Esta historia, influenciada por Marcos 12:18-27 y con un paralelo en Hechos 23:6-9, sucede durante la última semana del ministerio de Jesús, según la narración de Lucas.
Jesús está en el templo (20:1) enseñando el evangelio y respondiendo preguntas (capítulos 20-21). Y ahora son los saduceos quienes se acercan a él con una pregunta. Los saduceos controlaban el grupo de los sacerdotes cuya base de poder era el templo. A diferencia de los fariseos, no creían en los ángeles ni en la resurrección. Los saduceos sólo creían en la ley escrita o mosaica (los primeros cinco libros del Pentateuco). Por esta razón, también eran partidarios de la ley de levirato (ver Gn 38:8; Dt 25:5-10; Rut 3:9, 12-13), según la cual un hermano sobreviviente debía casarse con la viuda de su hermano si este hermano moría sin hijos y por lo tanto, sin un heredero.
La narrativa consiste de dos secciones. La primera contiene la pregunta sobre la resurrección que hacen los saduceos (vv. 27-33), y la segunda, la respuesta de Jesús (vv. 34-38).
En la primera sección (vv. 27-33), los saduceos se presentan y le hacen su pregunta a Jesús. Es la única vez que los saduceos aparecen en Lucas. Dirigiéndose a Jesús, lo llaman “Maestro” (didaskale en el original griego), de modo que lo ven como un colega. Su pregunta a Jesús es acerca del matrimonio levirático y qué sucede con dicho matrimonio en la resurrección. Le presentan el caso hipotético de una mujer que muere después de haber estado casada consecutivamente con siete hermanos que murieron sin dejar descendencia, y la pregunta concreta que le hacen a Jesús es de cuál de los siete hermanos sería mujer en la resurrección. Los saduceos dan por sentado el carácter patriarcal del matrimonio en que el que se considera a la mujer como posesión del hombre. Pero lo que más llama la atención tanto a los oyentes de entonces como a los lectores de hoy es que los saduceos hagan esa pregunta cuando no creían en la resurrección. Y hay quienes interpretan que los saduceos, con su pregunta, no están poniendo a prueba el conocimiento o la autoridad de Jesús, sino que están planteando un desafío a los fariseos que sí creían en la resurrección. Jesús muestra simplemente su ingenio y perspicacia en el tratamiento de los saduceos. Lo que es más, los saduceos están asumiendo que el matrimonio entre dos personas se establece por un período de tiempo fijo y que implica una superposición del tiempo presente con el tiempo futuro. Es decir, los saduceos asumen que el matrimonio que se construye entre dos personas basado en la ley escrita refleja el tiempo eternal. Jesús desafiará esta hipótesis en su respuesta.
La segunda sección (vv. 33-38) se puede dividir en dos subsecciones (vv. 34-36 y vv. 37-38). En la primera subsección (vv. 34-36), Jesús enseña (a diferencia de lo que sucede en Marcos 12:24, no hay aquí en Lucas ningún reproche a los saduceos) tres cosas en el texto sobre el matrimonio y tener hijos: en primer lugar, que el matrimonio, como lo conocía su audiencia, sólo es una institución para el tiempo presente (v. 34); en segundo lugar, que quienes están resucitados no mueren y tampoco tienen necesidad de unirse en matrimonio (v. 35); y en tercer lugar, que quienes están resucitados no tienen necesidad de matrimonio porque son hijos e hijas de Dios, es decir, son hijos e hijas de la resurrección (v.36). En resumen, Jesús les enseña a los saduceos, sobre la base de ideales en los que ellos no creen (por ejemplo, ángeles y resurrección) que la vida en la resurrección no será una continuación de la vida tal como la conocemos hoy.
En la segunda subsección (vv. 37-38), Jesús se refiere específicamente a la resurrección y centra su respuesta a los saduceos en la ley escrita. Les recuerda el episodio de la zarza ardiente (Ex. 3:2) y del Dios que se presenta como “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3:6; v. 37 del texto de Lucas). Lo que Lucas le hace decir a Jesús es que los patriarcas están vivos para Dios o en Dios, y como resultado, “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (v. 38), porque Dios está siempre vivo. Lo que Lucas está sugiriendo es que al igual que los patriarcas, uno no muere a Dios, sino que uno vive para Dios. Dios es la fuente de la vida de los fieles.
Podríamos decir entonces que el matrimonio o una relación de pareja deberían ser un reflejo del amor de Dios que se manifiesta tanto en el tiempo presente como en el tiempo eternal. La tradición de Lucas enfatiza una escatología presente y universal (véase Lucas 4:21), según la cual la salvación significa que los oprimidos son liberados “hoy,” y que los perdidos del mismo modo son encontrados “hoy.” Esto nos compromete a las y los creyentes a vivir responsablemente, tanto en público como en privado, y en todas nuestras relaciones con otras personas, sin movernos de Dios. El matrimonio y las relaciones de pareja no se limitan al tiempo presente; estas instituciones se redefinen en el tiempo eternal para quienes responden al amor de Dios.
