Además de que en él Jesús ora con frecuencia y en puntos claves de su vida (Lc 3:21; 5:16; 6:12; 9:18, 28–29; 11:1; 22:41, 44), el Evangelio de San Lucas contiene dos instrucciones importantes sobre la oración.
Interpretación de la Lectura La primera ocurre en 11:1-13, donde se encuentra el Padre Nuestro (11:1-4), la parábola del amigo inoportuno (11:5-8), y los dichos acerca del afán de Dios por responder a las oraciones (11:9–13). La segunda de estas enseñanzas ocurre en 18:1-14, y contiene esta parábola de la viuda y el juez injusto (18:1-8) y la parábola del fariseo y el publicano (18:9-14).
No es tan difícil entender el sentido de esta parábola. De hecho, el primer versículo de la lectura nos informa que se trata de “la necesidad de orar siempre y no desmayar” (v. 1). O sea, mientras que en la parábola del amigo inoportuno en 11:5-8 se trata más bien de ser insistente en la oración, en esta se trata de ser persistente en la oración. Es una marca de la fe ser persistente en la oración hasta que vuelva el Hijo del hombre (v. 8), y se nos promete que Dios responderá con justicia a quienes “claman a él día y noche” (v. 7). Según los vv. 7-8, la parábola no nos manda a orar continuamente, sino que nos indica que la fe en Dios y en su capacidad de responder con justicia debe de ser la base de nuestras oraciones. Dios no abandonará a las personas elegidas, y por eso hay que mantener fe en que Dios nos escucha mientras esperamos el regreso de Jesús (la mención del Hijo del hombre en el v. 8 conecta esta parábola con la sección anterior, 17:20-37, que trata acerca del retraso en el regreso del Hijo del hombre).
El juez de la parábola no es ni un símbolo ni un sustituto para Dios. Él no teme a Dios ni respeta a las personas (v. 2), y por eso es considerado un carácter malo o negativo. Lo que sucede en esta parábola es un argumento “de lo menor a lo mayor” o “de lo peor a lo mejor,” un tipo de argumentación común en el judaísmo antiguo. Se presenta un ejemplo que es “menor” o “peor” que Dios (aunque sea un ejemplo admirable) para entonces proponer que Dios es infinitamente “mayor” o “mejor” (otro ejemplo de este tipo de argumento puede verse en Lc 11:9-13). Aquí, hasta el juez injusto por fin le rinde justicia a la viuda, aunque no por una razón honorable (vv. 4-5). Si un juez tan injusto puede hacer justicia a los pobres y los marginados de la sociedad, ¡cuánto más Dios “hará justicia a sus escogidos!” (v. 7). Según la misma lógica, se pueda ver una analogía similar entre la viuda y los discípulos de Jesús: Si las súplicas persistentes de la viuda desamparada triunfan sobre la obstinación del juez injusto, ¡cuánto más triunfarán las oraciones persistentes y fieles de las personas creyentes en obtener una respuesta del Dios justo!
Sugerencias para la Predicación El contraste en este caso es entre un juez y una viuda. En sus parábolas, Jesús tiene la manía de presentar a personas despreciadas o abandonadas por la mayoría de la sociedad como personajes que sirven como ejemplos para seguir (p.ej., 10:29-36). La viuda estaba entre las personas más abatidas y vulnerables de la sociedad palestina en aquel tiempo; era una persona a quien se le negaba la justicia constantemente (Is 1:23; Sal 94:6; Mal 3:5; Lc 20:47; cfr. Ex 22:22-24; Dt 10:18; 24:17; Is 54:4; Lam 1:1). Sin embargo, su persistencia en exigir justicia es un modelo para nosotros y nosotras. Uno podría predicar sobre la posibilidad de que las personas pobres y vulnerables nos enseñen a los demás cómo deberíamos relacionarnos con Dios (pero con mucho cuidado para no presumir que uno tiene el derecho de hablar por ellas). Muchas veces, aquellas personas a quienes se les niega la justicia son las más fieles y quienes más intensamente creen en la capacidad de Dios para escucharlas, porque viendo cómo los demás seres humanos les han fallado, creen que en última instancia sólo dependen de Dios para su sostenimiento.
Es obvio que con esta lectura uno también podría predicar sobre los méritos de tener fe en la eficacia de la oración. Se puede predicar sobre tener fe en que nuestras oraciones son efectivas y son escuchadas, aunque a veces no nos parezca que sea el caso. Jesús nos presenta un caso en el cual había posibilidades casi nulas de que la viuda lograría ser escuchada. Imagine cuantas veces fue rechazada por el juez. ¿Cuántas veces nos parece que nuestras oraciones no reciben respuestas? Jesús mismo sabe que a veces dudamos del poder de la oración, y nos da el ejemplo de una situación que parecía imposible, pero en la cual lo improbable sucedió. La viuda fue finalmente escuchada por alguien sin ninguna inclinación a prestarle atención. ¿Tenemos fe en que Dios es más justo que este juez, y en que Dios tiene toda la inclinación para escucharnos? ¿O nos desalentamos demasiado pronto creyendo que nuestras oraciones no son oídas? El desafío aquí es tener tal tipo de fe y ser persistente en ella hasta el final.
