Lectionary Commentaries for May 9, 2021
Sexto Domingo de Pascua

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Evangelio

Comentario del San Juan 15:9-17

Leonardo Goyret

El amor, como la fe, es ante todo una decisión. Solo responde lealmente al mandato del amor quien se decide sinceramente a cumplirlo. Y entonces lo cumple.

“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros” (v. 12).

¿Cuántas veces hemos escuchado estas palabras? Muchas. Tantas que ya nos suenan como cuando la lluvia cae sobre el tejado. Como cuando amanece y sale el sol. O cuando anochece y vemos la luna. De tan repetidas se han vuelto irrelevantes. Ya no nos conmueven. Ya no nos asombran. Son tan obvias como el cristianismo que da forma cultural a nuestros países “occidentales” desde hace siglos y siglos.

Fue el notable pensador danés Søren Kierkegaard quien advirtió (y denunció) que la muy cristiana Dinamarca de su tiempo estaba llena de cristianos de nacimiento, pero no de renacimiento. De cristianos “culturales,” pero no “espirituales.” Muchos de ellos buenos ciudadanos, buenos vecinos, buenos esposos, buenos padres. Y también algunos no muy buenos ciudadanos, ni vecinos, ni esposos, ni padres. Pero daba igual. Todos “cristianos.”[i]

¿Y nosotros/as? ¿Somos acaso cristianos/as “culturales” como aquellos dinamarqueses tan “normales” según las normas de la época? ¿Somos “buenos/as” porque el común de la gente no se queja de nosotros/as? Si es así, ¿qué diferencia concreta, fáctica, hay, después de todo, entre un buen ateo y uno de nosotros/as? Aparte, claro está, de los credos que recitamos y de los libros sagrados a los que prestamos especial atención.

Si no podemos responder de un modo sincero y decidido a estas preguntas, entonces no hemos entendido bien qué significa el mandato del amor que Jesús nos ha dado. Seremos buenos/as ciudadanos/as y buenos/as vecinos/as, pero nada más que eso. Lo que es bastante poco, si le prestamos atención en serio al mandato nuevo, al mandato de amarnos los unos a los otros.

Amar con el amor del que habla Jesús, el agape en términos del griego bíblico, no es solo comportarse bien en sociedad. Es mucho más que eso. Es cuidar al que necesita cuidado, es defender al que precisa que lo defiendan, es proteger al que está desamparado, es no callar cuando vemos que alguien es agraviado. Ante el abuso que observamos. Ante la exclusión de los diferentes. Ante el sufrimiento de los inocentes. Y ante la naturaleza herida, expoliada, abrumada por la codicia humana.

Amar, como la fe, es mucho más que un sentimiento. Es una decisión. Cuando Jesús nos da su mandato, nos demanda una decisión. Porque sin decisión no habrá acción. Y sin acción no seremos más, como decía el Apóstol, que “metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Corintios 13:1).

Amar es una decisión que no espera. Una decisión que debimos tomar ayer. Que debemos sostener hoy. En la que deberemos perseverar mañana.

¿Eres cristiano/a? Dime lo que haces y te diré si lo eres. Muéstrame tu decisión y tu acción; no tus bellos sentimientos y tus credos memorizados y tus versículos bíblicos favoritos.

Ten seguro que en el día definitivo el Justo Juez no te llamará a juicio por lo que has creído sino por lo que hiciste con eso que has creído (Mateo 25:31ss; 2 Corintios 5:10).

Todo lo demás es lo de menos. Solo el amor en acción nos hace realmente nuevos. Y nos salva. Nos proyecta al futuro donde triunfa la vida. Pues solo el amor permanece para siempre (1 Corintios 13:8, 13).


Nota:

  1. Cf. Søren Kierkegaard, Fragmentos filosóficos (Buenos Aires: Aurora, 1956, pp. 130ss.)