La lectura para Nochebuena nos presenta dos escenarios: primero, una familia humilde está en camino a Belén con la muchedumbre para ser contada en un censo imperial; y segundo, unos pastores sin nombre reciben noticias celestiales de salvación en pleno campo.
Los dos escenarios se unen en Belén, la ciudad del rey David, cuando llegan los pastores a ver al niño humilde (vv. 15-20). Recordemos que David también fue un pastor humilde que se hizo famoso cuando se lanzó contra un gigante y le ganó (1 Sam 17). Dios escoge y ayuda, pues, a los humildes, pero somete a los poderosos.
El tono del segundo capítulo de Lucas contrasta con el del primer capítulo. Parece una mera reseña de los hechos. “José subió de Galilea” (2:4); “había pastores en la misma región” (2:8); etc. Pero cuando profundizamos en la historia y el contexto de la narración, entendemos mejor la posición social de la familia sagrada. Ellos son los humildes. La joven María no puede quedarse en casa en un lugar seguro y conocido durante su primer embarazo. Por un capricho del poder colonialista del imperio romano, la joven, en el último mes de su embarazo, camina con su esposo alrededor de 90 millas subiendo y bajando las montañas. Habrán tardado unos nueve a diez días en llegar a Belén. Y no están solos. En las márgenes orientales del imperio, miles de judíos se levantan y obedecen el edicto imperial. “Con su brazo” (1:51), el poderoso César logra que se trasladen los humildes.
Hoy en día muchas familias humildes, pobres o marginadas repiten un camino parecido. Caminan mandados por poderes fuera de su control, por un capricho de la ley, de la guerra, de la depresión económica. Buscan trabajo; buscan un alquiler accesible; buscan dejar un barrio peligroso; buscan salidas y oportunidades para sus hijos. En Lucas 2:1-14 el sufrimiento del migrante y del refugiado contemporáneo coincide con el sufrimiento de la sagrada familia: una mujer que da a luz sin techo propio; un hombre que tiene que elegir entre la salud de su mujer y la obediencia a un censo imperial.
Históricamente, un censo imperial funcionaba como una manera de contar los recursos del emperador, el Augusto César. César empadrona a toda la gente para saber cuántos impuestos puede coleccionar por cabeza de cada uno de sus súbditos. Los humildes de su imperio no valen como individuos ni como personas con familias; sólo son números en una cuenta, horas de trabajo que equivalen a tantas toneladas de granos para sus silos imperiales.
En la narración, el censo imperial sirve también para asociar a Jesús de manera directa con “la ciudad de David,” Belén. Este vínculo es importante tanto para San Lucas como para San Mateo. Los otros evangelistas solo asocian el ministerio de Jesús con Galilea y con su base en Nazaret. Asociar a Jesús con Belén señala al lector que Jesús es un nuevo David. Lucas desarrolla las esperanzas de los judíos de que vendría un rey como David a derrotar al imperio romano y a liberar a los judíos de la opresión económica (2:4). Jesús “será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre;reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su Reino no tendrá fin” (1:32-33). Con estos títulos y esperanzas Lucas presenta a Jesús como un rival, no sólo para el rey Herodes de Judea (Mt 2:7-16), sino también y sobre todo para el emperador romano, “Augusto César” (Lc 2:1).
Pero es más. En la narración de San Lucas se levanta la causa del humilde ya antes del nacimiento de Jesús. El tema del humilde contra el poderoso, con tono político y en abierto desafío al poder imperial, se desarrolla a lo largo de todo el evangelio. En el primer capítulo lo vemos en el embarazo de Elisabet, una mujer de edad avanzada que no había podido tener hijos: “pues nada hay imposible para Dios” (1:37). Lo vemos también en la canción de María cuando dice de Dios que “quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes” (1:52) y “a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos” (1:53). En la canción de María se manifiesta la opción de Dios por los pobres. Los pobres son quienes reciben la bendición de Dios: primero la vieja Elisabet (1:13), luego la joven “encinta,” María (1:31), y poco después, los humildes pastores (2:11). El Salvador nace entre los humildes y es uno de ellos (2:11). En nuestro pasaje, Dios toma claramente el lado del underdog y del indefenso—los humildes—contra el imperio romano.
Por todo esto la narración de Nochebuena no es un cuento de niños, clasificado como “Apto para todo público.” San Lucas entiende las corrientes políticas e incluye una crítica económica en los detalles de su narración. Si prestamos atención a todos estos detalles, entendemos por qué los pastores se llenan de gozo al recibir el anuncio angélico (2:14). Son ellos, los pastores—tal como el niño Dios, que caminan sin casa, se acuestan a lado de sus animales, son vulnerables y humildes, y sirven al imperio solo como un número, quienes reciben las “nuevas de gran gozo” (2:10) expresadas en la llegada de la salvación de Dios (2:11).
Dios entra al mundo a través de una familia en camino. Entra en medio de la opresión colonialista, económica y política del imperio romano contra los judíos (2:1).