Esta historia, influenciada por Marcos 12:18-27 y con un paralelo en Hechos 23:6-9, sucede durante la última semana del ministerio de Jesús, según la narración de Lucas.
Jesús está en el templo (20:1) enseñando el evangelio y respondiendo preguntas (capítulos 20-21). Y ahora son los saduceos quienes se acercan a él con una pregunta. Los saduceos controlaban el grupo de los sacerdotes cuya base de poder era el templo. A diferencia de los fariseos, no creían en los ángeles ni en la resurrección. Los saduceos sólo creían en la ley escrita o mosaica (los primeros cinco libros del Pentateuco). Por esta razón, también eran partidarios de la ley de levirato (ver Gn 38:8; Dt 25:5-10; Rut 3:9, 12-13), según la cual un hermano sobreviviente debía casarse con la viuda de su hermano si este hermano moría sin hijos y por lo tanto, sin un heredero.
La narrativa consiste de dos secciones. La primera contiene la pregunta sobre la resurrección que hacen los saduceos (vv. 27-33), y la segunda, la respuesta de Jesús (vv. 34-38).
En la primera sección (vv. 27-33), los saduceos se presentan y le hacen su pregunta a Jesús. Es la única vez que los saduceos aparecen en Lucas. Dirigiéndose a Jesús, lo llaman “Maestro” (didaskale en el original griego), de modo que lo ven como un colega. Su pregunta a Jesús es acerca del matrimonio levirático y qué sucede con dicho matrimonio en la resurrección. Le presentan el caso hipotético de una mujer que muere después de haber estado casada consecutivamente con siete hermanos que murieron sin dejar descendencia, y la pregunta concreta que le hacen a Jesús es de cuál de los siete hermanos sería mujer en la resurrección. Los saduceos dan por sentado el carácter patriarcal del matrimonio en que el que se considera a la mujer como posesión del hombre. Pero lo que más llama la atención tanto a los oyentes de entonces como a los lectores de hoy es que los saduceos hagan esa pregunta cuando no creían en la resurrección. Y hay quienes interpretan que los saduceos, con su pregunta, no están poniendo a prueba el conocimiento o la autoridad de Jesús, sino que están planteando un desafío a los fariseos que sí creían en la resurrección. Jesús muestra simplemente su ingenio y perspicacia en el tratamiento de los saduceos. Lo que es más, los saduceos están asumiendo que el matrimonio entre dos personas se establece por un período de tiempo fijo y que implica una superposición del tiempo presente con el tiempo futuro. Es decir, los saduceos asumen que el matrimonio que se construye entre dos personas basado en la ley escrita refleja el tiempo eternal. Jesús desafiará esta hipótesis en su respuesta.
La segunda sección (vv. 33-38) se puede dividir en dos subsecciones (vv. 34-36 y vv. 37-38). En la primera subsección (vv. 34-36), Jesús enseña (a diferencia de lo que sucede en Marcos 12:24, no hay aquí en Lucas ningún reproche a los saduceos) tres cosas en el texto sobre el matrimonio y tener hijos: en primer lugar, que el matrimonio, como lo conocía su audiencia, sólo es una institución para el tiempo presente (v. 34); en segundo lugar, que quienes están resucitados no mueren y tampoco tienen necesidad de unirse en matrimonio (v. 35); y en tercer lugar, que quienes están resucitados no tienen necesidad de matrimonio porque son hijos e hijas de Dios, es decir, son hijos e hijas de la resurrección (v.36). En resumen, Jesús les enseña a los saduceos, sobre la base de ideales en los que ellos no creen (por ejemplo, ángeles y resurrección) que la vida en la resurrección no será una continuación de la vida tal como la conocemos hoy.
En la segunda subsección (vv. 37-38), Jesús se refiere específicamente a la resurrección y centra su respuesta a los saduceos en la ley escrita. Les recuerda el episodio de la zarza ardiente (Ex. 3:2) y del Dios que se presenta como “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Ex 3:6; v. 37 del texto de Lucas). Lo que Lucas le hace decir a Jesús es que los patriarcas están vivos para Dios o en Dios, y como resultado, “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (v. 38), porque Dios está siempre vivo. Lo que Lucas está sugiriendo es que al igual que los patriarcas, uno no muere a Dios, sino que uno vive para Dios. Dios es la fuente de la vida de los fieles.
Podríamos decir entonces que el matrimonio o una relación de pareja deberían ser un reflejo del amor de Dios que se manifiesta tanto en el tiempo presente como en el tiempo eternal. La tradición de Lucas enfatiza una escatología presente y universal (véase Lucas 4:21), según la cual la salvación significa que los oprimidos son liberados “hoy,” y que los perdidos del mismo modo son encontrados “hoy.” Esto nos compromete a las y los creyentes a vivir responsablemente, tanto en público como en privado, y en todas nuestras relaciones con otras personas, sin movernos de Dios. El matrimonio y las relaciones de pareja no se limitan al tiempo presente; estas instituciones se redefinen en el tiempo eternal para quienes responden al amor de Dios.