Lectionary Commentaries for November 7, 2010
Vigésimo cuarto domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 20:27-38

Andrés Albertsen

El evangelista dice que los saduceos negaban la resurrección de los muertos y en Hechos de los Apóstoles se añade que para ellos no había ángeles ni espíritus (23:8).

El doctor René Krüger (en su Estudio Exegético Homilético 056 [7 de noviembre de 2004] [Buenos Aires: Instituto Universitario ISEDET], 1-4) explica que los saduceos constituían un grupo surgido del sacerdocio y de la aristocracia local, que mantenía buenas relaciones colaboracionistas con los representantes y ejecutores del dominio romano sobre Israel. La mayoría de los sacerdotes como también de los aristócratas eran saduceos.

René Krüger agrega en su estudio que “los saduceos basaban su negación de la fe en la resurrección en su aceptación exclusiva de la Torá y el correspondiente rechazo de toda la demás evolución escriturística (Profetas y Escritos) y oral (tradiciones de los padres). Como la Torá no contiene información sobre la resurrección, sostenían que no se podía creer en ella.” René Krüger sigue diciendo que también rechazaban la apocalíptica, “empalmándose aquí dos cuestiones: el rechazo a nivel doctrinal, sostenido por el hecho de que esa evolución del pensamiento religioso se apartaba de la Torá; y el rechazo ideológico, pues la apocalíptica implicaba una crítica teológica total de los imperios, mientras que los saduceos usufructuaban muy bien de las ventajas económicas que les suministraba su acomodo al imperio romano. Jugando algo con la simbología, incluso puede decirse que el ‘materialismo’ de las concepciones religiosas de los saduceos (el no a los ángeles, espíritus y a la resurrección) condice con su postura materialista en cuestiones socioeconómicas (su amor a las riquezas, su elevado estatus social, su manejo del poder religioso, su apego al poder político).” René Krüger aporta también el dato de que los fariseos, más bien populares e insertados en las clases bajas, que rivalizaban con los saduceos por el control religioso, “creían en el destino planeado, ordenado y ejecutado por Dios”, mientras que “los saduceos no compartían nada de esa creencia, sino que afirmaban el libre albedrío sin restricción alguna. Los fariseos esperaban en el Mesías, los saduceos no creían en ningún mesías — claro, hubiera sido un estorbo para esas vidas tan bien acomodadas.”

Levirato y matrimonio
Los saduceos presentan a Jesús un caso construido sobre la “ley del levirato” enunciada en Deuteronomio 25:5-10 para demostrar que no tenía ningún sentido la resurrección de los muertos. De este modo no sólo obligan a Jesús a pronunciarse sobre la resurrección, sino que también le ofrecen la oportunidad de hablar sobre el levirato. Jesús no dice nada y su silencio puede interpretarse como una aceptación de levirato como institución perfectamente válida. Por eso es muy llamativo que el levirato desaparezca por completo cuando el cristianismo comienza a ser proclamado a los gentiles de la mano del apóstol Pablo. Pablo podría haber abogado por el levirato en el largo capítulo que dedica al ordenamiento de la sexualidad y de la convivencia en 1 Corintios 7, y sin embargo no dice una sola palabra sobre el tema.

Jesús responde que no es la ley del levirato lo que invalida la resurrección, sino que es al revés; es la resurrección lo que pone fin a la ambigüedad que necesariamente caracteriza a todas las instituciones destinadas a ordenar la sexualidad y la convivencia. No podemos evitar enmarcar la sexualidad y la convivencia en instituciones, pero Jesús nos enseña a no absolutizar ninguna forma institucional. Además cabe aclarar que la resurrección no supone la eliminación de la sexualidad. Dice el teólogo Carl Braaten que “el problema de ‘por qué no habrá matrimonio en los cielos’ es algo que solamente puede ser imaginado en términos de una completa erotización de todas las personas indefinidamente sin restricción genital. ¡Pero esto hace estallar mi mente!” (página 185  en Escatología y Ética, traducción del original inglés de 1974  y publicado en Buenos Aires por La Aurora en 1977). En este comentario Braaten sigue a Karl Barth quien propone leer la descripción de una sexualidad inequívoca y desinstitucionalizada que hace el Cantar de los Cantares como una imagen del reino de los cielos.

Resurrección
En el estudio mencionado antes René Krüger muestra que Jesús, al poner en su respuesta a Moisés como principal testigo de la resurrección, invoca la única autoridad indiscutible para los saduceos, o sea que los enfrenta y derrota en su propio campo: “Jesús invierte el sentimiento de soberbia que inspiraba a los saduceos como supremos conocedores de lo que estimaban ser la única revelación divina (la Torá), demostrándoles que ellos no conocen las Escrituras.”

Pero también tenemos que leer en la respuesta de Jesús una polémica con el pensamiento griego (platónico) y helenístico. Cito otra vez a Krüger: “la existencia en el eón nuevo o futuro no es un paso automático relacionado con una ‘entidad’ inmortal propia de los ‘hijos de este eón’; sino que es la resurrección la que transforma, transfigura, cambia (o como siempre se quiera decir) lo natural y mortal. La resurrección y no un paso ‘natural’ es causa y condición de la filiación divina.” Y agrega: “Fuera de la comunión con Dios, la esperanza en la resurrección es totalmente insegura. Es, en el mejor de los casos, un postulado filosófico relacionado con la idea de la inmortalidad; y en el peor, una proyección de lindos deseos nacidos de la desesperación que nos causa la realidad de nuestro propio fin.”

Yo estaría dispuesto a aceptar que alguien niegue la resurrección de los muertos. Pero le exigiría que tenga siempre presente en su recuerdo a las víctimas de la historia y que se comprometa con la lucha en favor de un mundo mejor a sabiendas de que sólo serán lícitas las acciones que no necesiten de reparaciones fuera de este eón. (Véase El sentido de la Historia de Manuel Fraijó, Cristiandad, Madrid, 1986).

El sólo pensar en la trascendencia preocupante que en este caso adquirirían mis acciones y en que cualquier error de mi parte podría ser irreparable, a mí me paraliza y me obliga a creer en la resurrección.