La lectura para Nochebuena nos presenta dos escenarios: primero, una familia humilde está en camino a Belén con la muchedumbre para ser contada en un censo imperial; y segundo, unos pastores sin nombre reciben noticias celestiales de salvación en pleno campo.
Los dos escenarios se unen en Belén, la ciudad del rey David, cuando llegan los pastores a ver al niño humilde (vv. 15-20). Recordemos que David también fue un pastor humilde que se hizo famoso cuando se lanzó contra un gigante y le ganó (1 Sam 17). Dios escoge y ayuda, pues, a los humildes, pero somete a los poderosos.
El tono del segundo capítulo de Lucas contrasta con el del primer capítulo. Parece una mera reseña de los hechos. “José subió de Galilea” (2:4); “había pastores en la misma región” (2:8); etc. Pero cuando profundizamos en la historia y el contexto de la narración, entendemos mejor la posición social de la familia sagrada. Ellos son los humildes. La joven María no puede quedarse en casa en un lugar seguro y conocido durante su primer embarazo. Por un capricho del poder colonialista del imperio romano, la joven, en el último mes de su embarazo, camina con su esposo alrededor de 90 millas subiendo y bajando las montañas. Habrán tardado unos nueve a diez días en llegar a Belén. Y no están solos. En las márgenes orientales del imperio, miles de judíos se levantan y obedecen el edicto imperial. “Con su brazo” (1:51), el poderoso César logra que se trasladen los humildes.
Hoy en día muchas familias humildes, pobres o marginadas repiten un camino parecido. Caminan mandados por poderes fuera de su control, por un capricho de la ley, de la guerra, de la depresión económica. Buscan trabajo; buscan un alquiler accesible; buscan dejar un barrio peligroso; buscan salidas y oportunidades para sus hijos. En Lucas 2:1-14 el sufrimiento del migrante y del refugiado contemporáneo coincide con el sufrimiento de la sagrada familia: una mujer que da a luz sin techo propio; un hombre que tiene que elegir entre la salud de su mujer y la obediencia a un censo imperial.
Históricamente, un censo imperial funcionaba como una manera de contar los recursos del emperador, el Augusto César. César empadrona a toda la gente para saber cuántos impuestos puede coleccionar por cabeza de cada uno de sus súbditos. Los humildes de su imperio no valen como individuos ni como personas con familias; sólo son números en una cuenta, horas de trabajo que equivalen a tantas toneladas de granos para sus silos imperiales.
En la narración, el censo imperial sirve también para asociar a Jesús de manera directa con “la ciudad de David,” Belén. Este vínculo es importante tanto para San Lucas como para San Mateo. Los otros evangelistas solo asocian el ministerio de Jesús con Galilea y con su base en Nazaret. Asociar a Jesús con Belén señala al lector que Jesús es un nuevo David. Lucas desarrolla las esperanzas de los judíos de que vendría un rey como David a derrotar al imperio romano y a liberar a los judíos de la opresión económica (2:4). Jesús “será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su Reino no tendrá fin” (1:32-33). Con estos títulos y esperanzas Lucas presenta a Jesús como un rival, no sólo para el rey Herodes de Judea (Mt 2:7-16), sino también y sobre todo para el emperador romano, “Augusto César” (Lc 2:1).
Pero es más. En la narración de San Lucas se levanta la causa del humilde ya antes del nacimiento de Jesús. El tema del humilde contra el poderoso, con tono político y en abierto desafío al poder imperial, se desarrolla a lo largo de todo el evangelio. En el primer capítulo lo vemos en el embarazo de Elisabet, una mujer de edad avanzada que no había podido tener hijos: “pues nada hay imposible para Dios” (1:37). Lo vemos también en la canción de María cuando dice de Dios que “quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes” (1:52) y “a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos” (1:53). En la canción de María se manifiesta la opción de Dios por los pobres. Los pobres son quienes reciben la bendición de Dios: primero la vieja Elisabet (1:13), luego la joven “encinta,” María (1:31), y poco después, los humildes pastores (2:11). El Salvador nace entre los humildes y es uno de ellos (2:11). En nuestro pasaje, Dios toma claramente el lado del underdog y del indefenso—los humildes—contra el imperio romano.
Por todo esto la narración de Nochebuena no es un cuento de niños, clasificado como “Apto para todo público.” San Lucas entiende las corrientes políticas e incluye una crítica económica en los detalles de su narración. Si prestamos atención a todos estos detalles, entendemos por qué los pastores se llenan de gozo al recibir el anuncio angélico (2:14). Son ellos, los pastores—tal como el niño Dios, que caminan sin casa, se acuestan a lado de sus animales, son vulnerables y humildes, y sirven al imperio solo como un número, quienes reciben las “nuevas de gran gozo” (2:10) expresadas en la llegada de la salvación de Dios (2:11).
Dios entra al mundo a través de una familia en camino. Entra en medio de la opresión colonialista, económica y política del imperio romano contra los judíos (2:1).