Todos los eventos que narra el texto giran en torno a un pesebre. En primer lugar, el viaje de José y María a la ciudad de Belén termina con el alumbramiento de María y el nacimiento de Jesús en un pesebre: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (v. 7). En segundo lugar, las buenas nuevas que el ángel del Señor trae a los pastores de la región, a saber, “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (v. 11), van acompañadas de una “señal” que los guiará a Jesús: “Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (v. 12). Finalmente, cuando los pastores van a Belén para ver lo que el Señor les ha revelado, “hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (v. 16). Y luego glorifican y alaban a Dios por todo lo que “habían oído y visto” en ese pesebre (v. 20). Todo gira en torno a ese pesebre. Todo gira en torno a Jesús.
Dios nos da a conocer su salvación en ese pesebre
El anuncio del ángel del Señor a los pastores es el “evangelio” del texto, el anuncio de las buenas nuevas de salvación a los pastores. El ángel les dice, en el griego, lo que literalmente habría que traducir como “les proclamo el evangelio” (euangelizomai humin, v. 10). ¿Y cuál es la buena nueva? “Que os ha nacido hoy . . . un Salvador, que es Cristo el Señor” (v. 11). ¿Pero cómo encontrar al Salvador? ¿Dónde se nos revela? ¿Dónde se nos da a conocer? No está en el mesón o la posada (v. 7), en una cómoda habitación o cuarto de motel. Tampoco se manifiesta en la gloria del Señor que, en medio de aquella aparición del ángel, rodeaba a los pastores con su resplandor (v. 9). Al contrario, el ángel les da a los pastores otra “señal,” dirigiéndolos al humilde pesebre (v. 12). Es allí donde el Señor nos revela o, en el griego, “nos ha dado a conocer” (egnorisen hemin, v. 15) su salvación. Es allí, en ese pesebre, donde los pastores oyen y ven la salvación del Señor.
Los pastores dan a conocer la salvación a otras personas
El ángel proclama el evangelio a los pastores. El Señor se les da a conocer en el niño del pesebre. ¿Y luego qué? ¿Se conforman los pastores con ver “al niño acostado en el pesebre”? (v. 16). No cabe la menor duda que haber presenciado los sucesos en Belén, haber escuchado el anuncio del ángel, haber visto la revelación del Salvador en carne propia, tuvo que haber sido una experiencia maravillosa, única, e impactante. Pero no se conforman los pastores con lo que oyen y ven. Al ser testigos de tal revelación, no pueden contenerse. La fe del corazón desemboca en la proclamación a viva voz. El anuncio de la buena nueva debe hacerse aún más público, debe llegar a más oídos: “Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño” (v. 17). Así como el Señor “nos ha dado a conocer” (egnorisen hemin, v. 15) su salvación en el pesebre, los pastores luego “dieron a conocer” (egnorisan, v. 17) a otros la buena nueva. Ciertamente, hay tiempo para meditar acerca de las obras de Dios en nuestras vidas en el recinto del corazón, como lo hacía María (v. 19). Pero hay lugar también para compartir sus obras en nuestras vidas con otras personas. Y esto es lo que hacen los pastores de manera que “todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían” (v. 18).
Predicando el sermón
Mediante la imagen del pesebre, el predicador puede usar el texto inicialmente para centrar a su audiencia en la humildad de Jesús. El enfoque en el pesebre permite al predicador anunciar que Dios revela o da a conocer su salvación, no en grandes manifestaciones de poder y gloria, sino en la humildad del niño de Belén. El pesebre nos anticipa la cruz. De manera paradójica, Dios nos revela su gloria y poder precisamente en el pesebre, y finalmente en la cruz donde el Salvador toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos de nuestros pecados. El texto se presta además para que los oyentes se vean como partícipes de la salvación que los pastores reciben. Al igual que los pastores, la iglesia es llamada a la fe en la buena nueva y a compartir con otras personas la buena nueva que ha visto y oído.
Dependiendo de la comunidad hispana o latina de la que se trate, la celebración de “las posadas” presenta una bonita oportunidad para resaltar ciertas temáticas del texto. En primer lugar, las posadas nos recuerdan la grandeza del amor del Hijo, quien siendo Dios se humilló a sí mismo en ese humilde pesebre, tomando la forma de un niño sin mesón y por ende vulnerable, para así salvarnos de nuestros pecados. En segundo lugar, las posadas nos llaman a responder a la revelación del humilde niño como lo hicieron los pastores, es decir, viendo al niño y luego dando a conocer lo que vieron a otras personas. Nos llama el texto a ser testigos de Jesús en el mundo. Finalmente, el texto nos hace meditar acerca de la hospitalidad. Jesús termina en un pesebre porque no se le dio posada. Así como Jesús no encontró mesón, existen personas vulnerables que son excluidas de nuestras comunidades e iglesias—personas que no encuentran posada en nuestras vidas. El texto nos invita a dar posada a Jesús en nuestro corazón por la fe y, en su aplicación moral, a dar posada a Jesús en el prójimo necesitado en nuestras vidas por amor a su nombre.
