Lectionary Commentaries for December 23, 2012
Fourth Sunday of Advent (Year C)

from WorkingPreacher.org


Evangelio

Comentario del San Lucas 1:39-45, (46-55)

Diana Rocco Tedesco

Y ya llega el momento esperado.

Estamos ahí, cerca del acontecimiento. El Evangelio de Lucas abunda en detalles sobre el nacimiento. Aquél que estamos esperando, ya llegó. Los otros, básicamente, comienzan la obra de Jesús con su bautismo, salvo el Evangelio de Juan que agrega en su comienzo, como sabemos, un capítulo muy difícil, sobre el Verbo antes y después de la Encarnación y su relación con el Padre… pero del nacimiento…nada. Mateo habla de la concepción virginal, lo que para los judíos de Antioquia, de donde posiblemente proviene este Evangelio, era fundamental para poder diferenciar al Jesús histórico del Mesías. El Jesús histórico era el Mesías, dice Mateo, y fue concebido virginalmente y adorado desde su nacimiento. Luego relatará la huída a Egipto y ya de lleno la obra de Juan el Bautista, antes de entrar a la obra del mismo Señor Jesucristo. Es decir, esta larga introducción sobre el nacimiento y los sentimientos de María, la anunciación, el relato de la visita a Elizabet, sólo la presenta el Evangelio de Lucas. En Mateo, en sueños, el ángel le habla a José. La genealogía que antecede es sobre José. Es decir, María como la gran protagonista, aparece sólo en Lucas.

Con esto en mente y con la visión de un ícono griego que presenta una María con su hijo en brazos, pero con la mirada muy pero muy triste… trataremos de entender el texto del evangelio del cuarto domingo de Adviento.

El ícono nos recuerda que el Señor llega, está aquí, pero también que su misión lo llevará a enfrentarse polémicamente con el Templo y con el Imperio. Su vida terminará de forma muy dura, sufriendo la tortura de la cruz junto a dos ladrones. Es decir: viene a cumplir con el amor de Dios, que nos redimirá en su encarnación, pero María sabe que la salvación no será gratis. Su Hijo viene, se encarna, entra a la historia, pero para morir.

Pero Lucas escribe desde el gozo y la esperanza, pues tiene en mente no sólo la muerte del Mesías, sino también su resurrección. En su relato María es una madre que sí recibe la visita del ángel, ella, no José, y que se pone a disposición del plan salvífico con un Magnificat, que es en realidad un himno de alabanza al Señor de la historia.

En función del Magnificat, muchos teólogos, ya en los primeros siglos del Cristianismo utilizaron estos versículos para lograr que las vírgenes de la Iglesia tuvieran en mente la imitatio Mariae (imitación de María). Es decir buscaron con este relato modelar una mujer obediente, callada, encerrada en el espacio privado.

Por eso nos agradaron y transcribimos unas palabras de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, el célebre arzobispo salvadoreño que murió asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral el 24 de marzo de 1980. Las palabras de Monseñor Romero que vamos a citar, de su homilía del Cuarto Domingo de Adviento el 23 de diciembre de 1979, sin evitar el rol protagónico de María como madre, enaltecen sin embargo a las mujeres en lugar de buscar convertirlas en “siervas” y ni siquiera de Dios, sino de la estructura eclesiástica.

Dice Monseñor Romero:
“Como un gran honor a la mujer quisiera decir: que toda mujer embarazada es Adviento. Es anuncio de una vida que llega. Y por eso, ¿cómo va a difamar y a ultrajar la Iglesia la figura de la mujer? Al contrario, la enaltece y la engrandece, y quiere defenderla de todo lo que la ultraja y la hace menos grandiosa.

María se presenta en el Evangelio de hoy fecunda de esta salvación que ya ha venido y que va en sus entrañas.

Isabel la llama la Madre de mi Señor. ¡Qué encuentro más maravilloso el de estas dos mujeres!

