“¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres [y mujeres]!”
Así cantan los ángeles en el v. 14 de nuestro texto evangélico, compartiéndonos cada año una vez más las buenas nuevas del nacimiento de Jesús en las Navidades. Es un canto de alabanza a Dios y a la vez es una oración que debe orar el pueblo de Dios en las Navidades al igual que todos los días a través de todo el año. Es el puro centro del trabajo de Dios llevado a cabo en el nacimiento de Jesucristo. Es lo que más necesita el mundo entero hoy en día así como a través de toda la historia de la humanidad.
Contexto Histórico
En los vv. 1-2, Lucas sitúa el nacimiento del niño en el contexto histórico del emperador romano Augusto, que reinó del 27 a.C. al 14 d.C. Con esto Lucas quiere enfrentar inmediatamente al lector y a la lectora con una decisión: ¿Qué camino se debe seguir? ¿Qué autoridad se debe obedecer? Lucas nos facilita la elección al ponerle a Jesús varios títulos que se usaban para designar al emperador, como “Salvador” y “el Señor” (v. 11), y al levantar así la visión del mundo según el recién nacido como alternativa a la del mundo bajo el emperador. Ya habíamos oído antes en Lucas otros títulos de Jesús que también se atribuían al emperador: Jesús se llamaría “Hijo del Altísimo” (1:32), sería un “Santo Ser” y sería llamado “Hijo de Dios” (1:35).
Lucas vuelve a este tema sobre la autoridad más tarde en su evangelio. En 20:19-26, Jesús responde a un grupo de espías mandado por los sacerdotes y escribas que intentan sorprenderlo en alguna palabra a fin de poder entregarlo a las autoridades políticas. Así le preguntan si es lícito dar tributo a César o no. Notando que la imagen de César aparece en la moneda, dice Jesús: “Pues dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios” (20:26).
Paz para con los Hombres y Mujeres
La buena nueva es la voluntad de Dios y la alabanza y la oración de los ángeles de que haya paz en la tierra para toda la gente. Pero no es el mismo tipo de paz que el mundo provee. Lo que distingue a esta paz es su naturaleza; la naturaleza de la paz ofrecida a cada uno/a de nosotros/as. No es la paz que viene después de un conflicto militar y que se consigue por medio de un acuerdo firmado por el ganador y el perdedor. Tal acuerdo siempre tiene el riesgo de caer en un renacimiento de las hostilidades y la vuelta a la violencia. Esa es la paz del imperio. (Escribo estas palabras en el centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Veintiún años después estallaría la Segunda Guerra Mundial.) Al contrario, la paz que viene de Dios, del cielo, de las alturas, viene por medio de la justicia social. Hemos oído esto antes en el evangelio de Lucas, en los famosos versículos 1:51-53 en el Magníficat que canta María, la madre de Jesús, donde oímos que el Señor
Hizo proezas con su brazo;
esparció a los soberbios
en el pensamiento de sus corazones.
Quitó de los tronos a los poderosos
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes
y a los ricos envió vacíos.
Y pronto lo volveremos a escuchar en el gran comienzo del ministerio público de Jesús narrado en Lucas 4. La consideración divina a los pobres se señala también en nuestro texto por el hecho de que el mensaje de los ángeles se dirige a los pastores, ejemplos de los pobres y humildes en la sociedad (vv. 8-20). Ellos son los primeros en oír el anuncio de las “nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy… un Salvador, que es Cristo el Señor” (vv. 10-11). La paz que proviene de la justicia es una paz duradera.
Preguntas Hacia la Predicación Fiel
En los Estados Unidos nunca hemos vivido bajo un emperador; tampoco bajo el reinado de un rey. Nuestra terminología política hace que no resulte tan obvia la opción que Lucas intenta poner delante de nosotros/as. En la Biblia, Jesús no se llama presidente, gobernador, senador, alcalde, etc. Tenemos que hacer un ajuste terminológico y teológico para leer la Biblia con fidelidad hoy en los EEUU. En nuestro contexto, sería como si naciera una persona de quien se dijera: “este es el nuevo líder de toda la gente, el verdadero presidente de la nación a quien hemos de reconocer y con quien hemos de trabajar.”
Para nosotros/as, las preguntas son por lo tanto las siguientes: ¿Cuál es la máxima autoridad en nuestro comportamiento diario, tanto en nuestras vidas individuales como en nuestra existencia política? ¿La Palabra de Dios o el establecimiento político norteamericano? ¿El presidente o el Hijo de Dios?