Además de que en él Jesús ora con frecuencia y en puntos claves de su vida (Lc 3:21; 5:16; 6:12; 9:18, 28–29; 11:1; 22:41, 44), el Evangelio de San Lucas contiene dos instrucciones importantes sobre la oración.
Interpretación de la Lectura
La primera ocurre en 11:1-13, donde se encuentra el Padre Nuestro (11:1-4), la parábola del amigo inoportuno (11:5-8), y los dichos acerca del afán de Dios por responder a las oraciones (11:9–13). La segunda de estas enseñanzas ocurre en 18:1-14, y contiene esta parábola de la viuda y el juez injusto (18:1-8) y la parábola del fariseo y el publicano (18:9-14).
No es tan difícil entender el sentido de esta parábola. De hecho, el primer versículo de la lectura nos informa que se trata de “la necesidad de orar siempre y no desmayar” (v. 1). O sea, mientras que en la parábola del amigo inoportuno en 11:5-8 se trata más bien de ser insistente en la oración, en esta se trata de ser persistente en la oración. Es una marca de la fe ser persistente en la oración hasta que vuelva el Hijo del hombre (v. 8), y se nos promete que Dios responderá con justicia a quienes “claman a él día y noche” (v. 7). Según los vv. 7-8, la parábola no nos manda a orar continuamente, sino que nos indica que la fe en Dios y en su capacidad de responder con justicia debe de ser la base de nuestras oraciones. Dios no abandonará a las personas elegidas, y por eso hay que mantener fe en que Dios nos escucha mientras esperamos el regreso de Jesús (la mención del Hijo del hombre en el v. 8 conecta esta parábola con la sección anterior, 17:20-37, que trata acerca del retraso en el regreso del Hijo del hombre).
El juez de la parábola no es ni un símbolo ni un sustituto para Dios. Él no teme a Dios ni respeta a las personas (v. 2), y por eso es considerado un carácter malo o negativo. Lo que sucede en esta parábola es un argumento “de lo menor a lo mayor” o “de lo peor a lo mejor,” un tipo de argumentación común en el judaísmo antiguo. Se presenta un ejemplo que es “menor” o “peor” que Dios (aunque sea un ejemplo admirable) para entonces proponer que Dios es infinitamente “mayor” o “mejor” (otro ejemplo de este tipo de argumento puede verse en Lc 11:9-13). Aquí, hasta el juez injusto por fin le rinde justicia a la viuda, aunque no por una razón honorable (vv. 4-5). Si un juez tan injusto puede hacer justicia a los pobres y los marginados de la sociedad, ¡cuánto más Dios “hará justicia a sus escogidos!” (v. 7). Según la misma lógica, se pueda ver una analogía similar entre la viuda y los discípulos de Jesús: Si las súplicas persistentes de la viuda desamparada triunfan sobre la obstinación del juez injusto, ¡cuánto más triunfarán las oraciones persistentes y fieles de las personas creyentes en obtener una respuesta del Dios justo!
Sugerencias para la Predicación
El contraste en este caso es entre un juez y una viuda. En sus parábolas, Jesús tiene la manía de presentar a personas despreciadas o abandonadas por la mayoría de la sociedad como personajes que sirven como ejemplos para seguir (p.ej., 10:29-36). La viuda estaba entre las personas más abatidas y vulnerables de la sociedad palestina en aquel tiempo; era una persona a quien se le negaba la justicia constantemente (Is 1:23; Sal 94:6; Mal 3:5; Lc 20:47; cfr. Ex 22:22-24; Dt 10:18; 24:17; Is 54:4; Lam 1:1). Sin embargo, su persistencia en exigir justicia es un modelo para nosotros y nosotras. Uno podría predicar sobre la posibilidad de que las personas pobres y vulnerables nos enseñen a los demás cómo deberíamos relacionarnos con Dios (pero con mucho cuidado para no presumir que uno tiene el derecho de hablar por ellas). Muchas veces, aquellas personas a quienes se les niega la justicia son las más fieles y quienes más intensamente creen en la capacidad de Dios para escucharlas, porque viendo cómo los demás seres humanos les han fallado, creen que en última instancia sólo dependen de Dios para su sostenimiento.
Es obvio que con esta lectura uno también podría predicar sobre los méritos de tener fe en la eficacia de la oración. Se puede predicar sobre tener fe en que nuestras oraciones son efectivas y son escuchadas, aunque a veces no nos parezca que sea el caso. Jesús nos presenta un caso en el cual había posibilidades casi nulas de que la viuda lograría ser escuchada. Imagine cuantas veces fue rechazada por el juez. ¿Cuántas veces nos parece que nuestras oraciones no reciben respuestas? Jesús mismo sabe que a veces dudamos del poder de la oración, y nos da el ejemplo de una situación que parecía imposible, pero en la cual lo improbable sucedió. La viuda fue finalmente escuchada por alguien sin ninguna inclinación a prestarle atención. ¿Tenemos fe en que Dios es más justo que este juez, y en que Dios tiene toda la inclinación para escucharnos? ¿O nos desalentamos demasiado pronto creyendo que nuestras oraciones no son oídas? El desafío aquí es tener tal tipo de fe y ser persistente en ella hasta el final.