Lectionary Commentaries for May 2, 2021
Quinto Domingo de Pascua

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Evangelio

Comentario del San Juan 15:1-8

Sergio Rosell Nebreda

El texto de Jesús como la vid verdadera es uno de los más conocidos y, a veces, uno de los más incomprendidos de la Biblia.

Jesús, de nuevo, hace uso de un símil para hablar de sí mismo: “Yo soy la vid verdadera,” y “mi padre es el labrador” (en el original griego es geōrgos, que también se puede traducir como viñador o agricultor). La imagen de la viña o de la vid es un lugar común en las escrituras hebreas. Muchas son las ocasiones en que se compara a Israel con una viña o vid cultivada por Dios (Ez 17:5-10; Os 10:1; Is 5:1-7; etc.). Se supone que está plantada para dar fruto a las naciones y, sin embargo, no logra, por más que Dios se esfuerza en que así sea, dar los frutos que se esperan de ella. En Jeremías 2:21 encontramos esta fuerte diatriba de Dios contra Israel: “Te planté de vid escogida, toda ella de buena simiente, ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña?” La misma lección aparece en el libro del profeta Isaías con su conocida “canción de la viña” (5:1-7). Parece que el pueblo de Dios, pese a todo lo que su Dios ha hecho por ellos, no es capaz de vivir al nivel de las expectativas divinas. El juicio de Dios se yergue ante el pueblo como una amenaza en boca de sus profetas.

En este contexto de infidelidad se presenta Jesús como la “vid verdadera” (hē ámpelos hē alethinos en el original griego), no como una más, sino como la “verdadera,” concentrando en sí las virtudes que no se han hallado en el pueblo en su conjunto. Jesús representa todo aquello que Israel no ha sido capaz de incorporar en su estilo de vida. Jesús es el fiel, el verdadero, el que hace la voluntad del Padre que lo envió (Jn 5:30), por cuanto verlo a él es, ver al Padre (Jn 14:9). Israel, por el contrario, cuanto más frondosa fue, más fruto dedicaba a los ídolos (Os 10:1). Esta afirmación por parte de Jesús está cargada de un sentido profundo, que nos recuerda la fidelidad del Dios que ahora se hace humano, que ha dispuesto su tienda/tabernáculo entre nosotros (Jn 1:14).

Sabemos por diversas fuentes que a la entrada del santuario de Jerusalén había una vid de oro, “cuyos sarmientos colgaban desde gran altura; sus dimensiones y fina orfebrería causaban admiración a cuantos miraban debido a la cantidad de oro con la que fue hecha” (Josefo, Antigüedades de los judíos, 15,394s.). Como vimos la semana pasada, Jesús se contrapone al estamento religioso, más interesado en la forma/apariencia que en la esencia. Un tema que el evangelio repite de forma constante, desde su introducción: “porque la Ley fue dada por medio de Moisés,
pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:17). Esa ley mosaica no ha sido capaz de transformar el corazón de Israel, de forma que Dios se dispone a “cortar” un nuevo pacto donde inscribirá su ley en su corazón y les dará de su espíritu (Jer 31; Ez 36). Este nuevo pacto se hace realidad por medio de Jesús, el YO SOY que se nos presenta como el cumplimento de todas las promesas a Israel en el evangelio de Juan.

En esta bella imagen de Jesús como vid y el Padre como labrador Juan combina a ambos de forma sublime, casi indisoluble. Jesús asume sobre sí a quienes permanecen en él, mientras que la labor del Padre es dotar a las ramas de las mayores posibilidades de ser aquello para lo que han sido creadas: llevar mucho fruto (v. 8).

La relación íntima entre Jesús y los/as discípulos/as, quienes creen/ponen su confianza en Jesús, es tal que forman parte de un mismo conjunto. Jesús es el núcleo fundamental que da vida a las ramas. Pero ¿qué ocurre cuando no dan el fruto esperado? Muchas de nuestras traducciones actuales traducen, como lo hace Reina Valera 1995, “todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará” (v. 2), pero el verbo del original griego hairō, habitualmente traducido como quitar o cortar, también puede significar “levantar.” ¿Está el texto hablando de juicio o de que el labrador (Dios) está dispuesto a dar otra oportunidad al pámpano? Tradicionalmente se ha leído el texto de forma dualista, de forma que es casi imposible percibir una lectura alternativa, pero la posibilidad, gramaticalmente hablando, está ahí. En Juan, juicio tiene que ver en Juan con la postura que las personas toman a favor o en contra de Jesús como Mesías. Por eso tiene sentido interpretar que la parábola no habla de juicio, sino que nos muestra la realidad de las cosas desde el punto de vista de Jesús. Se puede tratar de vivir una “buena vida” por méritos propios, pero desde el punto de vista de Jesús solo se puede vivir esta “buena vida” en “permanencia” con él. La “buena vida” es la que da los frutos esperados (por Dios) y que no es otra cosa que vivir humanamente en fidelidad a como hemos sido creados. Israel, en el pasado, lo intentó por medio de sus fuerzas y fracasó estrepitosamente. Quiso ser ejemplo, pero se volvió igual o peor que sus vecinos. Incluso en el tiempo de Jesús la forma tomaba precedencia sobre la esencia, lo formal sobre lo real, pero eso no lleva a ninguna parte. “Apartados de mí no podéis dar fruto” (paráfrasis del v. 4), advierte Jesús. La tendencia humana de querer vivir de los frutos de nuestras acciones se repite constantemente a lo largo de la historia y nosotros/as tampoco estamos exentos de tal tentación. Cuando la iglesia trata de vivir según sus propias fuerzas, confiando en su influencia social “ganada con sangre” o confiando en su establecimiento social/religioso, puede caer en el peligro de convertirse en esa preciosa vid de oro a la entrada del santuario que todos admiraban, pero que nunca cambió el corazón de nadie. Sólo permaneciendo en una relación de dependencia e íntima relación con Jesús podemos vivir de manera fructífera. Esa vida da gloria a Dios, pues en nuestra dependencia admitimos la grandeza del creador/labrador que nos cuida y nos limpia para que seamos todo aquello para lo cual hemos sido creados/as.

La imagen de sarmientos dependiendo de la savia de la vid que es Jesús el Cristo es un precioso recuerdo de que hemos sido creados/as, seamos creyentes o no, para vivir en íntima comunión con el creador de cielos y tierra. Su voluntad y deseo que guardemos los mandamientos (Jn 15:10) no es una llamada al legalismo sino una especificación de que Dios ha manifestado a su pueblo desde sus comienzos: “seréis, pues, santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:45). Una invitación a la dependencia y a una experiencia más profunda de su provisión, consuelo y ayuda en tiempos de dificultad. Cuando somos plenamente humanos/as (como Jesús), nuestras vidas dan fruto y glorifican a Dios, y somos sus discípulos/as y seguidores/as. Todo lo demás es hojarasca.