La oración del Señor también aparece en el evangelio de Mateo como parte del sermón de la montaña (Mt 6:9-13).
Mateo presenta esta oración ejemplar como parte de una enseñanza extendida que dio Jesús sobre la oración. Pero Lucas nos dice que fue uno de los discípulos, viendo cómo oraba Jesús, el que quiso saber cómo hacer lo mismo. Parece que este discípulo había visto la importancia de la oración para Jesús y los resultados milagrosos de ella.
En los próximos versículos, Jesús indica que la oración nuestra puede ser como la suya en intimidad, frecuencia y poder.
Podemos acercarnos a Dios como nos acercamos a un padre tierno. No es sólo Jesús quien le puede llamar “padre.” También nosotros y nosotras podemos hacerlo. Es nuestro Padre. Además, ese “nuestro” tiene un significado más. La oración no es un acto individual. La palabra “nuestro” ocurre tres veces en la oración del Señor. Como creyentes, tenemos un padre, la necesidad de pan, y la existencia de pecado en común. Eso quiere decir que podemos y debemos orar juntos cuando tenemos la oportunidad.
Vemos en los versículos 2-4 que debemos darle honra a Dios en todo momento (“santificado sea tu nombre”) y que también debemos de alguna manera vivir o tener una vida como si estuviéramos delante de su trono (“Venga tu Reino”). El reconocimiento de Dios como nuestro padre santificado nos pone en la posición de pedir su bendición como hijos e hijas.
El Señor también sabe que necesitamos nuestro sustento diario y por esto también nos dice que lo pidamos (“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”). Además de ello, el Señor sabe que el pecado forma parte de nuestra realidad. Necesitamos el perdón, y eso no sólo una vez. Necesitamos tanto pan como perdón cada día. Pero hay una condición en esta oración. Solo podemos recibir perdón si estamos ofreciéndolo a los demás. Es como dice Jesús en Mateo 6:14: “Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.”
Después de mostrar este ejemplo de oración, Jesús nos dice que debemos insistir sin cesar. Comparte una parábola que sólo aparece aquí en Lucas de un amigo que viene a medianoche a pedir un favor. Al fin, recibe lo que pide por su importunidad. Esta pequeña parábola es muy semejante a la historia de la viuda y el juez injusto de Lucas 18:1-8. Como el juez injusto, el amigo recién despertado no está dispuesto a ayudar por un sentido de compañerismo ni por bondad. Es la insistencia del suplicante lo que convence al injusto.
Si un vecino antipático o un juez injusto pueden llegar al punto de darnos lo que pedimos, ¡cuánto más no puede darnos nuestro padre celestial! Pero, ¿por qué tenemos que insistir tanto si Dios ya está dispuesto a ayudarnos?
Hay varias posibilidades.
Primero, la necesidad de insistir en nuestra oración es por nuestro bien. La petición insistente llega a ser la comunicación consistente. Llegamos a conocer al Señor en los momentos cuando estamos enfocados con todo el corazón en lo que necesitamos de él. También ese enfoque puede orientar nuestra vida entera a los propósitos de Dios.
Segundo, la insistencia muestra nuestra seriedad. Alguien que no piensa en serio que Dios le puede ayudar, deja de pedir después de unos días. La oración insistente viene de dos grupos: los fieles que realmente creen que Dios va a obrar y las personas desesperadas que saben que no tienen otras opciones.
Los insistentes—si son fieles o personas desesperadas—recibirán. Por eso dijo Jesús: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
Y lo que recibimos de Dios siempre será bueno. En los versículos 11-13, Jesús hace una comparación entre padres humanos y nuestro Padre celestial. Ningún padre le daría a su hijo una serpiente en vez de un pescado o un escorpión en vez de un huevo. Y si nosotros y nosotras (recordando que tenemos que pedir perdón por nuestro pecado cada día) sabemos dar regalos buenos, ¿qué tipos de regalos nos puede dar un padre perfecto?
Santiago 1:17 nos dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación.” De los buenos regalos que podemos recibir, Jesús menciona el mejor don que él va a enviar a sus discípulos: el Espíritu Santo. Con el Espíritu (quien es lo mejor que podemos pedir) Dios nos ha sellado1 para su reino y nos ha dado su presencia para siempre.
Y, para completar el círculo, ese mismo Espíritu nos ayuda a orar, como dice Pablo en Romanos 8:26-27: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”
La oración del Señor también aparece en el evangelio de Mateo como parte del sermón de la montaña (Mt 6:9-13).
