo es ascender hacia una vida mejor, donde vamos siendo más auténticos y plenos. Por eso, ascender es converger hacia nuestro verdadero destino.9 Al que todos/as somos convocados/as. Pero cada uno/a deberá darle forma a ese destino con sus pensamientos y sus actos, sus decisiones y sus acciones, sus amores y sus esperanzas.

Por cierto, si seguimos avanzando a pesar de todos los pesares, nuestro difícil e incesante renacer no andará en vano, pues ascenderá en vida nueva. Hacia nuestro Señor, que es la estrella del amanecer, la luz que jamás se apagará.10 Así, iluminados/as por la fe, sabemos que siempre está ahí, llamándonos con amor redentor. Hasta que pase la noche y amanezca.11


Notas

  1. Cf. 2 Corintios 5:17.
  2. En Siddhartha (México: Editores Mexicanos Unidos,1975), 24.
  3. La palabra griega usada en el pasaje de Juan que comentamos (vv. 3, 5, 7), ánozen, significa literalmente “nacer hacia arriba,”, a la vez que connota “nacer de nuevo”. Por esta connotación la mayoría de las traducciones bíblicas la vierten así.
  4. Cf. Mateo 11:28-30, Juan 15:14-15.
  5. Cf. Mateo 28: 19; 1 Corintios 8:6; 15:22-28.
  6. Cf. Salmos 23:4; Job 3:1-10.
  7. Cf. Mateo 7:13-14; Hechos 14:22.
  8. Leopoldo Marechal en el poema “Laberinto de amor” (1936).
  9. Como afirmaba Pierre Teilhard de Chardin en El porvenir del hombre: “… todo cuanto asciende, converge…” (Madrid: Taurus, 1967), 235. Es decir, lo que mejora y se supera, avanza junto con todo lo mejor del universo hacia lo definitivo.
  10. Cf. Apocalipsis 22:16; Juan 1:5.
  11. Cf. Juan 12:32; 16:33; 1 Juan 5:4.