Lectionary Commentaries for August 17, 2014
Décimo domingo después de Pentecostés

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Evangelio

Comentario del San Mateo 15:21-28

Mercedes García Bachmann

La escena (v. 21) comienza con un movimiento de retirada de Jesús y sus discípulos a territorio no judío, después de la confrontación con fariseos y escribas sobre asuntos de pureza-impureza (vv. 10-20, opcionales para este domingo).

Y ahora viene la sorpresa: están en terreno no judío para continuar su ministerio (así se suele interpretar esta perícopa), pero Jesús no quiere atender la petición de la primera persona que encuentra en dicho territorio. Y es más: le contesta—déjenme decirles: con una petulancia desacostumbrada en sus palabras a gente necesitada—que ha venido a las ovejas perdidas de Israel. Pero ¿cuántas ovejas piensa encontrar en territorio sidonio? ¿O se les ha contagiado la dureza de las autoridades con las que termina de discutir, más preocupadas con la teoría de la ley que con la realidad diaria del pueblo pobre?

Algunas consideraciones sobre el texto

Hay mucha controversia sobre si el Jesús mateano salió del territorio israelita,  pero en todo caso se trata de una zona de frontera, con sus conflictos propios y su identidad mezclada. Los conflictos socio-económicos y étnicos eran fuertes en esta región; a la población judía, mayormente campesina y rural, le molestaba tener que entregar gran parte de su cosecha en impuestos.1 La expresión “perritos comiendo el pan de los hijos” parece haber sido un dicho popular que reflejaba (desde el campesinado israelita) la expoliación debida a los tributos. ¿Querría Jesús ser polémico o “se le escapó” la expresión?

Muchos elementos del texto están en la perícopa del domingo anterior (Mt 14:22-33), quizá para mostrar el contraste entre la mucha fe de la mujer cananea y la poca fe de Pedro (por ejemplo, gritar y clamar a Jesús en los problemas). Pero aunque Mateo use estos contrastes para inducir a su audiencia a celebrar la inclusión de una pagana entre las ovejas perdidas de Israel, tal paso no será sin esfuerzo; hará falta que hasta el mismo Jesús sea convertido antes de que la iglesia acepte abrirse. Y eso a pesar del anuncio de Isaías 58:6-8 (primera lectura de este domingo).

La mujer usa tres apelativos para mover a Jesús: la primera vez, “Señor, hijo de David,” y las dos siguientes, “Señor”. Considerando el conflicto con las autoridades judías, la expresión “hijo de David” pudo haber desmotivado a Jesús: los evangelios nos cuentan cómo rehuía ser hecho rey. Quizás quería evitar una mala interpretación si aceptaba echar un demonio asumiendo su papel (merecido, de todos modos) de hijo de David. Pero el conflicto es más profundo; no es una cuestión solo de títulos ni de perritos: ¿hasta dónde la preferencia por Israel de la misión de Jesús permitiría la inclusión de paganos y paganas?

La respuesta astuta de la mujer cambió la actitud de Jesús. En el evangelio de Marcos, es la simple respuesta acertada y respetuosa de la mujer cananea lo que conduce a la sanación de la hija, mientras que en Mateo, lo que conduce a la sanación de la niña es la fe evidente en la mujer (probablemente, no solo en la última respuesta, sino en su perseverancia y atrevimiento). En todo caso, aunque la mayoría de comentarios “disculpa” a Jesús diciendo que quería probar la fe de ella, Mateo no da otros motivos para la acción de Jesús que los recién explorados.

Hacia la prédica

Aun conociendo el trasfondo del texto, la primera reacción es de indignación: cuesta creer que una necesidad tan acuciante—que lleva a esta mujer a clamar en público la ayuda de alguien que carga con las expectativas del pueblo de ser hijo de David—no mueva a compasión ni a Jesús ni a sus discípulos. Parece que todos los prejuicios se han confabulado contra esta mujer: el étnico, el de género, el religioso y quizás también el de clase. Y parece que Jesús no fue ajeno a estos prejuicios, al menos al principio de su encuentro.

Sin embargo, Jesús la escucha y se deja convencer por sus argumentos. Aquí veo yo la mayor muestra de la divinidad de Jesús. Es cierto que caminar sobre el agua o calmar el viento es algo que solamente un ser divino puede hacer. Pero cambiar de parecer por un buen argumento y dejarse cambiar por una mujer extranjera y de otra fe, eso requiere una grandeza propia de Yavé.

No es casualidad, creo, que la genealogía de Jesús según Mt 1 incluyera, justamente, a extranjeras cuya fe fue mayor que la de muchos israelitas. Si bien hay dudas sobre si Tamar y Betsabé eran israelitas o no (su contexto inmediato es extranjero), sin duda Rahab y Rut eran extranjeras que eligieron unirse a Israel por causa de las grandes obras del Dios de Israel (ver Josué 2 y Rut 1, donde cada una confiesa que desea participar del pueblo de Yavé). Ellas vieron dónde está el Dios de la vida y dejaron todo por unirse a su pueblo, y por eso fueron bendecidas. La mujer cananea no hace más que eso: sabe que el Dios de Israel, presente en ese ungido Jesús, tiene mayor poder que los demonios que afligen a su hijita. La liberación de la niña es tan importante que solamente tenemos acceso a esta mujer como madre: no sabemos su nombre ni qué pasó después, porque todo su mundo es ser madre de una niña posesa. Hace propio el sufrimiento de la hija: “¡Señor, socórreme!” pide en el v. 25.

Gracias al desafío que esta mujer significa para la misión como Jesús se la imaginaba, la iglesia pudo contemplar la posibilidad de aceptar conversas/os en sus filas. Y después de contemplar esa posibilidad, pudo aceptarla y finalmente, celebrarla. Por eso para Mateo es tan importante que la fe de esta mujer fuera tanto mayor que la de Pedro, que caminando sobre el agua, fuera de la barca, se hundió.

La lectura de Isaías nos habla de un profeta que, habiendo pasado como Jesús por tierra extranjera (el exilio en Babilonia) no se quedó en odiar a “los paganos,” sino que soñó que un día también serían parte del pueblo de Yavé, reconociendo la grandeza y misericordia del Dios de Israel. La mujer cananea clamando la ayuda de Jesús para su hijita seriamente posesa ayudó a Jesús a modificar una posición muy rígida, y a reconocer su fe y necesidad. En el Evangelio, tanto Jesús como los/as discípulos/as expresan esta rigidez. Y en muchas de nuestras comunidades también predicadores/as y otros/as discípulos/as tienen un Jesús Salvador solo de quienes ya estamos dentro de la iglesia. Dios nos mueva a escuchar los gritos de los “perritos” y, como Jesús, a poder decir “grande es tu fe”.

 


 

1 Kjell Nordstokke, “13º domingo após Pentecostes”, en Proclamar Libertação21 (São Leopoldo, Sinodal: 1995), 218.