Lectionary Commentaries for August 8, 2010
Undécimo domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 12:32-40

David Lose

De vez en cuando, estoy tentado de añadir unos versos al principio o al fin del leccionario para rellenar su contexto literario.

Hoy es un día así, aunque mi razón se base menos en contexto y más en humor. Después de leer este pasaje que trata de dar todo lo que tiene al pobre y vigilar el regreso inesperado de Cristo, tal vez queremos repetir la pregunta de Pedro en verso 41: “Señor, ¿dices esta parábola a nosotros o también a todos?” Probablemente, la mayoría de nosotros espera que se dirija a una público general, ¡y no a nosotros directamente!

Atender a los contextos litúrgicos y narrativos de esta lección puede ayudarnos a descubrir un mensaje que podemos, de hecho, dirigir provechosamente a nuestra situación concreta. Vamos a empezar con el contexto litúrgico. Durante la temporada extendida de Pentecostés trabajamos por muchas parábolas y enseñanzas de Jesús. Puede parecer que el leccionario destaca al azar varios elementos de la instrucción de Jesús, pero la trayectoria total no es así.

La primera mitad del año leccionario — del Adviento a la Ascensión — típicamente se llama la “Temporada de Cristo” y intenta contestar la pregunta, “¿Quién es Jesús?” La segunda mitad del año — de Pentecostés al domingo de Cristo Rey — se llama la “Temporada de la iglesia” y contesta la pregunta siguiente, “¿Y qué significa seguir a Jesús?” Por lo tanto, estamos en el corazón de material que relaciona, si no al contenido de nuestra salvación, por lo menos al carácter de nuestra vida cristiana. Durante las dos semanas pasadas centramos en la importancia de la oración y el poder seductor de la riqueza; esta semana vamos a mirar a la confianza expectante que debe caracterizar nuestras vidas.

El contexto narrativo tiene importancia igual. Según Lucas, Jesús está en el camino hacia Jerusalén, enseñando a sus discípulos — y a veces a las multitudes que él atrae — durante su viaje. Después de contar la parábola del rico insensato, Jesús les insta a sus discípulos que no piensen demasiado en las preocupaciones terrenales. “Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis….Buscad, más bien, el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” (12:22-23, 31). En el pasaje de hoy, y en vista de tal fe y confianza, ahora Jesús les invita a regalar todas sus posesiones y, en los versos siguientes, a esperar el regreso inminente de Cristo. El tono de los versos últimos — una oferta de recompensa a ellos que están listos, seguido por lo que siente como una amenaza apenas disfrazada a ellos que no — solamente aumenta el sentido de expectación para, y tensión alrededor, las instrucciones de Jesús.

Entonces, ¿cómo se predica un pasaje así? ¿De verdad quiere Jesús que sus discípulos — entonces o ahora — regalen todas sus posesiones? ¿Qué pensamos de la urgencia de sus instrucciones que estemos alertas dos mil años después? No es de extrañar que Pedro pida si Jesús dirige lo que dice a sus discípulos o — contra toda esperanza — “a todos.”

Sin embargo, es fácil pasar por alto un verso que ayuda a poner los otros versos en una perspectiva teleológica y homilética: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino.” “No temáis” es el sello de buenas noticias por todas las Escrituras y ocurre varias veces en la historia de Jesús que cuenta Lucas. (También es lo que dice Dios a Abram en la lección primera de hoy.) A menudo, “no temáis” es el preludio retórico al anuncio de los actos poderosos y redentores de Dios. Es el punto de partida y el ancla para todo lo demás en este pasaje. ¡Le ha placido a Dios — es su intención, plan y placer — daros el reino! Si es la verdad, entonces discípulos sí pueden resistir la seducción de la riqueza, evitar caer víctima a la preocupación constante de las necesidades materiales, compartir sus posesiones con los demás, y esperar con expectación, aun con entusiasmo, la llegada del Hijo de Hombre.

La razón de dar limosna, creo yo, no es elevar la pobreza — circunstancial o escogido — pero ensalzar la generosidad como una marca de la vida cristiana. Asimismo, la vigilancia que ordena Jesús no es una anticipación preocupada del fin del mundo sino una expectación entusiasta de la consumación de historia dirigida por Dios. Lo que elogia Jesús es fe — la fe que se libera a ser generoso; la fe que le permite dejar atrás la preocupación; la fe que crea confianza  sobre una futura asegurada no por esfuerzo ni logro humano sino solo por Dios.

Pero Jesús no simplemente usa la fe como un modelo y una meta, tampoco como un criterio para juzgarnos. En cambio, Jesús crea la fe por anunciar una promesa: Como un padre que ama a sus hijos profundamente y extremadamente y quiere todas cosas buenas para ellos, así le ha placido a Dios dar el reino a sus hijos. Promesas crean una expectación compartida sobre el futuro y conectan el uno que da y el uno que recibe en esta anticipación compartida. Promesas crean relaciones. Promesas crean esperanza. Promesas crean fe. Todo de nuestra instrucción sobre la vida cristiana — sobre oración, dinero, vigilancia, cuidado del prójimo y más — por lo tanto están ancladas en la promesa del evangelio que, de verdad, le ha placido Dios darnos el reino. Recordar — sí, exaltar en — esta promesa nos permite no solo tener la fe, sino contestar la pregunta de Pedro: ¿Jesús lo dice a nosotros o a todos? ¡Sí!