Lectionary Commentaries for August 28, 2011
Undécimo domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Mateo 16:21-28

Alvin Padilla

Al profesar, en nombre de todo el grupo discipular, a Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios viviente, Pedro es digno de ser felicitado por el Maestro (Mt 16.13-20).

Pero aunque esa profesión es de suma importancia en la vida cristiana (el discipulado), es imposible ser discípulo sin la cruz de Jesús. El clímax de la profesión petrina es ahora templado por la realidad de que Pedro no lo entendió todo de un instante; le queda mucho más que aprender. La clarificación del mesianismo de Jesús es el tema central de esta sección de Mateo 16.21-20.34, la jornada de Galilea hasta Jerusalén. 

Notas Exegéticas
La expresión «desde entonces comenzó Jesús . . .» indica un cambio literario en el evangelio. En 4.17 la misma expresión señala el comienzo del ministerio público de Jesús. De 16.21 en adelante el ministerio público cambia en énfasis. Ahora el propósito es definir con más meollo la identidad mesiánica de Jesús. La inevitabilidad de la muerte de Jesús como consecuencia lógica de su postura vis a vis la ideología del poder. Jesús concentra su enseñanza en el grupo de discípulos (comparado con 4.17-16.20, las referencias a las multitudes son pocas y solamente dos milagros son narrados en esta sección), aclarando lo que verdaderamente es un discípulo de Jesús. Tres veces en esta sección del evangelio Jesús hace referencia directa a su pasión, muerte y resurrección (16.21-24; 17.22-23; 20.17-19).

En 16.17 Jesús amonesta a sus discípulos a no hacer notorio su identidad mesiánica.  Aquí encontramos la razón: el mesianismo de Jesús es diferente a la versión popular que obviamente incluye la opinión de Pedro y el resto de los discípulos. La frase «es necesario» implica que el mesianismo de Jesús es  conforme a la tradición bíblica (Salmos 22 y 69; Zacarías 9-14; Isaías 52.13-52.12) y no a la expectativa popular (triunfalismo); esto es, su fin en Jerusalén en manos de sus adversarios es inevitable. Aquí la frase «es necesario» equivale a «la voluntad de Dios.» Los tres grupos mencionados por Jesús (ancianos, principales sacerdotes y escribas) denotan los líderes religiosos y políticos, o sea, el grupo élite de la sociedad judía de esos tiempos. El Sanedrín (el grupo concejal compuesto de estos tres grupos) estaba constituido por los poderosos que dominaban la política, la religión y todo aspecto de la vida de quien se identificara como judío. La mención de la ciudad de Jerusalén localiza los poderosos en el centro del poder, la capital cultural, religiosa y política. En Mt 2.3 toda Jerusalén se alborotó cuando los sabios se presentaron en busca del recién nacido rey de los judíos; en breve ese alboroto producirá su fruto rechazando al rey de los Judíos (véase Mt 21.1-11), crucificándole en el Monte Calvario. Ha de notarse que las tres veces que Jesús anuncia su muerte Jesús incluyen referencia a su resurrección de entre los muertos. La muerte no tiene la última palabra; el Espíritu de Dios en Jesús triunfará al fin.

La idea de un mesías sufriente es incomprensible para la mentalidad popular para los judíos del primer siglo; incluso para el apóstol que tan recientemente disfrutó de una maravillosa revelación divina. Al escuchar las palabras de Jesús, Pedro seguramente piensa que el Señor Jesús no comprende claramente las implicaciones de ser el Mesías, y por tanto reacciona impulsivamente. En la relación maestro-discípulo, el discípulo jamás corregía a su maestro. Aquí Pedro lo intenta. Sus palabras, « ¡En ninguna manera esto te acontezca! » revela el mesianismo que Pedro se imaginaba para su maestro. Abrazando una postura triunfalista, Pedro no se puede imaginar que el Mesías fuese rechazado por los líderes religiosos y menos que lo maten.  Por tanto, Pedro asume control del asunto, abandona su posición como discípulo (él debe estar detrás de su maestro, siguiéndole), y reprende a su maestro. Aparentemente la revelación de parte de Dios (Mt 16.13-20) no incluye conocimiento completo y Pedro depende de lo que su experiencia como ser humano le ha enseñado: el más poderoso vence a los más débiles. La realidad es que aunque gozamos de la revelación de Dios (la Palabra de Dios–la Biblia) la cultura y el tiempo en que cada uno de nosotros vive ejerce su poder tratando de someter la Palabra de Dios a nuestra interpretación cultural. Lo contrario ha de ser la realidad–interpretemos nuestra cultura y experiencia personal por la Palabra de Dios.

La proclamación desde el púlpito cristiano de esta falta apostólica ha de ser declarada con caridad, conmiseración y entendimiento. Ninguna persona allí congregada con Jesús hubiese comprendido de antemano el mesianismo sufriente de Jesús. La perspectiva histórica-cultural limitaba una concepción mesiánica aparte del triunfalismo. Para todos, las palabras “mesías” y “sufrimiento” eran antagónicas. El mesías viene al mundo para  terminar con el sufrimiento; no a sufrir. Viene a triunfar; no a perder. En el relato bíblico solamente la mujer que unge a Jesús en preparación para su sepultura (Mt 26.5ss y paralelos) capta la idea de que la muerte es parte del mesianismo de Jesús.  

