Lectionary Commentaries for March 30, 2018
Good Friday

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Evangelio

Comentario del San Juan 18:1—19:42

Timothy J. Sandoval

Los/as predicadores/as tienen mucho con lo que pueden trabajar en la lectura para el Viernes Santo ofrecida en el leccionario: ¡dos capítulos completos del Evangelio de Juan!1

El relato de Juan del primer Viernes Santo comienza en el capítulo 18 con Jesús y sus discípulos cruzando, por la noche,2 el torrente Cedrón, al este de Jerusalén, para llegar a un jardín (“huerto” dice la versión Reina Valera 1995) que se encontraba al otro lado. En Juan, es un lugar que no tiene nombre, mientras que en Mateo y Marcos se lo llama Getsemaní. Al final del capítulo 19, el recuento que hace Juan del día concluye con el cuerpo de Jesús puesto a descansar en la víspera del sábado (v. 41), en un lugar cercano a donde había sido crucificado, en un nuevo sepulcro labrado dentro de otro jardín. En Juan, los jardines y la oscuridad enmarcan el último día de Jesús. 

Jardines de Ahora y de Aquel Entonces 

Cuando pensamos en “jardines” hoy en día, a menudo imaginamos un pedazo de tierra en el patio trasero de una casa, donde brotan flores y vegetales. Por supuesto, las personas en la antigua Judea apreciaban la belleza de las flores. También cultivaban con frecuencia vegetales en las áreas cercanas a sus hogares para complementar su dieta básica, que consistía en granos (para pan y cerveza), aceitunas (para aceite de oliva) y uvas (para pasas y vino). Sin embargo, el término “jardín” en el mundo antiguo no tenía ninguna de estas connotaciones.  

Los jardines antiguos eran, por el contrario, más parecidos a lo que hoy conocemos como parques. No el tipo de parques que tienen diamantes de béisbol y canchas de básquetbol, sino aquellos con una refrescante fuente en el centro y con senderos bordeados de árboles; lugares donde la gente puede pasear tranquilamente o hacer un picnic. Los parques antiguos eran más como eso: espacios con estanques de agua para refrescarse y regar árboles y arbustos intencionalmente plantados. Eran lugares llenos de belleza donde el cuerpo y el espíritu de quienes los visitaban podían refrescarse y restaurarse. Edén, el paraíso, es por supuesto el jardín arquetípico de la Biblia. Sin embargo, al igual que el Rey divino en Gn 2, los monarcas de todo el antiguo Oriente Próximo eran famosos por ser “jardineros,” por construir magníficos jardines—los “jardines colgantes” de Nabucodonosor en Babilonia sin duda eran los más famosos. Entre sus logros, Qohéleth o el “Predicador” del libro de Eclesiastés, la figura tan parecida al rey Salomón (tan parecida que hay quienes sostienen que se trataba de Salomón) del libro de Eclesiastés, también menciona la construcción de un jardín: 

Me hice huertos y jardines, y planté en ellos toda clase de árboles frutales. Me hice estanques de aguas, para regar de ellos el bosque donde crecían los árboles (Ec 2:5-6). 

Un Cuento acerca de Dos Jardines 

No es de extrañar que un sepulcro como el de Juan 19, el lugar de descanso final de alguien, haya sido labrado en un jardín. No hay nada extraordinario en el hecho de que Jesús haya sido sepultado en un lugar tan pacífico y restaurador. Incluso hoy en día, los cementerios muy a menudo son lugares tranquilos, parecidos a los antiguos jardines. Además, el carácter tranquilo y refrescante de los jardines antiguos, como el del jardín en que Jesús fue enterrado, puede sutilmente ser un anticipo de la resurrección de Jesús y la manera en que restauraría a sus seguidores y seguidoras a la fe y la paz. 

