Lectionary Commentaries for September 26, 2010
Decimoctavo Domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 16:19-31

Guillermo Hansen

Hemos visto que el capítulo 15 del evangelio de Lucas presenta parábolas sobre el regocijo de Dios ante el retorno de lo perdido, es decir, de la actitud de Dios hacia el pecador, el marginal.

Comentarios al texto

Ahora, en el capítulo 16, las parábolas se centran en nuestra relación con el prójimo mediado por los bienes y el dinero. Ambos conjuntos de parábolas deben ser vistas como dos caras de una misma moneda: del encuentro profundo con Dios no se vuelve a la vida de la misma manera. Nuestras lealtades cambian, pues no se puede servir a dos señores, a dos principios excluyentes, al prójimo o a uno mismo. El Dios que se acerca misericordiosamente nos libera de la indiferencia, la esclavitud y la opresión. El encuentro con Dios significa imaginar y comprometerse con un nuevo ámbito de vida.

La parábola del hombre rico y Lázaro resumen las temáticas de las parábolas anteriores, mas no es una instrucción directa sobre los estados de pobreza y riqueza, sino sobre la insensibilidad, crueldad, impiedad, indiferencia y ceguera que resultan de haber servido a otro ‘señor’.  Cuando la vida se reduce a ‘invertirlo’ todo en nuestra propia realidad (ej., riqueza), perdemos la comunión con Dios y con el prójimo. En definitiva, invertimos en nuestra propia perdición.

Los estudiosos coinciden en que la temática aparente de esta parábola, el cambio de suerte en el más allá, era bastante conocida en la antigüedad. En Egipto existía una historia popular antiquísima, el viaje de Osiris y de su padre al ámbito de los muertos, cuya estructura es similar a nuestro relato.1  Pero la parábola lucana no es simplemente un comentario sobre el más allá, sino sobre la yuxtaposición de dos mundos en el ‘más acá’ (notar el contraste de detalles entre la ‘abundancia’ del rico y los símbolos de su estatus en v. 19 –vestimenta, comida abundante– con la descripción de un Lázaro con hambre, enfermo y en compañía de los perros, v. 20). Lo que se revela en el más allá no es más que la trama de lealtades desplegadas en el aquí y ahora. Aquí radica la unidad de la perícopa, pues claramente se compone de dos cuerpos principales con sus respectivos puntos culminantes: los vv. 19-26 y el trastrueque de situaciones en el más allá, y los vv. 27-31 con el rechazo a las dos peticiones del rico (que le envíen a Lázaro para auxiliarlo en su tormento, y que sus hermanos sean advertidos de su futuro destino).

El pasaje se ajusta a la estructura del trastrueque típico del mensaje de Jesús sobre el dominio de Dios, en especial cuando consideramos que, según el pensamiento de la retribución en muchos círculos del judaísmo antiguo, la pobreza, la mendicidad y la enfermedad eran consideradas castigos de Dios por los pecados.  En nuestra parábola, es Lázaro –mendigo, lisiado y enfermo–  quien es acogido en el seno de Abraham merced a ningún mérito propio, salvo el hecho de ser pobre, marginado y sufriente. Un ejemplo claro de la opción preferencial de Dios por los ‘pecadores’/pobres. Por ello una de las características de la parábola es que es la única en Lucas donde aparece un personaje con nombre propio, condensando el mensaje central. Lázaro significa, en arameo, “Dios ayuda.”

Sugerencias para la predicación

Conocemos el mandamiento “no matarás.” Hay muchas maneras de ‘matar’, de negar la vida del otro. Todos entendemos que matar implica una actividad que acarrea violencia. Pero olvidamos que hay otras maneras de matar, sin recurso directo a medios que comúnmente asociamos con ‘violencia’. Una de estas maneras es la insensibilidad y la indiferencia ante las necesidades que están literalmente ante nuestras puertas. Si hemos sido creados como seres sociales (a imagen y semejanza del Dios trino), negar nuestra atención, nuestros afectos y nuestros recursos ante el otro u otra que los necesita, es una forma de matar.

Pero de todas las indiferencias ninguna es más destructiva como la de los ricos hacia los pobres, pues toca directamente la realidad de la distribución y usos de los recursos básicos de la vida. Los ricos ‘necesitan’ a los pobres –de lo contrario, no podrían ser ricos. Pero más aún, los ricos necesitan de la indiferencia hacia los pobres –de lo contrario, no podrían disfrutar de sus riquezas. Esto hace de la vida una yuxtaposición de dos mundos paralelos que apenas se tocan. Pero esto es una ilusión, pues estos dos mundos están intrínsecamente conectados en una danza diabólica. El compás para esta danza es la indiferencia ante el sufrimiento, su ritmo es la ceguera ante la injusticia, su coreografía es el egoísmo y la desidia. 

Al invertir en sí mismo y su entorno, el hombre rico apostó su vida en algo que no tiene futuro. Es irónico cómo en el más allá el hombre rico exige algo que nunca supo dar en vida: misericordia, compasión y justicia. El hombre rico creyó en su propio mundo, se dejó llevar por su propio dios: Mamón.  De la misma manera en que en nuestra época, el mundo de las finanzas, aseguradoras y corporaciones crea su propio mundo, un mundo de ilusión, sostenido por un falso ‘evangelio’ que se alimenta de la ingenuidad y del trabajo de la mayoría. Sólo ven lo que ellos creen, hasta que la catástrofe en ciernes golpea duro, creando más injusticia y desolación.

La parábola de Jesús nos pregunta cómo invertimos en la vida, en nuestras vidas.  El hombre rico no ‘invirtió’ su vida en los mandamientos de Dios (Moisés y los profetas). Por ello, no pudo ver al Cristo que estaba ante sus puertas, en la forma de un Lázaro, un Dios que ayuda. Invertir significa dar la vida, servir al que nos interpela en su sufrimiento y abandono. De la misma manera en que Dios ‘invirtió’ su propia vida en nosotros, a fin de que tengamos vida en abundancia. Y la parábola, que encierra la buena noticia de que el mundo de Dios es radicalmente diferente al mundo de injusticia y sufrimiento innecesario, termina con una seria advertencia: a la mala ‘inversión’ en la vida, permanecer en la insensibilidad y la ceguera,  le corresponderá  la radical ‘inversión’ (trastrueque) que acontece en el dominio de Dios. Sólo Dios salva, y esa salvación está siempre ante nuestras puertas. 
    


1Ver Joachim Jeremias, Las parábolas de Jesús (Estella: Verbo Divino, 1981), p. 223.