Mateo presenta esta oración ejemplar como parte de una enseñanza extendida que dio Jesús sobre la oración. Pero Lucas nos dice que fue uno de los discípulos, viendo cómo oraba Jesús, el que quiso saber cómo hacer lo mismo. Parece que este discípulo había visto la importancia de la oración para Jesús y los resultados milagrosos de ella.
En los próximos versículos, Jesús indica que la oración nuestra puede ser como la suya en intimidad, frecuencia y poder.
Podemos acercarnos a Dios como nos acercamos a un padre tierno. No es sólo Jesús quien le puede llamar “padre.” También nosotros y nosotras podemos hacerlo. Es nuestro Padre. Además, ese “nuestro” tiene un significado más. La oración no es un acto individual. La palabra “nuestro” ocurre tres veces en la oración del Señor. Como creyentes, tenemos un padre, la necesidad de pan, y la existencia de pecado en común. Eso quiere decir que podemos y debemos orar juntos cuando tenemos la oportunidad.
Vemos en los versículos 2-4 que debemos darle honra a Dios en todo momento (“santificado sea tu nombre”) y que también debemos de alguna manera vivir o tener una vida como si estuviéramos delante de su trono (“Venga tu Reino”). El reconocimiento de Dios como nuestro padre santificado nos pone en la posición de pedir su bendición como hijos e hijas.
El Señor también sabe que necesitamos nuestro sustento diario y por esto también nos dice que lo pidamos (“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”). Además de ello, el Señor sabe que el pecado forma parte de nuestra realidad. Necesitamos el perdón, y eso no sólo una vez. Necesitamos tanto pan como perdón cada día. Pero hay una condición en esta oración. Solo podemos recibir perdón si estamos ofreciéndolo a los demás. Es como dice Jesús en Mateo 6:14: “Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial.”
Después de mostrar este ejemplo de oración, Jesús nos dice que debemos insistir sin cesar. Comparte una parábola que sólo aparece aquí en Lucas de un amigo que viene a medianoche a pedir un favor. Al fin, recibe lo que pide por su importunidad. Esta pequeña parábola es muy semejante a la historia de la viuda y el juez injusto de Lucas 18:1-8. Como el juez injusto, el amigo recién despertado no está dispuesto a ayudar por un sentido de compañerismo ni por bondad. Es la insistencia del suplicante lo que convence al injusto.
Si un vecino antipático o un juez injusto pueden llegar al punto de darnos lo que pedimos, ¡cuánto más no puede darnos nuestro padre celestial! Pero, ¿por qué tenemos que insistir tanto si Dios ya está dispuesto a ayudarnos?
Hay varias posibilidades.
Primero, la necesidad de insistir en nuestra oración es por nuestro bien. La petición insistente llega a ser la comunicación consistente. Llegamos a conocer al Señor en los momentos cuando estamos enfocados con todo el corazón en lo que necesitamos de él. También ese enfoque puede orientar nuestra vida entera a los propósitos de Dios.
Segundo, la insistencia muestra nuestra seriedad. Alguien que no piensa en serio que Dios le puede ayudar, deja de pedir después de unos días. La oración insistente viene de dos grupos: los fieles que realmente creen que Dios va a obrar y las personas desesperadas que saben que no tienen otras opciones.
Los insistentes—si son fieles o personas desesperadas—recibirán. Por eso dijo Jesús: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.”
Y lo que recibimos de Dios siempre será bueno. En los versículos 11-13, Jesús hace una comparación entre padres humanos y nuestro Padre celestial. Ningún padre le daría a su hijo una serpiente en vez de un pescado o un escorpión en vez de un huevo. Y si nosotros y nosotras (recordando que tenemos que pedir perdón por nuestro pecado cada día) sabemos dar regalos buenos, ¿qué tipos de regalos nos puede dar un padre perfecto?
Santiago 1:17 nos dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación.” De los buenos regalos que podemos recibir, Jesús menciona el mejor don que él va a enviar a sus discípulos: el Espíritu Santo. Con el Espíritu (quien es lo mejor que podemos pedir) Dios nos ha sellado1 para su reino y nos ha dado su presencia para siempre.
Y, para completar el círculo, ese mismo Espíritu nos ayuda a orar, como dice Pablo en Romanos 8:26-27: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Pero el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.”
Notes:
1. Efesios 1:13