“Dichosa porque has creído -dice el evangelio que saluda Isabel a María-, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”:

¿Qué le ha dicho el Señor a Maria? Le ha revelado el proyecto de salvación.

Cristo salva desde la encarnación, la cruz, la resurrección y la gloria = kenosis. O sea, aquí está ese circuito de la salvación. ‘Vine del Padre y me sometí a la humillación de la muerte, ahora regreso otra vez al Padre llevándome la salvación de los hombres.’ Este es el proyecto salvador de Cristo, lo cual supone lo que en Teología se llama la kenosis, o sea: la humillación de aquel que siendo Dios se despoja de su rango de Dios para hacerse hombre, más aún, un ajusticiado. Un hombre que sufre la injusticia en su propia carne y le ofrece a Dios el holocausto de su sufrimiento para que todo aquel que crea en él sea salvo. María es la autora de esa carne del Hijo de Dios que por voluntad del Padre ofrece en el holocausto de la cruz el sacrificio que salva al mundo.”

Durante los primeros siglos del cristianismo, los cristianos fuimos objeto de mofas de los romanos por esta creencia. Y el mismo Evangelio se hace eco de estas burlas: ¿cómo puede este campesino de Nazaret, al que conocemos, cuyo padre y madre eran José y María, ser el Mesías? Los romanos decían que estas eran creencias de niños, mujeres y esclavos… tal vez los primeros creyentes, los que creen sin temor, los que necesitan la esperanza que venimos proclamando hace cuatro domingos ya…

Pero la certeza de que el Mesías viene, vino, resucitó y hoy está a la diestra del Padre y sin embargo nos acompaña cada día, es nuestra, es de todos y de todas, y además tratamos de compartirla con los que dicen que no creen, que igual sabemos son objeto de salvación. Muchos en esta sociedad secularizada piensan que la Navidad es una ocasión para festejar… ¿qué? No lo saben. No les interesa. Es solamente un feriado, una fiesta. Así que una intensa predicación acerca del significado de esta venida debe acompañar nuestra alegría. Que todos sepan que el hijo del carpintero, el humilde campesino, fue y es efectivamente nuestro Mesías. El que resucitó. El que dijo que las leyes que agobiaban a los judíos estaban al servicio del hombre y no al revés. El que osadamente hablaba con las mujeres en público y además las recibía como sus discípulas…el que murió en una cruz, pero resucitó y está al lado nuestro, acompañando nuestros vacilantes pasos y nuestras alegrías y penas, porque él también las vivió y entiende perfectamente a nuestros corazones.

¡Dios es amor y vive! Ese es el mensaje del cuarto domingo de Adviento. Él está aquí y nos acompaña a través del difícil arte de vivir. Como dijo Pedro Casaldáliga, obispo emérito de una diócesis católico-romana en Brasil, en una entrevista reciente: “Nacer y morir es fácil. Lo difícil es vivir”…bueno, no estamos solos en ese camino difícil, el angosto, el de las tentaciones, el del olvido, olvido del prójimo, de los que nos necesitan… Y Él es la memoria, la ayuda, el nacimiento de una nueva era, la era de la esperanza.

Y ya que recordamos a tantos que caminaron por el sendero angosto, recordaremos también las palabras del reconocido teólogo y pastor metodista argentino José Míguez Bonino, fallecido el 30 de junio de 2012, en un sermón que le escuché hace diez años, y que pude “devolverle” en una de mis últimas visitas en las que se mostraba preocupado por lo que vendría después de la muerte: “La muerte no es el fin; vida eterna significa que seguiremos en comunión con Él aún después de pasar por ese momento.” Dios con nosotros y nosotras, eso significa Emmanuel. Dios con nosotros, esa es nuestra esperanza. Dios con nosotros, venciendo al pecado y a la muerte. Dios con nosotros en nuestras alegrías y en nuestras tristezas. Dios con nosotros y nosotras. Aleluya, gloria a Dios y paz en nuestros corazones. Todo eso es la Navidad. Todo eso es lo que esperamos y sabemos que llega y llegará, cada día de nuestra vida.