Lucas es el único de los evangelistas que presenta la misión de los setenta y dos.
Algunos teólogos creen que los enviados fueron setenta; otros argumentan que fueron setenta y dos. Parece ser que fue a propósito que se quiso hacer coincidir el número personas designadas por el Señor con el hecho de que también setenta y dos ancianos fueron escogidos para ayudar a Moisés (Nm 11:20-26). Según el relato de Números, el Espíritu del Señor descansó sobre estos setenta y dos ancianos y se pusieron a profetizar. El Espíritu del Señor también descansó sobre los setenta y dos que Jesús envió a todo pueblo y lugar donde él pensaba ir, pues solamente por el poder del Espíritu del Señor se pueden someter demonios (v. 17).
La misión de los setenta y dos es muy similar a la misión de los doce discípulos de Jesús, pues ambos grupos fueron enviados por Jesús a proclamar las buenas nuevas. Sin embargo, los doce discípulos tenían una relación más íntima con Jesús, pues ellos vivían y viajaban con Jesús, aprendiendo de día y de noche del Maestro. Además, los doce fueron nombrados apóstoles, es decir, “debían ser misioneros y evangelizar y, al mismo tiempo, confirmar y demostrar el poder y la autoridad recibidas de Cristo,”1 mientras que los setenta y dos tenían como misión principal preparar el camino para la llegada del Maestro en algunos pueblos y aldeas específicos.2 Por esa razón, su misión era más similar a la misión de Juan el Bautista, quien también preparó el camino para el Mesías llamando a la gente a que se arrepintieran de sus pecados y cambiaran su manera de pensar y de vivir, porque el reino de Dios estaba cerca (Mt 3:2).
Era de gran importancia que los setenta y dos fueran por delante anunciando la llegada del Mesías. Requería que viajaran ligeros de equipaje y que no se dieran el lujo de perder el tiempo con aquellos que rechazaban su mensaje. A la misma vez, al viajar de ese modo demostraban que confiaban plenamente en aquél que los había enviado. Creían y confiaban que sus necesidades iban a ser suplidas por aquél a quien servían. Si bien es cierto que Jesús tenía muchos seguidores, no todos estaban dispuestos a pagar el precio que implicaba seguirlo, pues la verdad de Jesucristo incomodaba no sólo a las altas figuras religiosas, sino también a los gobernantes y políticos de la región.
La Alegría de Jesús
Lucas es el único en el Nuevo Testamento que indica que Jesús se llenó de alegría y “se regocijó en el Espíritu” (Lc 10:21). Así como Jesús lloró por la incredulidad de los habitantes de Jerusalén, quienes no reconocieron el tiempo en que Dios había venido a salvarlos (Lc 19:41-48), Jesús se llenó de alegría por las maravillas que el Espíritu había hecho a través de los setenta y dos. Jesús dijo: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Lc 10:21b).
Quizás, al igual que los doce discípulos, estos mensajeros no fueran los más aptos para esta misión. Es muy probable que la mayoría no tuviera estudios. Tampoco eran personas “importantes” ante la sociedad; sin embargo, fueron elegidos por Jesús. No sólo porque habían sido testigos de los prodigios, milagros, enseñanzas, amor y misericordia de Cristo, sino porque ellos mismos habían experimentado el amor y la redención que Jesús ofrece. Aquellos hombres creyeron en Jesús y en el poder del Espíritu, y eso fue lo que los hizo aptos para la misión. No fue su estatus social, estatus económico, educación y mucho menos el ser religiosos. De la misma manera que Jesús llamó a los setenta y dos quienes quizá no eran los más adecuados entre la sociedad, hoy Dios nos sigue llamando a personas como tú y como yo. Dios te ha escogido, no por lo que haces ni por quién piensas ser, sino porque Dios ha visto algo especial en ti, pues Dios no juzga la apariencia, sino el corazón (1 Samuel 16:7).
El retorno de los setenta y dos fue alegre y victorioso por el gran éxito que habían tenido en su misión, pero Jesús los insta a no perder de vista lo que era verdaderamente importante: que ahora su nombre estaba escrito en el libro de la vida y que ahora eran ciudadanos del reino de los cielos. Hoy en día también es fácil perder de vista nuestra meta. Regocijémonos en los avances y logros, pero no perdamos de vista nunca nuestro objetivo principal que es Cristo.
Notes:
1. Comentario Bíblico Internacional (Verbo Divino: España, 1999), 1278.
2. Comentario Bíblico Internacional (Verbo Divino: España, 1999), 1278.
Lucas es el único de los evangelistas que presenta la misión de los setenta y dos.
