Uno de los rasgos distintivos del Evangelio de Lucas es que representa a Jesús como un filósofo peripatético. En el siglo cuarto antes de Jesucristo, los alumnos de Aristóteles eran conocidos como peripatéticos, o “caminantes,” porque, según cuenta la tradición, recibían las enseñanzas de su maestro mientras caminaban siguiendo sus pasos por los jardines de la escuela.
Para dar coherencia a un gran segmento de las enseñanzas que Jesús impartió a sus discípulos, Lucas organiza este material usando precisamente el formato de viaje. Durante una larga travesía, los discípulos son instruidos en una serie de tópicos variados, mientras que caminan siguiendo los pasos de su maestro hasta Jerusalén. El pasaje para este domingo, al igual que todos los comprendidos entre los capítulos 9:51 y 19:27 de Lucas, forma parte de las enseñanzas de este viaje.
Cuando tratamos de encontrar la relación que existe entre una y otra historia, o entre los varios tópicos que Lucas nos presenta en su evangelio, vale recordar la arbitrariedad que existe en el orden en el que hemos recibido los relatos. Sin embargo, como no hay ningún documento histórico que contenga el orden cronológico en el que ocurrieron cada uno de los eventos de la vida de Jesús, debemos apreciar la creatividad de cada evangelista para entender la relación de eventos tal como cada uno de ellos los presenta.
Siguiendo esa creatividad del evangelista, podemos elucubrar que el pasaje para el día de hoy tiene por lo menos tres enseñanzas, las cuales corresponden a las tres posibles divisiones en las que podemos analizar el texto. La primera división de nuestro pasaje comienza con el v. 32: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino.” Sin embargo, este versículo tiene mayor sentido cuando lo leemos como la conclusión de la perícopa anterior que ha sido omitida aquí y que comprende los versículos 22 a 31 del capítulo 12. En esos versículos, Jesús se propone enseñar a sus discípulos no solo a confiar plenamente en la provisión y cuidado de Dios, sino a vivir en armonía con la creación. Si Dios cuida de los cuervos (que podríamos despreciar por ser aves carroñeras), y si cuida de los lirios (que podríamos ignorar por ser organismos tan frágiles y pasajeros que en un mismo día se marchitan), ¿cuánto más no cuidará de nosotros los humanos (pequeño rebaño de ovejitas) cuando buscamos vivir en armonía con su creación, en lugar de depender y vivir al amparo de los valores de acumulación y explotación del imperio? Ya tenemos el Reino; ¡vivamos de acuerdo a él!
La segunda enseñanza de este pasaje la encontramos en los vv. 33-34, y constituye básicamente un recordatorio de la lección del domingo pasado: comparte los bienes que posees; haz tesoros para con Dios; mira bien qué es lo que has decidido atesorar en tu vida, pues aquello que más valores en la vida será el sitio donde tu corazón habite. Estos versículos no son una invitación a dejar que nuestro corazón corra libremente y se vuelque en cualquier cosa o actividad que primero se nos antoje; más bien es una advertencia que nos recuerda que debemos elegir sabiamente aquello que nos apasiona y lo que buscamos atesorar, pues automáticamente nuestro corazón se invertirá en ese tesoro.
En tercer lugar, el pasaje termina en los vv. 35-40, con una lección de esperanza escatológica, de saber que aunque la exclusión e injusticia del imperio (romano) domina la vida diaria, Dios tiene la última palabra en la historia, y vendrán tiempos de refrigerio. Para la comunidad de Lucas, que quizá llevaba cinco o seis décadas esperando el regreso de Jesucristo, estas palabras de aliento a seguir confiando en su parusía (retorno), a pesar de parecer interminable, constituyen una esperanza que puede ayudarla a sobrellevar la crueldad del sistema imperante.
En conclusión, buscando unir la lección del domingo pasado con las de este domingo, podemos decir que si hemos aprendido que la acumulación de bienes no es lo que constituye la vida, y si podemos confiar plenamente en que Dios tiene cuidado de nosotros y de nosotras y nos llama a vivir en armonía con su creación, invirtiendo nuestro corazón en aquello que trae vida, entonces la espera de un mejor mañana en Cristo se hace llevadera. Sí, confiamos en que Dios tiene la última palabra en la historia, y creemos que mientras tanto estamos llamadas y llamados a vivir según la economía del reino de Dios y no la del imperio de César.
