Lectionary Commentaries for September 19, 2010
Decimoséptimo Domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 16:1-13

Guillermo Hansen

El pasaje para este domingo es uno de los más enigmáticos en todo el evangelio de Lucas.

Comentarios al texto

La perícopa  consta de tres partes bien definidas: la parábola sobre el administrador astuto (muchas veces denominado “infiel;” vv. 1-8a), comentarios alegóricos a la parábola que reflejan las interpretaciones tempranas de la iglesia sobre la parábola (vv. 8b-12), y un aforismo de Jesús sobre las riquezas que posiblemente pertenecía a otro contexto (v. 13). La obra redaccional de Lucas presenta una unidad temática sobre el problema de los bienes y la riqueza, la injusticia, y el conflicto de lealtades entre Dios o mamonas (generalmente traducido como bienes o riquezas injustas o deshonestamente procuradas; etimológicamente derivado del arameo: aquello en lo que se confía). La temática será continuada en este mismo capítulo (el hombre rico y Lázaro, vv. 19-31), y en los subsiguientes (por ejemplo, el joven rico, 18:18-23). El tema de las riquezas y la injusticia es uno de los énfasis centrales del evangelio de Lucas.

La parábola en sí presenta todas las características del estilo de Jesús. No es directamente moralizante ni edificante, sino que presenta a los oyentes con un esbozo del dominio de Dios, con los efectos de la irrupción de una realidad diferente a la cotidiana. Siempre se trata de una inversión de hábitos y conductas, un trastrueque de las expectativas sobre lo que significa ser humanos, hijos e hijas de Dios. En este caso, la parábola de Jesús utiliza como soporte las prácticas administrativas comunes durante el siglo I en Palestina.  El administrador de los bienes y propiedades de un dueño ausente no era un empleado a sueldo, sino que procuraba su subsistencia “administrando” los bienes del amo: esto consistía generalmente en préstamos usurarios, que constaban en un recibo donde se aumentaba la cantidad originalmente prestada ya sea a otros propietarios, ya sea a medianos o pequeños campesinos. Teniendo esto en mente podemos ver que el punto de la parábola no es alabar las prácticas administrativas fraudulentas (“El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente,” v. 8a), o alentar la corrupción, sino reconocer que el administrador hizo justicia: los nuevos recibos escritos reflejan realmente las cantidades que originalmente se prestaron (“Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta,” v. 6b; “Toma tu recibo y escribe ochenta,” v. 7b).  En otras palabras, el administrador renuncia a su resarcimiento basado en todo un sistema de relaciones y prácticas económicas injustas. Que esto lo haya hecho por temor a las represalias del amo, o para congraciarse con los deudores, es un asunto secundario en la parábola. El meollo es que hay una renuncia a las prácticas económicas habituales, un trastrueque de lo considerado “normal.” 

De ahí que el aforismo que cierra el texto refiera al tema del servicio y a los dos señores (v. 13). El pasaje comienza haciendo referencia a un criado domestico o esclavo (oiketes), y al acto de servir (douleuo). Puesto que un esclavo está sometido a la voluntad y el control de su amo, no puede servir a dos señores. Esta realidad social e institucional es relacionada ahora con el tema de “mamón,” un concepto que no refiere sólo a posesiones o dinero, sino también a lo que se acumula obsesivamente en procura de la propia existencia y seguridad.  “Mamón” designa una realidad demónica, una realidad opuesta a Dios, pues es resultado de una posesión deshonesta e injusta. Esto priva a otros de sus medios de vida, negando así la realidad del amor. Más aún, nos convierte en esclavos que ya no poseemos voluntad propia, sino que pasamos a ser gobernados por la propia lógica y dinámica que gobierna a las posesiones. Dios, el verdadero señor, representa una lógica exactamente contraria. Por ello, no se puede servir a Dios y al dinero; sus dinamismos y proyectos son antagónicos. 

Sugerencias para la predicación

Ciertamente Jesús no era un economista, ni nos da recetas sobre cómo estructurar y organizar nuestra sociedad.  Pero sus parábolas nos presentan la realidad de un Dios que se manifiesta como un cuestionamiento radical de las prácticas económicas, sociales e institucionales que nos deshumanizan y esclavizan. Jesús no nos dice que Dios es como el amo de la parábola, o menos aún como el administrador infiel. Dios no es un sujeto, sino que Dios es lo que acontece cuando hay una renuncia a servir al propio ego que se alza en detrimento de las necesidades del prójimo. Dios es otro nivel de la realidad que emerge en medio del nuestro creando una crisis y abriendo una promesa.

Martín Lutero decía, en su comentario sobre el primer mandamiento en el Catecismo Mayor, que “la confianza y la fe de corazón pueden hacer lo mismo a Dios que al ídolo.” Allí donde están nuestros corazones, allí está nuestro “dios,” la realidad que todo lo determina. Por ello la pregunta sobre Dios es también una pregunta sobre nosotros/as mismos/as: ¿de quién esperamos todos los bienes de la vida, en qué confiamos en medio de nuestras necesidades? La pregunta sobre Dios es así una radiografía de nuestra propia vida.    

Dinero y bienes no son simplemente objetos neutrales, sino la expresión visible de relaciones sociales que también indican donde está nuestro “corazón;” una condensación de esa energía que llamamos vida. Cuando estas realidades conforman un sistema que sobrevive a costa de los otros, de sus potencialidades y oportunidades de vida, es decir, en un sistema que exige sacrificios, nos hallamos ante lo que los evangelios denominan “mamón.” Este “dios” es ciertamente muy sutil; contrariamente al Dios de la vida, que nos ilumina y abre los ojos, “mamón” nos suma en la ceguera, nos cubre la vista. “Mamón” reina cuando dejamos de ver la miseria como un problema, cuando la pobreza es considerada un destino ineludible, cuando el sufrimiento de los otros es causa de nuestro bienestar. En suma, “mamón” se regocija ante la brecha creciente entre ricos y pobres, legales e “ilegales,” Norte y Sur.

Pero nuestro Dios, el Dios de Jesús, es el indicio de que otro mundo es posible. Contrariamente a las apariencias, este es el mundo real, porque es el mundo eterno, el mundo de Dios. Contrariamente a “mamón,” un ídolo artero y sagaz, este Dios nos parte en dos a fin de auscultar nuestros deseos y motivaciones más profundas.  Nos pregunta: ¿nuestras mentes y corazones tienen la forma de Cristo? ¿Qué tipo de confianza guía y da forma a nuestras vidas?  ¿Somos esclavos o libres?