Las confesiones de la iglesia luterana (y otras denominaciones tienen confesiones similares) tratan de dar una respuesta a esta pregunta:
Por consiguiente, los cristianos están obligados a someterse a la autoridad civil y obedecer sus mandamientos y leyes en todo lo que pueda hacerse sin pecado. Pero si el mandato de la autoridad civil no puede acatarse sin pecado, se debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Hechos 5: 29. (Confesión de Augsburgo, art. XVI).
En el texto bíblico que citan aquí los confesores, los apóstoles habían sido encarcelados por haber hecho sanaciones en medio del pueblo. Después habían sido liberados de la cárcel por un ángel del Señor y habían ido al templo a predicar las buenas noticias sobre Jesucristo. Respondiendo al mandato de parte de las autoridades religiosas judías de que dejaran de predicar en el nombre de Jesucristo, dicen Pedro y los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.”
Así Jesús invita a la gente a decidir cuáles son sus obligaciones con el gobierno civil y cuáles son sus obligaciones con Dios. Y esta misma pregunta, este mismo desafío, se plantea frente a cada uno/a de nosotros/as, los/as lectores/as de hoy en día, los/as discípulos/as del momento actual, miembros de la iglesia en la tierra, en lo que toca a nuestra vida privada y a la vez política. La respuesta de Jesús respecto del pago de tributos al César y la respuesta de Pedro y a los apóstoles a quienes querían prohibirles la predicación del evangelio nos sirven de guía.
Paz en toda la tierra y para todas las personas en el mundo es la gran promesa del canto de los ángeles. Necesitamos esto de manera urgente ahora al finalizar el año 2018 y al estrenar el año 2019 y de ahí en adelante en el futuro. Esta promesa quiere decir paz entre todas las naciones, todas las tradiciones religiosas, todas las razas humanas, todas las culturas, etc.
Para vivir la vida del discipulado auténtico, preguntémonos: ¿en qué medida nos apropiamos la bendición de paz de Dios? ¿Es el centro de nuestras oraciones, de nuestras acciones diarias y de nuestras vidas individuales y políticas? Meditemos sobre estas cosas en nuestros corazones, como lo hace María (v. 19).
“¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres [y mujeres]!”
Así cantan los ángeles en el v. 14 de nuestro texto evangélico, compartiéndonos cada año una vez más las buenas nuevas del nacimiento de Jesús en las Navidades. Es un canto de alabanza a Dios y a la vez es una oración que debe orar el pueblo de Dios en las Navidades al igual que todos los días a través de todo el año. Es el puro centro del trabajo de Dios llevado a cabo en el nacimiento de Jesucristo. Es lo que más necesita el mundo entero hoy en día así como a través de toda la historia de la humanidad.
Contexto Histórico
En los vv. 1-2, Lucas sitúa el nacimiento del niño en el contexto histórico del emperador romano Augusto, que reinó del 27 a.C. al 14 d.C. Con esto Lucas quiere enfrentar inmediatamente al lector y a la lectora con una decisión: ¿Qué camino se debe seguir? ¿Qué autoridad se debe obedecer? Lucas nos facilita la elección al ponerle a Jesús varios títulos que se usaban para designar al emperador, como “Salvador” y “el Señor” (v. 11), y al levantar así la visión del mundo según el recién nacido como alternativa a la del mundo bajo el emperador. Ya habíamos oído antes en Lucas otros títulos de Jesús que también se atribuían al emperador: Jesús se llamaría “Hijo del Altísimo” (1:32), sería un “Santo Ser” y sería llamado “Hijo de Dios” (1:35).
Lucas vuelve a este tema sobre la autoridad más tarde en su evangelio. En 20:19-26, Jesús responde a un grupo de espías mandado por los sacerdotes y escribas que intentan sorprenderlo en alguna palabra a fin de poder entregarlo a las autoridades políticas. Así le preguntan si es lícito dar tributo a César o no. Notando que la imagen de César aparece en la moneda, dice Jesús: “Pues dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios” (20:26).