El Texto desde Nuestra Realidad
Una crítica socio-económica del mundo bíblico del primer siglo, subyugado y explotado por el imperio romano, nos permite reconocer que la realidad contemporánea no ha cambiado mucho. En la antigüedad, en una cultura agrícola, la gente trabajaba básicamente para sobrevivir; no siempre había para acumular, pues además el impuesto que el imperio romano cobraba era casi un tercio de lo que producía una familia para su subsistencia, lo cual dejaba a muchos sin propiedades y en la pobreza total.
Hoy en día la opresión del imperio sigue presente y la gente sigue siendo destituida de sus bienes por un sistema económico injusto. En los últimos ocho años, desde la crisis financiera del 2008, las calles y parques de Seattle se han vuelto el hogar de muchas personas a las que una economía manipulada por gente injusta y avariciosa ha despojado de sus casas. Las carpas han proliferado a lo largo de las autopistas y el problema parece no tener solución, pues cada día el número de los desposeídos e indigentes parece aumentar.
Si bien la realidad de cada persona desposeída responde a factores muy diversos, hay una tendencia que se ha comenzado a extender entre algunos miembros de esta población. Ante la imposibilidad de mantenerse a flote en un sistema opresor que fomenta la avaricia, algunas de las personas sin hogar han optado conscientemente por vivir en la calle.
¿Cómo cambiar el sistema económico que nos rige, el cual tiene como práctica desechar a los seres humanos que no saben acumular posesiones y practicar la avaricia? Esperar en Dios no es escapismo; es más bien una sabia valoración de lo que verdaderamente vale en la vida—compartir lo que tenemos para crear una nueva realidad en la que lo que dicta el valor de la vida no es la acumulación, sino la distribución, el compartir, la generosidad, la justicia y la equidad.
El Texto para la Predicación
¿Qué significa que hayamos recibido el reino? ¿Cómo vivir con la esperanza de que el reino viene, pero no solo como esperanza apocalíptica sino como esperanza profética, es decir, en el sentido de que el reino ya está aquí y Dios nos llama a hacerlo realidad con la ayuda de su espíritu?
¿Cómo hacemos realidad el llamado del evangelio a caminar con Jesús, a seguir sus pasos y aprender a despojarnos de todo aquello que nos impide vivir una vida plena, una vida con el corazón invertido en el verdadero tesoro?
El Texto en su Mundo Bíblico
Uno de los rasgos distintivos del Evangelio de Lucas es que representa a Jesús como un filósofo peripatético. En el siglo cuarto antes de Jesucristo, los alumnos de Aristóteles eran conocidos como peripatéticos, o “caminantes,” porque, según cuenta la tradición, recibían las enseñanzas de su maestro mientras caminaban siguiendo sus pasos por los jardines de la escuela.
Para dar coherencia a un gran segmento de las enseñanzas que Jesús impartió a sus discípulos, Lucas organiza este material usando precisamente el formato de viaje. Durante una larga travesía, los discípulos son instruidos en una serie de tópicos variados, mientras que caminan siguiendo los pasos de su maestro hasta Jerusalén. El pasaje para este domingo, al igual que todos los comprendidos entre los capítulos 9:51 y 19:27 de Lucas, forma parte de las enseñanzas de este viaje.
Cuando tratamos de encontrar la relación que existe entre una y otra historia, o entre los varios tópicos que Lucas nos presenta en su evangelio, vale recordar la arbitrariedad que existe en el orden en el que hemos recibido los relatos. Sin embargo, como no hay ningún documento histórico que contenga el orden cronológico en el que ocurrieron cada uno de los eventos de la vida de Jesús, debemos apreciar la creatividad de cada evangelista para entender la relación de eventos tal como cada uno de ellos los presenta.
Siguiendo esa creatividad del evangelista, podemos elucubrar que el pasaje para el día de hoy tiene por lo menos tres enseñanzas, las cuales corresponden a las tres posibles divisiones en las que podemos analizar el texto. La primera división de nuestro pasaje comienza con el v. 32: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino.” Sin embargo, este versículo tiene mayor sentido cuando lo leemos como la conclusión de la perícopa anterior que ha sido omitida aquí y que comprende los versículos 22 a 31 del capítulo 12. En esos versículos, Jesús se propone enseñar a sus discípulos no solo a confiar plenamente en la provisión y cuidado de Dios, sino a vivir en armonía con la creación. Si Dios cuida de los cuervos (que podríamos despreciar por ser aves carroñeras), y si cuida de los lirios (que podríamos ignorar por ser organismos tan frágiles y pasajeros que en un mismo día se marchitan), ¿cuánto más no cuidará de nosotros los humanos (pequeño rebaño de ovejitas) cuando buscamos vivir en armonía con su creación, en lugar de depender y vivir al amparo de los valores de acumulación y explotación del imperio? Ya tenemos el Reino; ¡vivamos de acuerdo a él!
