Lectionary Commentaries for September 15, 2013
Diecimoséptimo Domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Lucas 15:1-10

Ángela del Consuelo Trejo Haager

Parábola – Palabra

La palabra es creación, que al emitirse se vuelve algo concreto, algo que construye y que invita a ser escuchada y ser reflexionada.

Las parábolas eran un recurso literario para Jesús muy importante; con ellas Jesús quería enseñar y dar esperanza a las personas que lo escuchaban. En este caso, su público era muy peculiar. El evangelio de Lucas los menciona como publicanos y pecadores. Eran personas que anhelaban escuchar palabras distintas a las que oían todos los días.

Las parábolas, como historias cortas con una enseñanza al final, eran utilizadas por Jesús con figuras de la vida cotidiana y cosas del diario vivir, que todas las personas podían entender. La palabra se vuelve cotidiana cuando es escuchada y esta es precisamente la finalidad. Por eso Jesús dice: “Entonces les enseñaba por medio de parábolas muchas cosas. Les decía en su enseñanza: Oíd…” (Marcos 4:2-3a).

Una mujer y un hombre

En las dos parábolas para este domingo, los elementos del diario vivir son las ovejas, las monedas, la mujer y el hombre. Jesús hace referencia a actividades comunes que se realizaban en esas comunidades y que no necesitaban mayor explicación. Era usual que muchos hombres se dedicaran a cuidar ovejas; también era habitual que muchas mujeres se dedicaran a la administración económica del hogar.

El problema para las dos personas, el hombre y la mujer, que protagonizan las parábolas narradas por Jesús, es que se les pierde algo muy valioso: una oveja y una moneda. Dos elementos totalmente diferentes, tal vez con un valor económico desigual, pero que para quienes los perdieron era evidentemente triste y preocupante.

El hombre y la mujer reaccionan de la misma manera: se dedican a buscar lo que habían perdido, y lo hacen con tanto entusiasmo que logran encontrar lo que buscaban. Dejando a las 99 ovejas y a las 9 monedas, se ponen a buscar, respectivamente, a una oveja y a una moneda.

La oveja valía mucho; se podía aprovechar su lana, la leche y la carne. La moneda seguramente serviría para completar el gasto de la mujer para la comida, para comprar algo importante en la casa, o para el aceite que se necesitaba para alumbrar.

Por eso es que el hombre y la mujer no pueden sino ponerse a buscar lo que habían perdido. En la primera parábola, el hombre es como Jesús cuando busca al que se ha alejado y que es tan precioso y valioso que justamente por eso va y lo busca para integrarlo con los demás.

En la segunda parábola, la mujer que se pone a buscar la moneda perdida, la que hacía falta para cubrir sus necesidades primordiales, y que al encontrarla, la junta con las demás monedas, también es como Jesús.

Una comunidad               

Llama la atención que las dos parábolas apelan a la comunidad. Cuando encuentran a la oveja y a la moneda, el hombre y la mujer llaman a sus amigos y amigas y a sus vecinos y vecinas para que se gocen junto con ellos porque han encontrado al elemento valioso que se les había perdido.

No quisieron quedarse con esta alegría en su corazón, sino que quisieron compartirla. Llamaron a muchos otros para que pudieran disfrutar juntos del gran evento.

En las sociedades tan individualistas en las que nos toca vivir, estas parábolas promueven valores distintos. Generalmente en nuestras sociedades se habla de logros individuales y pocas veces se llama a compartirlos con los otros.

Para Jesús era importante la vida comunitaria, la “común-unión,” la comunión en donde se abre el espacio para celebrar. Es un espacio donde todos y todas están en un mismo sentir y  son capaces de abrir su corazón y gozarse de manera sincera por los logros de los demás.

Nuestras comunidades de fe pueden y deben caminar en ese sentido, y procurar que todas las personas que asistan se sientan aceptadas. Deben constituirse en espacios donde se pueda llorar con el otro y reír con la otra. 

Comunidades

Para el hombre y la mujer de las parábolas de Jesús, sus respectivos amigos y vecinos y amigas y vecinas constituían la comunidad amada a la cual se acercaron confiadamente para celebrar la recuperación de la oveja y de la moneda perdida. Nosotros y nosotras podemos experimentar varias comunidades en nuestro diario vivir.

Nuestros hogares deberían ser comunidades en donde se pueda celebrar, compartir y trabajar por el bien del otro, en donde todos y todas tengan la libertad de expresarse y en donde el amor de Jesús penetre en todos los integrantes del hogar y en todas nuestras actividades.

Nuestros vecindarios, en un deseo muy hermoso, podrían ser verdaderas comunidades de apoyo, en donde todos tendríamos que poder conocernos, ayudarnos y alentarnos, como lo vemos en las parábolas de Jesús.

También los lugares de trabajo, aunque la finalidad sea obtener una ganancia o cobrar un salario, se podrían pensar como espacios en los que tendríamos que poder celebrar juntos los logros de la persona a la que le va bien y animar juntos a la persona que fracasa.

Jesús en estas parábolas continúa motivando la vida en comunidad, pues es en comunidad que podemos sentir a Jesús. En comunidad podemos actuar como Jesús ante los demás. Estamos llamados a ser las manos de Jesús para ayudar al necesitado, los ojos de Jesús para ver al que está a nuestro lado, sus oídos para escuchar a los demás, la voz de Jesús para infundir esperanza a los demás y sus pies para llevar paz y bendición a los demás. Del mismo modo, es en comunidad como podemos reconocer a Jesús en los demás.

Hay gozo cuando nos apoyamos, cuando nos encontramos, cuando celebramos, cuando encontramos esperanza. Vivamos, pues, en comunidad, y estemos prestos a participar en la vida de nuestras comunidades. Vivamos el evangelio juntos y juntas.