Paz para con los Hombres y Mujeres
La buena nueva es la voluntad de Dios y la alabanza y la oración de los ángeles de que haya paz en la tierra para toda la gente. Pero no es el mismo tipo de paz que el mundo provee. Lo que distingue a esta paz es su naturaleza; la naturaleza de la paz ofrecida a cada uno/a de nosotros/as. No es la paz que viene después de un conflicto militar y que se consigue por medio de un acuerdo firmado por el ganador y el perdedor. Tal acuerdo siempre tiene el riesgo de caer en un renacimiento de las hostilidades y la vuelta a la violencia. Esa es la paz del imperio. (Escribo estas palabras en el centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Veintiún años después estallaría la Segunda Guerra Mundial.) Al contrario, la paz que viene de Dios, del cielo, de las alturas, viene por medio de la justicia social. Hemos oído esto antes en el evangelio de Lucas, en los famosos versículos 1:51-53 en el Magníficat que canta María, la madre de Jesús, donde oímos que el Señor
Hizo proezas con su brazo;
esparció a los soberbios
en el pensamiento de sus corazones.
Quitó de los tronos a los poderosos
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes
y a los ricos envió vacíos.
Y pronto lo volveremos a escuchar en el gran comienzo del ministerio público de Jesús narrado en Lucas 4. La consideración divina a los pobres se señala también en nuestro texto por el hecho de que el mensaje de los ángeles se dirige a los pastores, ejemplos de los pobres y humildes en la sociedad (vv. 8-20). Ellos son los primeros en oír el anuncio de las “nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy… un Salvador, que es Cristo el Señor” (vv. 10-11). La paz que proviene de la justicia es una paz duradera.
Preguntas Hacia la Predicación Fiel
En los Estados Unidos nunca hemos vivido bajo un emperador; tampoco bajo el reinado de un rey. Nuestra terminología política hace que no resulte tan obvia la opción que Lucas intenta poner delante de nosotros/as. En la Biblia, Jesús no se llama presidente, gobernador, senador, alcalde, etc. Tenemos que hacer un ajuste terminológico y teológico para leer la Biblia con fidelidad hoy en los EEUU. En nuestro contexto, sería como si naciera una persona de quien se dijera: “este es el nuevo líder de toda la gente, el verdadero presidente de la nación a quien hemos de reconocer y con quien hemos de trabajar.”
Para nosotros/as, las preguntas son por lo tanto las siguientes: ¿Cuál es la máxima autoridad en nuestro comportamiento diario, tanto en nuestras vidas individuales como en nuestra existencia política? ¿La Palabra de Dios o el establecimiento político norteamericano? ¿El presidente o el Hijo de Dios?
Las confesiones de la iglesia luterana (y otras denominaciones tienen confesiones similares) tratan de dar una respuesta a esta pregunta:
Por consiguiente, los cristianos están obligados a someterse a la autoridad civil y obedecer sus mandamientos y leyes en todo lo que pueda hacerse sin pecado. Pero si el mandato de la autoridad civil no puede acatarse sin pecado, se debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Hechos 5: 29. (Confesión de Augsburgo, art. XVI).
En el texto bíblico que citan aquí los confesores, los apóstoles habían sido encarcelados por haber hecho sanaciones en medio del pueblo. Después habían sido liberados de la cárcel por un ángel del Señor y habían ido al templo a predicar las buenas noticias sobre Jesucristo. Respondiendo al mandato de parte de las autoridades religiosas judías de que dejaran de predicar en el nombre de Jesucristo, dicen Pedro y los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.”
Así Jesús invita a la gente a decidir cuáles son sus obligaciones con el gobierno civil y cuáles son sus obligaciones con Dios. Y esta misma pregunta, este mismo desafío, se plantea frente a cada uno/a de nosotros/as, los/as lectores/as de hoy en día, los/as discípulos/as del momento actual, miembros de la iglesia en la tierra, en lo que toca a nuestra vida privada y a la vez política. La respuesta de Jesús respecto del pago de tributos al César y la respuesta de Pedro y a los apóstoles a quienes querían prohibirles la predicación del evangelio nos sirven de guía.
Paz en toda la tierra y para todas las personas en el mundo es la gran promesa del canto de los ángeles. Necesitamos esto de manera urgente ahora al finalizar el año 2018 y al estrenar el año 2019 y de ahí en adelante en el futuro. Esta promesa quiere decir paz entre todas las naciones, todas las tradiciones religiosas, todas las razas humanas, todas las culturas, etc.
Para vivir la vida del discipulado auténtico, preguntémonos: ¿en qué medida nos apropiamos la bendición de paz de Dios? ¿Es el centro de nuestras oraciones, de nuestras acciones diarias y de nuestras vidas individuales y políticas? Meditemos sobre estas cosas en nuestros corazones, como lo hace María (v. 19).