En Mateo 4.8-11, Satanás le ofrece a Jesús todos los reinos de la tierra si éste (Jesús) abandona el plan de Dios (la cruz) y adora al enemigo de Dios. Pedro demuestra que ha sido influenciado por esta perspectiva de triunfo sin sufrimiento y por tanto Jesús identifica a este apóstol como agente del enemigo de Dios. Pedro ha permitido que la perspectiva humana domine su manera de pensar y actuar. Por tanto es un tropiezo para Jesús. Esta falta de Pedro ofrece una excelente oportunidad de articular el peligro de las buenas intenciones. No cabe duda de que Pedro tenía muy buenas intenciones al reprender a su maestro. Este apóstol desea lo mejor para su maestro–el triunfo mesiánico y la glorificación del plan de Dios con su pueblo. Pero aun las buenas intenciones pueden ser artimañas satánicas y el fin no justifica los métodos y esfuerzos cuando estos contradicen la voluntad de Dios. ¿Cuántas veces en la iglesia encontramos que las muy buenas intenciones conducen a desastres? Tenemos las buenas intenciones de que toda persona se sienta aceptada y cómoda en nuestro grupo; por tanto no exigimos de ellas una vida que honre el llamado a ser discípulo. Más adelante Jesús enfatizará esta realidad en su dicho sobre tomar la cruz.

El maestro le recuerda a Pedro qué postura ha de seguir. La frase «quítate delante de mi» implica que Pedro se ha puesto frente a su maestro, pero el lugar apropiado del discípulo es detrás del maestro. En otras palabras, Jesús le recuerda a Pedro que él es un discípulo y que su lugar es seguir y aprender de su maestro. Más adelante Jesús amonesta a sus discípulos a tomar su cruz y «sígame», esto es, que se mantengan detrás del maestro, aprendiendo de él.

Jesús termina sus palabras exclusivas para Pedro y ahora se dirige a todo el grupo discipular. Todo aquel que quiera ser discípulo debe tomar su cruz y seguir al maestro. La cruz  es una imagen política deshonrosa, de humillación, dolor, desprecio social, marginalización, condenación y muerte. Negarse a sí mismo demanda que uno esté dispuesto a sufrir hasta la muerte. Crucifixión en el imperio Romano era una cruel forma de ejecución (vea Tácito, Anales 15.44.4; Seneca, De Ira 1.2.2) y era considerada como la más lamentable de las muertes. Reservada para ofensas contra el estado (insurrección) y otros traidores, la ejecución se llevaba a cabo en un lugar público para disuadir a otros de continuar los pasos del ejecutado. En la tradición judía, la crucifixión se asociaba con la maldición de ser colgado en un árbol (Dt 23.21; Gal 3.13). Por tanto el llamado de Jesús es un llamado escandaloso, un llamado a sufrir el martirio. Toda persona que decida seguir a Jesús (ser su discípulo) corre el riesgo de ser clasificado como un insurrecto, alguien que se opone al estatus quo, que va contrario a la cultura dominante; alguien que se identifica con los márgenes de la sociedad (inmigrantes, indocumentados, despreciados, los «pecadores» de los evangelios). Esta asociación con los don nadie asegura que el discípulo se asemeje a uno de los desdichados de la sociedad. Esto implica que el desprecio, las injurias y oprobios lanzados contra los don nadie serán igualmente dirigidos a los discípulos. 

Hoy día corremos más el peligro de ser aceptados por la sociedad dominante que ser identificados con los despreciados. Preferimos elogios a oprobios, consolación a injurias y aprecio a la burla, y por tanto el riesgo que tomamos es en realidad el de ser identificados con el opresor. En este pasaje Jesús describe esta acción como «querer salvar la vida.» Viendo la realidad de la cruz y su sufrimiento, muchos buscan la forma de evitar su oprobio. En realidad estos pierden su vida. ¿Por qué? Porque la vida que viven no es la vida con Dios, la vida eterna. Al contrario, quienes pierden su vida, quienes se identifican con Jesús, en realidad se ganan la vida. El uso del término «vida» en esta perícopa implica que Jesús tiene en vista la vida después de la muerte, esto es vida eterna. Aquel o aquella que prefiere la aceptación de esta vida física y sus recompensas se gana la vida ahora, pero pierde lo eterno por lo pasajero. Mientras que quien pierde su vida, esto es, su vida no llega a la meta de favor que nuestra sociedad asigna como vida de valor, en realidad se gana la vida. La paradoja es alarmante ya que todos nosotros diariamente corremos el riesgo de buscar la forma de acomodar nuestras vidas de tal modo que seamos aceptados y elogiados (ganándonos la vida presente), y echamos a un lado la posibilidad de asociarnos con Jesús y su mensaje radical. 

Esta perícopa ofrece a la comunidad de fe una nueva oportunidad de identificarse con aquellos que son despreciados por la sociedad, los débiles y desamparados, aquellos que no tienen quien les socorre. Esta identificación implica que uno predica el reino a estos y por tanto el poder del evangelio que da libertad a los encarcelados, alimento a los hambrientos, y sanidad a los enfermos. Cuando la Iglesia de Cristo realiza el ministerio de compasión en su sociedad, hace la obra de Cristo y por lo tanto anuncia las buenas nuevas de salvación. 

Finalmente, es notable que este llamado al discipulado está dirigido a aquellos que ya habían decidido seguir al Señor Jesús. Muchos siguen a Jesús, escuchan su enseñanza, atestiguan sus milagros, le confiesan como el «Mesías, el Hijo del Dios Viviente.» Pero aun así, ahora reciben un segundo llamado a estar dispuestos a perder sus vidas por causa de Jesús. Semanalmente muchos se sientan en los escaños de la iglesia y oyen el mensaje, mas pocos son los que verdaderamente escuchan y responden al llamado radical.  No obstante esta falta, el predicador, fortalecido por el poder del Espíritu Santo de Dios debe anunciar la necesidad de perder la vida por la causa de Cristo. Solamente así se puede vivir auténticamente.