Sin embargo, es profundamente irónico que el primer jardín, el de Juan 18, el lugar que Jesús y sus discípulos conocían como un lugar de retiro y restauración (“muchas veces Jesús se había reunido allí con sus discípulos,” dice el v. 2), se convirtiera en el escenario de una acción militar y policial, y también de resistencia violenta. Dice Jn 18:3 que Judas, “tomando una compañía de soldados y guardias de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allí con linternas, antorchas y armas.” La oscuridad tranquila de la noche en el jardín se vio interrumpida por sombras y ejes de luz, el griterío de los soldados y el ruido de sus armamentos de hierro. Este fue el momento en que Pedro enfrentó la amenaza de la violencia con su propia violencia y fue reprendido por Jesús: 

Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, hirió al siervo del Sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: “Mete tu espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (18: 10-11). 

Tanto el jardín de Getsemaní como el jardín del sepulcro ocupan lugares importantes en el imaginario teológico cristiano. Uno es el sitio de la angustia de Jesús ante su muerte inminente; el otro es el lugar de su resurrección a la vida. El jardín del sepulcro es quizás el que preferimos recordar, pero los/as predicadores/as de Juan 18-19 podrían recordar con sus congregaciones el otro también, especialmente en el Viernes Santo. 

Con Jesús en los Jardines 

Muchos de nosotros/as quizás estemos familiarizados/as con el himno protestante “A Solas al Huerto Yo Voy.” Para algunos, la letra del himno es demasiado sentimental y corre el riesgo de llevar a los fieles a una comprensión de la vida cristiana excesivamente centrada en las emociones y el individuo. Al invitarnos a tener una relación íntima y personal con Jesús, el himno puede hacernos olvidar el llamado de Dios a unirnos a los demás y trabajar en la construcción de un mundo de justicia y misericordia, el trabajo que los judíos llaman Tikun Olam, la “reparación del mundo.” Sin embargo, el lugar prominente que el himno da a la paz y la tranquilidad que la persona creyente puede encontrar de manera individual en su relación con Jesús es un poderoso y legítimo mensaje de buenas nuevas. Cuando hoy, en la imaginación de la fe, vamos “a solas al huerto,” la posibilidad de un encuentro genuino con el Cristo resucitado, como el que experimentó María Magdalena en la primera Pascua (Juan 20), está abierta para nosotros/as también. El himno apunta a un Cristo que nos acepta plenamente y promete estar siempre con nosotros/as: “El conmigo está, puedo oír su voz, Y que suyo, dice, seré.” 

El huerto del himno, sin embargo, es el jardín del duelo de la Pascua. ¿Pero qué hay del jardín de la noche del Viernes Santo? Al saber que estamos firmes con el Jesús resucitado en el jardín del sepulcro, quizás en el Viernes Santo podamos encontrar nuestro camino de regreso a Getsemaní y al Jesús que está con nosotros/as allí. En Getsemaní se nos recuerda el sufrimiento y sacrificio de Jesús pro nobis, “por nosotros y nosotras”, no solo en el sentido de que él ha asumido nuestro pecado individual y nuestra culpa. También se nos recuerda que la violencia y la maldad en nuestro mundo a menudo exceden largamente las responsabilidades individuales. Nuestro mundo no sólo necesita ser salvado del pecado y la perversidad de los individuos. Judas, el individuo, traicionó a Jesús, sí. Pero la violencia y las instituciones del imperio mataron a Jesús y hoy continúan destruyendo la tranquilidad de todos nuestros jardines. 

En Pascua, Jesús resucitará de verdad y se encontrará con nosotros/as en el jardín del sepulcro. En el Viernes Santo, al estar en el jardín de Getsemaní con Jesús, Judas, Pedro, los soldados y todos los demás, los/as predicadores/as pueden recordarnos con todo detalle por qué Jesús fue asesinado.


Nota:

1. Este mismo comentario puede leerse en inglés aquí.

2. Hay que recordar que para los judíos un día va de una puesta de sol hasta la siguiente. La noche de la que aquí se habla era, pues, parte del viernes para los judíos, mientras que para nuestro calendario todavía se habría tratado de la noche entre el jueves y el viernes.