Lectionary Commentaries for June 12, 2016
Cuarto domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 7:36—8:3

Awilda González

Este pasaje de las Escrituras nos hace considerar que ante todo lo que Dios ha hecho en nuestras vidas debemos tener agradecimiento y entrega total, y debemos corresponder al amor de Dios.

Descripción de la Escena

La forma literaria de este pasaje es un simposio, o sea, un banquete donde hay una conversación mientras los participantes están sentados a la mesa.1 En este caso, Jesús es invitado por Simón el fariseo. Que fuera invitado era un honor, aunque Jesús no lo necesitara. Jesús se sentó en la forma acostumbrada en esos tiempos. Se sentaban en cojines y reclinaban su cuerpo recostados sobre el codo izquierdo. La mesa era baja. La cabeza quedaba cerca de la mesa y los pies apuntaban hacia afuera de la mesa.2

Una mujer de la ciudad, al saber que Jesús estaba allí, se aparece con un frasco de alabastro con perfume y unge sus pies. Dada la posición de Jesús en la mesa, la mujer pudo alcanzar sus pies.

Una Mujer de la Ciudad, que era Pecadora

El texto bíblico no menciona el nombre de esta mujer, pero se refiere a ella como “una mujer de la ciudad, que era pecadora” (v. 37). Frecuentemente se ha visto a esta mujer como prostituta, ya que llevaba su pelo suelto y cargaba un frasco de perfume que podía ser asociado con masajes dentro de la práctica de prostitución. También se consideraba a una mujer como pecadora si era mentirosa, si robaba, e inclusive por ser simplemente la esposa de un hombre inmoral o dedicado a una profesión deshonesta.3

Esta es una mujer que había decidido seguir a Jesús (v. 37). No dice una palabra, pero habla con sus acciones. Es una mujer detallista. Tiene disposición e iniciativa. Va decidida. Entra en una casa donde no es bienvenida. De acuerdo a las costumbres de esos tiempos, lo que hace con respecto a Jesús, socialmente hablando, es inapropiado. En este tipo de banquetes se acostumbraba que la gente pobre y necesitada entrara al patio y tomara de los alimentos que sobraban. Pero el hecho de que una mujer se acercara a ungir a un invitado no era parte de la costumbre. Eran los sirvientes o la propia persona anfitriona (esto en el caso de que el invitado fuera de alta estima), quienes ungían a los huéspedes.

Esta mujer expresa sus emociones y agradecimiento. Está llorando. El llanto refleja lo que siente en el interior. Posiblemente recordaba sus pecados. Se desborda a los pies de Jesús enjugándolos con su cabello y ungiéndolos con perfume. Es una acción que es indicio de profundo agradecimiento. Al hacer esto, toma el rol del anfitrión. Jesús mismo lo dice más adelante en la narración (vv. 44-46). Y no lo hizo porque alguien se lo ordenó, como se les ordenaba a las personas sirvientes; lo hizo porque fue movida por lo que había en su corazón. En su corazón había agradecimiento.

En adición, ella fue más allá del protocolo que se esperaba de Simón, el anfitrión. En vez de usar una vasija con agua y una toalla como era la costumbre de esos tiempos, utilizó sus propias lágrimas y su cabello para lavar y secar los pies de Jesús. Se esperaba que el anfitrión besara a su huésped; ella besó fervientemente (katafileo) los pies de Jesús. Justamente el verbo griego que usa Lucas en el original griego es katafileo, que no significa meramente besar, sino hacerlo con fervor. Katafileo denota devoción sincera o genuina (7:45; 15:20; Hch 20:37). También era la costumbre que el anfitrión ungiera al huésped; la mujer ungió los pies de Jesús con el perfume que tenía y que debió ser costosísimo.

Simón el Fariseo

En contraposición con esta mujer descrita como pecadora, tenemos a Simón el fariseo. Este falla en su rol de anfitrión, aunque había mostrado interés en Jesús, pues lo había invitado a su casa. Lo reconoció como maestro (v. 40), pero dudó acerca de su condición de profeta: “si este fuera profeta” (v. 39), dijo para sí. Por implicación, estaba juzgando a Jesús, aunque hay que reconocer también que juzgó rectamente la historia que Jesús le narra sobre los dos deudores a quienes se les perdonan sus deudas por igual, aunque uno debía más que el otro (vv. 41-42). Irónicamente, Simón se juzgó a sí mismo (vv. 43-44). Él estaba muy cómodo porque creía que había cometido pocos pecados.

Una Mujer Perdonada

Esta mujer fue perdonada porque reconoció que era pecadora (v. 48). Ante Dios ella no era un número. Aun cuando la narración no nos dé su nombre, ella contaba para Jesús. Ella pasó a ser un modelo de fe: “Tu fe te ha salvado; ve en paz” (v. 50).

Se trata de una mujer que adoró a Jesús con lo que tenía, entregándose ella misma. Sobrepasó las reglas de lo apropiado en la sociedad de sus tiempos. Para otras personas sus gestos pudieron ser sensuales; para ella eran gestos puros, y así los entendió también Jesús. Ahora esta mujer pudo recomenzar su vida, porque sus deudas fueron perdonadas. Seguramente, aunque la narración no lo dice de manera directa, ella se sumó al grupo de mujeres que junto con los discípulos acompañaban a Jesús de ciudad en ciudad (8:1-3).

Nuestra Adoración y Agradecimiento

Un adorador o una adoradora agradecida es quien reconoce y ofrece gratitud a Dios por lo que ha hecho en su vida. Por lo tanto, procura mantener una relación íntima con Dios en carácter, obediencia y entrega, y correspondiendo al amor que se le ha brindado.

Podemos intentar servir a Dios, diezmar, ofrendar, traer personas a la iglesia, congregarnos y estar activos en la iglesia, pero si nuestra vida no está caracterizada por un anhelo, deleite y gozo de estar con Dios, no hemos llegado a donde necesitamos llegar.

Tenemos que llevarle al Señor nuestro perfume y nuestras lágrimas: una entrega total.


Notas:

1Las cenas en la sociedad grecorromana y judía tomaban gran parte de su estructura de la forma clásica del simposio. Véase Jerome H. Neyrey, “Ceremonies in Luke-Acts: The Case of Meals and Table-Fellowship” en The Social World of Luke-Acts (Peabody: Hendrickson, 1991), 364.

2 Robert C. Tannehill, Luke (Nashville: Abingdon Press, 1996), 135.

3 Sharon H. Ringe, Luke (Louisville: Westminster John Knox Press, 1995), 108. También Alvin Padilla nos dice que en este evangelio “pecadores” es un “vocablo común para referirse a toda persona marginada por una u otra razón.” Véase Alvin Padilla, Lucas, Serie Conozca su Biblia (Minneapolis: Augsburg Fortress, 2007), 68.