Lectionary Commentaries for February 28, 2021
Segundo Domingo de Cuaresma

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Evangelio

Comentario del San Marcos 8:31-38

David Cortés-Fuentes

Es conveniente recordar que esta sección del evangelio viene inmediatamente después de la escena de la confesión de Pedro de que Jesús es el Cristo. Así, el primer anuncio de la pasión puede ser interpretado como una descripción de lo que significa ser “el Cristo” para Jesús y su implicación para quienes siguen a este “Ungido.”

La escena tiene cuatro partes: a) Jesús anuncia (claramente) su pasión y resurrección (vv. 31-32a); b) Pedro intenta persuadirlo y Jesús lo reprende “porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (vv. 32b-33); c) la necesidad de tomar la cruz para salvar la vida (vv. 34-37), y d) reciprocidad de no confesar a Jesús ante la gente con su consecuencia en el juicio (v. 38).

Esta escena del evangelio parece sonar como una nota discordante. Hacía unos instantes, los discípulos (por medio de Pedro) habían tenido la oportunidad de confesar su convicción de que Jesús era el Mesías, el Ungido de Dios (8:29). Esta confesión reflejaba la convicción de que Jesús era el cumplimiento de las promesas hechas a través de la Ley y los Profetas. Este galileo encarnaba las esperanzas de libertad y progreso. Este Jesús de Nazaret representaba la oportunidad de restaurar la fe en el Dios de Abraham y sus bendiciones tanto para Israel como para las naciones gentiles. Confesarle como “el Cristo” era el primer paso para una revolución religiosa y espiritual en contraste con las promesas superficiales y falsas de quienes se habían apoderado ilegítimamente del liderato religioso y político del pueblo de Dios. Confesar a Jesús como el Cristo bien puede ser visto como el primer paso de una marcha triunfal para hacer una diferencia en la vida de la comunidad y del mundo.

Sin embargo, Jesús tenía una visión diferente de su próximo viaje a Jerusalén. Esta visión no estaba de acuerdo con las expectativas populares de lo que significaba ser el Mesías. Por eso Jesús comienza a explicar claramente a los discípulos lo que significa ser “el Mesías” desde su perspectiva. Les dice: “le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días” (v. 31). Este primer anuncio de la pasión en el evangelio (como sucede también con los otros dos que están en 9:30-32 y 10:32-34) es seguido por una respuesta que muestra la incapacidad de los discípulos para entender tanto el mensaje como el final de la vida de Jesús. Esta idea de ir a Jerusalén a morir no está de acuerdo con las expectativas mesiánicas de los discípulos, ni de los judíos en el tiempo de Jesús ni del mundo en tiempos de Marcos.

Como en tantas otras ocasiones, la respuesta de Jesús revela que sabía correctamente de lo que estaba hablando. Así como la vida de obediencia lo llevaría a la cruz, Jesús añade que su futuro en Jerusalén marca el patrón de la verdadera perspectiva de discipulado y seguimiento de sus enseñanzas y su estilo de vida. Seguir a Jesús incluye el abandono de los intereses personales y el estar dispuestos/as a tomar su cruz.

Esta es la primera ocasión en que la palabra “cruz” (stauros en el original griego) aparece en el Evangelio según san Marcos. Ser crucificado era uno de los castigos más horrendos, dolorosos y humillantes al cual podía ser sometida cualquier persona (no ciudadana) en tiempos del imperio romano. Los cristianos primitivos entendían que sus vidas corrían peligro por causa de su fe. El mismo Ignacio de Antioquía (quien fue martirizado bajo el emperador Trajano, 110-117 DC) escribió a los cristianos en Roma: “Tened paciencia conmigo. Sé lo que me conviene. Ahora estoy empezando a ser un discípulo. Que ninguna de las cosas visibles e invisibles sientan envidia de mí por alcanzar a Jesucristo. Que vengan el fuego, y la cruz, y los encuentros con las fieras, dentelladas y magullamientos, huesos dislocados, miembros cercenados, el cuerpo entero triturado, vengan las torturas crueles del diablo a asaltarme. Siempre y cuando pueda llegar a Jesucristo” (Carta de Ignacio a los Romanos 5:3).

La respuesta de Jesús a las precauciones de Pedro todavía es difícil para la cristiandad: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (vv. 34-37). Estas palabras llegan al centro del mensaje del Evangelio según san Marcos: el discipulado al estilo de Jesús tiene una escala de valores en la cual hasta la vida misma está subordinada a la fidelidad de quien quiera seguir a Jesús. La seguridad última no depende de los beneficios que puedan ofrecer otras garantías, sino que viene de no avergonzarse del testimonio del evangelio.

El mensaje de esta porción del Evangelio de Marcos sirve para recordar y señalar que una confesión doctrinalmente sana de la identidad de Jesús, como la confesión de Pedro, no es suficiente evidencia de un discipulado saludable. El evangelio requiere que la fe sea acompañada de un testimonio que evidencie la lealtad a Cristo. La opción por los valores evangélicos de justicia, solidaridad, caridad, igualdad y oportunidad para todas las personas puede crear dificultades. Es un reto a dejar de lado las seguridades y la protección del bienestar propio. Tomar la cruz es estar en solidaridad con las personas que sufren, especialmente con las personas que sufren a causa de hacer el bien a los demás. Es imposible afirmar que Jesús es el Cristo y ser indiferente al sufrimiento, el discrimen, el maltrato y el abuso de unas personas sobre otras.