Lectionary Commentaries for December 11, 2011
Third Sunday of Advent (Year B)

from WorkingPreacher.org


Evangelio

Comentario del San Juan 1:6-8, 19-28

J. Manny Santiago

La Iglesia se prepara, pero también testifica de la presencia de Cristo en medio nuestro.

Adviento es, después de todo, el tiempo de espera por la manifestación de Dios. Sin embargo, esta espera sería nula si no es acompañada por acciones de testimonio. Es quizás ésta la razón por la cual el evangelista en el prólogo al evangelio de S. Juan presenta a Juan el Bautizador como el Testigo.

El pasado domingo vimos a Juan el Bautizador como la persona preparando el camino para la manifestación de Dios. Hoy, seguimos con este tema, pero desde la perspectiva del testimonio.

Juan, prólogo de Jesús
El evangelio de S. Juan comienza con el conocido “Prólogo” en el cual se nos presenta a Jesús como el Verbo o la Palabra de Dios. Estudiando el evangelio de S. Juan, y en especial el comienzo de dicho escrito, es interesante notar la forma en que nos podemos acercar a éste de la perspectiva de la literatura. Todo buen libro tiene un prólogo. El prólogo es parte de la acción de la obra. Esta parte de cualquier escrito nos introduce a lo que le prosigue.

De esta misma manera, el evangelio de S. Juan contiene un prólogo. Éste está lleno de acción: el Verbo Divino se manifiesta a la gente, el Verbo es el mismo que estuvo presente en la creación, el Verbo es Dios. La poesía del escrito es hermosa. Los movimientos literarios que S. Juan utiliza en este evangelio nos recuerdan las hermosas liturgias de la Iglesia. Nos movemos de lo eterno, lo alto, lo divino — “En el principio era el Verbo” (Jn. 1.1a) — a lo terrenal, lo bajo, lo humano — “Y el Verbo se hizo carne” (Jn. 1.14a). Sin embargo, pareciera que la historia de S. Juan el Bautizador que encontramos primero en S. Juan 1.6-8 se presenta en la historia de manera súbita. Ésta súbita irrupción de S. Juan el Bautizador en la historia pareciera fuera de lugar. Pero no necesariamente es así.

Cuando leemos de cerca el texto del evangelio nos damos cuenta que S. Juan el Bautizador sirve como prólogo de la historia de Jesús de Nazaret. Así como S. Juan el Bautizador irrumpe en la historia, Cristo — Dios en carne — irrumpe en la historia humana. No es un accidente, pues, que el escritor del evangelio utilice la historia de S. Juan el Bautizador en medio de su escrito. Es más bien, un recuerdo de que Dios tiene formas innovadoras de presentarse en medio de Su gente.

La predicadora y el predicador pueden acercarse a esta lectura desde esta perspectiva. La congregación puede ser llamada a ser portadoras de las buenas nuevas a la luz del ejemplo de S. Juan el Bautizador. Además, se puede presentar la idea de una Divinidad que irrumpe en la historia para cambiarnos la forma en que nos relacionamos a Dios. Dios lo hizo no una, sino dos veces. Primero a través de enviar a S. Juan el Bautizador como testigo y profeta de Cristo. Segundo, Dios irrumpe en la historia en forma humana, en la persona de Jesús de Nazaret, a quien el Bautizador proclama. ¿Está la Iglesia irrumpiendo en la historia contemporánea de tal forma que el mundo ve a Dios moverse en medio nuestro?

Juan, testigo de Cristo
En la perícopa para este Tercer Domingo de Adviento Juan el Bautizador se nos presenta como testigo. Ésta es la otra perspectiva que puede ser presentada a la congregación. En los versos de S. Juan 1.19-28 encontramos una historia fascinante con respecto al rol que S. Juan el Bautizador juega en la proclamación del evangelio.

El autor del evangelio de S. Juan se refiere a “los judíos” para designar a la clase religiosa dominante. En este sentido, es preciso hacer claro que no estamos hablando del pueblo judío como un todo, sino que el autor se refiere a una clase en particular. ¿Cómo podemos tener certeza de esto? Pues el hecho de los personajes principales del evangelio son judíos: Juan el Bautizador, Jesús de Nazaret, los discípulos que encontramos más adelante en el mismo capítulo, todas estas personas son judías. Por esto, es importante entender el contexto en el cual S. Juan escribe.

Siendo que las autoridades religiosas judías — el estatus quo — es al que S. Juan se refiere, podemos ver el intercambio entre S. Juan el Bautizador y “los judíos” como una presentación del plan de Dios para la gente. A la pregunta “¿Quién eres tú?”, el Bautizador responde con una afirmación profética. Juan el Bautizador no es ni el Mesías, ni el Profeta. Juan es la voz proclamadora de quienes esperan el advenimiento del Mesías. En este sentido él es profeta, pero no en la misma forma en que Elías lo fue. Ya no es un profeta que proclama juicio a las naciones sino que es un profeta que proclama la manifestación de Dios a la humanidad quien ya está en medio nuestro.

Juan se convierte en testigo de algo que ya es realidad. Esta es una forma novedosa de profecía. Esta es, precisamente, la forma profética que la Iglesia contemporánea ha de vivir. Dios ya vive en medio de Su pueblo. Cristo ya está presente, por la acción de la Tercera Persona de la Trinidad, en medio nuestro. Por lo tanto, la Iglesia debe ser testigo de esta presencia continua de Dios en medio nuestro.

Cuando el mundo pregunta, ¿Quién eres tú?, la Iglesia ha de responder, “en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis” (Jn. 1.26b). El Bautizador, como buen testigo, no se presenta a sí mismo como el punto final, sino que apunta a la persona que verdaderamente está presente en medio nuestro: el Dios hecho carne que irrumpe en nuestras historias para transformarlas.