Algunos teólogos creen que los enviados fueron setenta; otros argumentan que fueron setenta y dos. Parece ser que fue a propósito que se quiso hacer coincidir el número personas designadas por el Señor con el hecho de que también setenta y dos ancianos fueron escogidos para ayudar a Moisés (Nm 11:20-26). Según el relato de Números, el Espíritu del Señor descansó sobre estos setenta y dos ancianos y se pusieron a profetizar. El Espíritu del Señor también descansó sobre los setenta y dos que Jesús envió a todo pueblo y lugar donde él pensaba ir, pues solamente por el poder del Espíritu del Señor se pueden someter demonios (v. 17).
La misión de los setenta y dos es muy similar a la misión de los doce discípulos de Jesús, pues ambos grupos fueron enviados por Jesús a proclamar las buenas nuevas. Sin embargo, los doce discípulos tenían una relación más íntima con Jesús, pues ellos vivían y viajaban con Jesús, aprendiendo de día y de noche del Maestro. Además, los doce fueron nombrados apóstoles, es decir, “debían ser misioneros y evangelizar y, al mismo tiempo, confirmar y demostrar el poder y la autoridad recibidas de Cristo,”1 mientras que los setenta y dos tenían como misión principal preparar el camino para la llegada del Maestro en algunos pueblos y aldeas específicos.2 Por esa razón, su misión era más similar a la misión de Juan el Bautista, quien también preparó el camino para el Mesías llamando a la gente a que se arrepintieran de sus pecados y cambiaran su manera de pensar y de vivir, porque el reino de Dios estaba cerca (Mt 3:2).
Era de gran importancia que los setenta y dos fueran por delante anunciando la llegada del Mesías. Requería que viajaran ligeros de equipaje y que no se dieran el lujo de perder el tiempo con aquellos que rechazaban su mensaje. A la misma vez, al viajar de ese modo demostraban que confiaban plenamente en aquél que los había enviado. Creían y confiaban que sus necesidades iban a ser suplidas por aquél a quien servían. Si bien es cierto que Jesús tenía muchos seguidores, no todos estaban dispuestos a pagar el precio que implicaba seguirlo, pues la verdad de Jesucristo incomodaba no sólo a las altas figuras religiosas, sino también a los gobernantes y políticos de la región.
La Alegría de Jesús
Lucas es el único en el Nuevo Testamento que indica que Jesús se llenó de alegría y “se regocijó en el Espíritu” (Lc 10:21). Así como Jesús lloró por la incredulidad de los habitantes de Jerusalén, quienes no reconocieron el tiempo en que Dios había venido a salvarlos (Lc 19:41-48), Jesús se llenó de alegría por las maravillas que el Espíritu había hecho a través de los setenta y dos. Jesús dijo: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó” (Lc 10:21b).
Quizás, al igual que los doce discípulos, estos mensajeros no fueran los más aptos para esta misión. Es muy probable que la mayoría no tuviera estudios. Tampoco eran personas “importantes” ante la sociedad; sin embargo, fueron elegidos por Jesús. No sólo porque habían sido testigos de los prodigios, milagros, enseñanzas, amor y misericordia de Cristo, sino porque ellos mismos habían experimentado el amor y la redención que Jesús ofrece. Aquellos hombres creyeron en Jesús y en el poder del Espíritu, y eso fue lo que los hizo aptos para la misión. No fue su estatus social, estatus económico, educación y mucho menos el ser religiosos. De la misma manera que Jesús llamó a los setenta y dos quienes quizá no eran los más adecuados entre la sociedad, hoy Dios nos sigue llamando a personas como tú y como yo. Dios te ha escogido, no por lo que haces ni por quién piensas ser, sino porque Dios ha visto algo especial en ti, pues Dios no juzga la apariencia, sino el corazón (1 Samuel 16:7).
El retorno de los setenta y dos fue alegre y victorioso por el gran éxito que habían tenido en su misión, pero Jesús los insta a no perder de vista lo que era verdaderamente importante: que ahora su nombre estaba escrito en el libro de la vida y que ahora eran ciudadanos del reino de los cielos. Hoy en día también es fácil perder de vista nuestra meta. Regocijémonos en los avances y logros, pero no perdamos de vista nunca nuestro objetivo principal que es Cristo.
Notes:
1. Comentario Bíblico Internacional (Verbo Divino: España, 1999), 1278.
2. Comentario Bíblico Internacional (Verbo Divino: España, 1999), 1278.