Lectionary Commentaries for September 27, 2020
Decimoséptimo domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Mateo 21:23-32

Sammy Alfaro

Quienes somos o hemos sido pastores/as y/o líderes eclesiales conocemos la importancia de obtener y mantener autoridad espiritual.

Al momento de hacer la transición a una iglesia nueva, quizás no hay cosa más difícil para un/a pastor/a entrante que predicar en presencia del pastor saliente cuya autoridad espiritual sigue vigente. Y cuando un miembro de la iglesia expresa por primera vez su desafección dando a entender que la ex pastora hubiera hecho las cosas de manera distinta, algunos quizás están listos para tirar la toalla. Pero el pasaje que leemos hoy, en el que los líderes religiosos del templo de Jerusalén confrontan a Jesús, se asemeja más a la llegada de un joven ministro a una iglesia tradicionalista con la intención de cambiar todo.  

La purificación del templo en Mateo 21:12-17 fue el incidente que motivó a las autoridades religiosas para interrogar a Jesús. Le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas?” (v. 23). Hasta este punto en el ministerio de Jesús, quizá habían soportado sus hazañas como las de un líder religioso con mucho entusiasmo y convicción, pero con poca astucia política. Anteriormente ya habían tenido que tratar con otro joven ministro que estaba sacudiendo el barco, Juan el Bautista. Pero en sus ojos y para su fortuna, Juan el Bautista se había echado la soga al cuello cuando decidió denunciar la relación adultera del rey Herodes (Mt 14:1-4). Sin embargo, la autoridad espiritual de Juan el Bautista era tan respetada por el pueblo que el mismo Herodes le tenía miedo (Mt 14:5). Esto lo sabían los líderes religiosos que ahora acosaban a Jesús. Lo que no sabían era cómo Jesús los iba a sorprender.

En vez de ponerse a la defensiva y afirmar el origen de su autoridad, Jesús les responde con una pregunta: El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿Del cielo o de los hombres?” (v. 25). Con este típico golpe de genialidad, Jesús calla a los líderes religiosos dejándolos confundidos por la complejidad de una pregunta sencilla. Por un lado, si afirmaban que el bautismo de Juan era “del cielo,” o sea, de origen divino, tendrían que aclarar por qué no le habían creído y apoyado (v. 25). Por otro lado, si catalogaban su bautismo como proveniente “de los hombres,” o sea, una idea humana carente de autoridad divina, entonces se podrían echar al pueblo en su contra ya que era considerado un profeta enviado por Dios (v. 26). Al no poder responder la pregunta capciosa de Jesús, él tampoco se ve bajo la obligación de aclararles la procedencia de su autoridad.

Las confrontaciones entre Jesús y los líderes religiosos habían llegado a un clímax con la purificación del templo. La jerarquía religiosa de Jerusalén buscaba mantener el estatus quo con Roma, solidificar su autoridad religiosa y seguir generando ingresos lucrativos a expensas de las masas que fielmente asistían al templo observando su devoción por Dios. Aunque podemos deducir que no todo el partido religioso en Jerusalén había sido seducido por el poder y la ambición, la realidad es que en los altos puestos de servicio religioso muchos habían optado por buscar sus propios beneficios. Qué triste cuando quienes empiezan con un corazón sincero en las filas del ministerio son seducidos/as por las ganancias económicas y el favor político. Jesús, teniéndolos contra las cuerdas, lanza un gancho a las pretensiones políticas y la hipocresía religiosa de quienes cuestionan su autoridad y les cuenta la parábola de los dos hijos (vv. 28-32).

La historieta que relata Jesús presenta a dos hijos cuyo padre les pide que vayan a trabajar en su viña. El primero responde que no quiere ir, pero después arrepentido va. El segundo asegura que va a ir, pero después no va. Como en otras ocasiones, la parábola tiene el propósito de interrogar a su audiencia, y por eso Jesús les pregunta a los líderes religiosos: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?” (v. 31). Con la cola entre las patas, los interlocutores de Jesús se ven forzados a tragarse el orgullo y admitir: “el primero” (v. 31). Al escuchar su respuesta Jesús declara: “los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios” (vv. 31-32).

Para un grupo que se jactaba de su extrema religiosidad, esta declaración tiene que haberles dolido, pues tanto publicanos como rameras eran considerados/as lo más bajo del pueblo. ¿Cómo podía Jesús invertir los roles de santidad que cada grupo ostentaba? ¿Cómo podían los pecadores ponerse al frente de la línea y avanzar más en su entrada al reino que los líderes religiosos? La razón es muy sencilla. Ellos/as habían respondido positivamente al mensaje de Juan el Bautista al creerle y arrepentirse. En cambio, los líderes religiosos no aceptaron el “camino de justicia” que Juan había trazado (v. 32). Su falta de arrepentimiento ante el mensaje profético de Juan el Bautista, que había venido de parte de Dios, los condenaba.

Y con esto llegamos a la aplicación de esta confrontación. En ocasiones, los/as líderes religiosos/as podemos ser los/as últimos/as en reconocer los cambios espirituales que vienen cuando Dios envía un avivamiento. Ya sea por el deseo de mantener el programa o liturgia de la iglesia o por el afán de no perder miembros o ingresos monetarios, en ocasiones los/as líderes eclesiásticos/as tememos el cambio. ¿Será que perdimos la visión espiritual o no podemos darnos cuenta cuando Dios está haciendo algo nuevo? Quizás no estemos en la situación de los líderes religiosos que confrontaron a Jesús, pero debemos aprender que el cambio es inevitable y necesario.

Si algo debemos aprender de la pandemia presente es que el tiempo de rehusar avances tecnológicos ha quedado atrás. Las generaciones de jóvenes y niños que son parte de la iglesia hoy crecieron en un mundo en el que la tecnología siempre ha estado en la punta de sus dedos. Y mientras la iglesia discute si usar plataformas cibernéticas para predicar el evangelio, las redes sociales ya han cautivado su imaginación y atención. Por algo quizás Jesús nos llamó a lanzar nuestras redes (Lucas 5:4).