Todo gira en torno a un pesebre
Todos los eventos que narra el texto giran en torno a un pesebre. En primer lugar, el viaje de José y María a la ciudad de Belén termina con el alumbramiento de María y el nacimiento de Jesús en un pesebre: “Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón” (v. 7). En segundo lugar, las buenas nuevas que el ángel del Señor trae a los pastores de la región, a saber, “que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor” (v. 11), van acompañadas de una “señal” que los guiará a Jesús: “Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (v. 12). Finalmente, cuando los pastores van a Belén para ver lo que el Señor les ha revelado, “hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (v. 16). Y luego glorifican y alaban a Dios por todo lo que “habían oído y visto” en ese pesebre (v. 20). Todo gira en torno a ese pesebre. Todo gira en torno a Jesús.
Dios nos da a conocer su salvación en ese pesebre
El anuncio del ángel del Señor a los pastores es el “evangelio” del texto, el anuncio de las buenas nuevas de salvación a los pastores. El ángel les dice, en el griego, lo que literalmente habría que traducir como “les proclamo el evangelio” (euangelizomai humin, v. 10). ¿Y cuál es la buena nueva? “Que os ha nacido hoy . . . un Salvador, que es Cristo el Señor” (v. 11). ¿Pero cómo encontrar al Salvador? ¿Dónde se nos revela? ¿Dónde se nos da a conocer? No está en el mesón o la posada (v. 7), en una cómoda habitación o cuarto de motel. Tampoco se manifiesta en la gloria del Señor que, en medio de aquella aparición del ángel, rodeaba a los pastores con su resplandor (v. 9). Al contrario, el ángel les da a los pastores otra “señal,” dirigiéndolos al humilde pesebre (v. 12). Es allí donde el Señor nos revela o, en el griego, “nos ha dado a conocer” (egnorisen hemin, v. 15) su salvación. Es allí, en ese pesebre, donde los pastores oyen y ven la salvación del Señor.
Los pastores dan a conocer la salvación a otras personas
El ángel proclama el evangelio a los pastores. El Señor se les da a conocer en el niño del pesebre. ¿Y luego qué? ¿Se conforman los pastores con ver “al niño acostado en el pesebre”? (v. 16). No cabe la menor duda que haber presenciado los sucesos en Belén, haber escuchado el anuncio del ángel, haber visto la revelación del Salvador en carne propia, tuvo que haber sido una experiencia maravillosa, única, e impactante. Pero no se conforman los pastores con lo que oyen y ven. Al ser testigos de tal revelación, no pueden contenerse. La fe del corazón desemboca en la proclamación a viva voz. El anuncio de la buena nueva debe hacerse aún más público, debe llegar a más oídos: “Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño” (v. 17). Así como el Señor “nos ha dado a conocer” (egnorisen hemin, v. 15) su salvación en el pesebre, los pastores luego “dieron a conocer” (egnorisan, v. 17) a otros la buena nueva. Ciertamente, hay tiempo para meditar acerca de las obras de Dios en nuestras vidas en el recinto del corazón, como lo hacía María (v. 19). Pero hay lugar también para compartir sus obras en nuestras vidas con otras personas. Y esto es lo que hacen los pastores de manera que “todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían” (v. 18).
Predicando el sermón
Mediante la imagen del pesebre, el predicador puede usar el texto inicialmente para centrar a su audiencia en la humildad de Jesús. El enfoque en el pesebre permite al predicador anunciar que Dios revela o da a conocer su salvación, no en grandes manifestaciones de poder y gloria, sino en la humildad del niño de Belén. El pesebre nos anticipa la cruz. De manera paradójica, Dios nos revela su gloria y poder precisamente en el pesebre, y finalmente en la cruz donde el Salvador toma sobre sí nuestros pecados para salvarnos de nuestros pecados. El texto se presta además para que los oyentes se vean como partícipes de la salvación que los pastores reciben. Al igual que los pastores, la iglesia es llamada a la fe en la buena nueva y a compartir con otras personas la buena nueva que ha visto y oído.
Dependiendo de la comunidad hispana o latina de la que se trate, la celebración de “las posadas” presenta una bonita oportunidad para resaltar ciertas temáticas del texto. En primer lugar, las posadas nos recuerdan la grandeza del amor del Hijo, quien siendo Dios se humilló a sí mismo en ese humilde pesebre, tomando la forma de un niño sin mesón y por ende vulnerable, para así salvarnos de nuestros pecados. En segundo lugar, las posadas nos llaman a responder a la revelación del humilde niño como lo hicieron los pastores, es decir, viendo al niño y luego dando a conocer lo que vieron a otras personas. Nos llama el texto a ser testigos de Jesús en el mundo. Finalmente, el texto nos hace meditar acerca de la hospitalidad. Jesús termina en un pesebre porque no se le dio posada. Así como Jesús no encontró mesón, existen personas vulnerables que son excluidas de nuestras comunidades e iglesias—personas que no encuentran posada en nuestras vidas. El texto nos invita a dar posada a Jesús en nuestro corazón por la fe y, en su aplicación moral, a dar posada a Jesús en el prójimo necesitado en nuestras vidas por amor a su nombre.