La segunda enseñanza de este pasaje la encontramos en los vv. 33-34, y constituye básicamente un recordatorio de la lección del domingo pasado: comparte los bienes que posees; haz tesoros para con Dios; mira bien qué es lo que has decidido atesorar en tu vida, pues aquello que más valores en la vida será el sitio donde tu corazón habite. Estos versículos no son una invitación a dejar que nuestro corazón corra libremente y se vuelque en cualquier cosa o actividad que primero se nos antoje; más bien es una advertencia que nos recuerda que debemos elegir sabiamente aquello que nos apasiona y lo que buscamos atesorar, pues automáticamente nuestro corazón se invertirá en ese tesoro.
En tercer lugar, el pasaje termina en los vv. 35-40, con una lección de esperanza escatológica, de saber que aunque la exclusión e injusticia del imperio (romano) domina la vida diaria, Dios tiene la última palabra en la historia, y vendrán tiempos de refrigerio. Para la comunidad de Lucas, que quizá llevaba cinco o seis décadas esperando el regreso de Jesucristo, estas palabras de aliento a seguir confiando en su parusía (retorno), a pesar de parecer interminable, constituyen una esperanza que puede ayudarla a sobrellevar la crueldad del sistema imperante.
En conclusión, buscando unir la lección del domingo pasado con las de este domingo, podemos decir que si hemos aprendido que la acumulación de bienes no es lo que constituye la vida, y si podemos confiar plenamente en que Dios tiene cuidado de nosotros y de nosotras y nos llama a vivir en armonía con su creación, invirtiendo nuestro corazón en aquello que trae vida, entonces la espera de un mejor mañana en Cristo se hace llevadera. Sí, confiamos en que Dios tiene la última palabra en la historia, y creemos que mientras tanto estamos llamadas y llamados a vivir según la economía del reino de Dios y no la del imperio de César.
El Texto desde Nuestra Realidad
Una crítica socio-económica del mundo bíblico del primer siglo, subyugado y explotado por el imperio romano, nos permite reconocer que la realidad contemporánea no ha cambiado mucho. En la antigüedad, en una cultura agrícola, la gente trabajaba básicamente para sobrevivir; no siempre había para acumular, pues además el impuesto que el imperio romano cobraba era casi un tercio de lo que producía una familia para su subsistencia, lo cual dejaba a muchos sin propiedades y en la pobreza total.
Hoy en día la opresión del imperio sigue presente y la gente sigue siendo destituida de sus bienes por un sistema económico injusto. En los últimos ocho años, desde la crisis financiera del 2008, las calles y parques de Seattle se han vuelto el hogar de muchas personas a las que una economía manipulada por gente injusta y avariciosa ha despojado de sus casas. Las carpas han proliferado a lo largo de las autopistas y el problema parece no tener solución, pues cada día el número de los desposeídos e indigentes parece aumentar.
Si bien la realidad de cada persona desposeída responde a factores muy diversos, hay una tendencia que se ha comenzado a extender entre algunos miembros de esta población. Ante la imposibilidad de mantenerse a flote en un sistema opresor que fomenta la avaricia, algunas de las personas sin hogar han optado conscientemente por vivir en la calle.
¿Cómo cambiar el sistema económico que nos rige, el cual tiene como práctica desechar a los seres humanos que no saben acumular posesiones y practicar la avaricia? Esperar en Dios no es escapismo; es más bien una sabia valoración de lo que verdaderamente vale en la vida—compartir lo que tenemos para crear una nueva realidad en la que lo que dicta el valor de la vida no es la acumulación, sino la distribución, el compartir, la generosidad, la justicia y la equidad.
El Texto para la Predicación
¿Qué significa que hayamos recibido el reino? ¿Cómo vivir con la esperanza de que el reino viene, pero no solo como esperanza apocalíptica sino como esperanza profética, es decir, en el sentido de que el reino ya está aquí y Dios nos llama a hacerlo realidad con la ayuda de su espíritu?
¿Cómo hacemos realidad el llamado del evangelio a caminar con Jesús, a seguir sus pasos y aprender a despojarnos de todo aquello que nos impide vivir una vida plena, una vida con el corazón invertido en el verdadero tesoro?