Lectionary Commentaries for April 18, 2021
Tercer Domingo de Pascua

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Evangelio

Comentario del San Lucas 24:36-48

Sergio Rosell Nebreda

Lucas 24:36b-48

Pensaríamos que tras la resurrección de Jesús el Mesías sus seguidores estarían saltando de alegría y dispuestos/as a dar fe de tal inesperado evento a todos/as los/as de alrededor. Lo que nos muestra el evangelio de Lucas es que el Resucitado debe aún convencer a los suyos de que lo acontecido es real… Estamos en los primerísimos días tras la resurrección, así que Lucas nos invita a acompañar al Resucitado en su vuelta, no ya a la vida, sino a los suyos para que por fin entiendan esto que ha sucedido.

Ya en el camino a una aldea llamada Emaús le observamos sosteniendo una primera conversación con dos desanimados seguidores y, mientras caminaban, se les abrió el entendimiento para comprender quién era el personaje que los acompañaba, que les daba ánimo y que les hacía ver que lo ocurrido tenía ya su anuncio en las escrituras de Israel.

Mientras los once, tras el relato de los dos que habían sido testigos de la presencia y súbita desaparición de Jesús, confirman la presencia del Resucitado (24:34), Jesús aparece de improviso en la reunión y les dice: “¡Paz a vosotros!” (v. 36). Lo súbito de la experiencia vuelve a dar los resultados que esperamos: unos apóstoles llenos de asombro y temor, que piensan que a quien tienen delante es un espectro, un fantasma.

Lejos de desanimarse, el Resucitado les afirma que no es una aparición fantasmagórica lo que ven, un espectro, sino que tiene un cuerpo físico, aunque el texto no responde a la pregunta de cómo es que se aparece entre ellos de este modo (v. 37). Sí nos dice que de gozo aún no le creían (v. 41), lo cual es prueba del conflicto en el que se encontraban estos desorientados seguidores. Sea como fuere, Jesús sigue empeñado en hacerles ver que realmente es él: “¿Tenéis aquí algo de comer?” (v. 41) es su pregunta ante tan insistente incredulidad. No soy un fantasma, no solo soy espíritu, ¡soy YO mismo! La vuelta a la vida no es un espiritualismo en la que los sentidos no cuentan, sino que es una vuelta a la vida de forma corporal. Si Jesús, como dirá Pablo, constituye los primeros frutos, podemos inferir que la resurrección de todos los/as demás será de forma similar. Y es que, como decían los Padres de la iglesia, solo se puede salvar aquello que se asume, y la obra de Dios en Jesús es una salvación completa, de todo lo que somos. No nos convertimos en espíritus, sino en “nueva creación,” reflejando la imago Dei que es parte de nuestra constitución humana.

Mientras come, departe con ellos, como lo había hecho antes con los dos en camino a Emaús. De nuevo la gracia que llena sus palabras hace que el entendimiento de sus interlocutores sea abierto (en el original se usa un “pasivo divino” que indica que la acción proviene de Dios). Jesús les demuestra que estaba ya todo predicho en las Escrituras, haciendo referencia a las tres partes de la Escritura hebrea: ley (torá), profetas y escritos (Salmos). Todo habla de él. Aunque lo que presencian es una novedad, el mensaje que les comunica Jesús el Resucitado es que todo esto estaba ya prefigurado; las intenciones de Dios eran claras y manifiestas a pesar de que incluso los suyos no supieron ver las señales.

El autor del evangelio no nos describe la reacción de quienes estaban reunidos allí en ese instante (aunque nos deja ver algo de ello justo al cierre del evangelio en los vv. 52-53). El evangelio de Juan parece dar más detalles en cuanto a la escena y la presenta de forma más dramática con la afirmación cristológica del Dídimo (“¡Señor mío y Dios mío!”) en 20:28, pero en Lucas el Jesús resucitado sigue citando la Escritura para reforzar su mensaje: lo antiguo confirma lo nuevo, como no podía ser de otra manera. Quizás por amor de lo sucinto, el autor del evangelio no nos dice a qué escrituras se refería Jesús, escrituras que hablaban ya de que 1) el Cristo habría de padecer y resucitar, 2) que en su nombre se predicase el arrepentimiento (la metanoia en el original griego, el cambio de vida), el perdón de los pecados, 3) a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Tendremos que esperar al segundo tomo de su obra (el libro de Hechos) para ver cómo todo esto se pone en marcha. Sin embargo, el encargo del Resucitado es claro: “Vosotros sois testigos de estas cosas” (v. 48). Sabemos que esta fue la tarea de las primeras personas cristianas: tuvieron que ser testigos a judíos y gentiles, traduciendo a sus palabras quién era el Cristo de Dios. Esta tarea se nos lega también a todos/as los testigos, por cuanto cada generación tiene que hacer entendible el mensaje del Resucitado a sus contemporáneos.

Pero podríamos preguntar: Jesús, ¿no ves que aun quienes están más cerca de ti tienen que ser convencidos/as para ser testigos? ¿Es que acaso este envío está desde el principio destinado al fracaso? En cierta forma sí, el envío se hace a personas falibles, a veces incluso duras de entendimiento, a quienes hay que convencer hasta de lo que se anunciaba en sus escrituras… ¿Qué nos quiere decir todo esto?

Quizás significa que estamos en buena compañía con los once, que no desentonamos tanto a pesar de las muchas limitaciones que podamos apreciar en nosotros/as. Finalmente, con la llegada del Espíritu, ya anunciado en las Escrituras (cf. por ejemplo Joel 2), se verán libres de las ataduras del miedo y de la incomprensión para ser testigos eficaces. También esto es obra divina, pues así es el Dios de Jesús: dádiva, continua entrega a favor de otros/as. Ser testigos de estas cosas es por tanto vivir una vida plena, no tanto el anuncio de un “cielo” por venir cuanto la posibilidad de vivir el “cielo” en el aquí y el ahora. Porque el poder del cielo viene sobre testigos, hombres y mujeres, para que vivan ahora en la plenitud del Resucitado. Se trata de una celebración constante de la nueva vida, pero en cuerpo y alma, en buena armonía, en la que los seres humanos abrimos nuestros ojos a esa realidad que a veces se nos escapa, quizás por estar más ocupados en hacer que en ser. Toca a cada generación comprender y dar a conocer lo que implica la resurrección de Jesús, y hacerlo como lo hizo él, en medio de la vida, del comer y el beber, pues es así como tiene todo su sentido hablar de su presencia entre nosotros/as.