¿Las piedras o aquello para lo que las piedras nos sirven? Este es un aviso para nuestros enamoramientos de las instituciones y sus edificios, estructuras y métodos. Es bueno admirar lo hermoso, pero hay que mirar más allá, hacia lo principal.
También es importante la advertencia acerca de los falsos mesías. Tienen razón: hay catástrofes, hay guerras, hay maldad. ¿Pero cuál será la vara para saber quién está hablando verdaderas palabras mesiánicas? Debemos acordarnos del núcleo de la predicación de Jesús, del “YO soy” que es todos/as, el “yo soy” que nos conduce al camino de las bienaventuranzas, el del discurso en Nazaret, el que resuena en los cánticos de Zacarías y de María al comienzo del evangelio de Lucas.
Hoy sabemos de la autonomía del mundo, pero el anuncio de Jesús consiste en dar al mal que se producirá un marco de necesidad, porque así está en el plan de Dios. De esta manera, se nos promete que nunca estaremos fuera de la mano de Dios.
Habrá señales, pero no se deberá creer en ellas; no son las señales que Jesús da. Se habla mucho de “los tiempos” de estos tiempos, pero ¿cuáles son los tiempos de los que habla Jesús?
La tentación es buscar los propios tiempos y analizarlos fuera de la óptica de Dios. En algunas comunidades, existe la tentación de analizar los problemas de la comunidad como si estuviéramos en los tiempos finales. Pensemos lo que significó la caída de Jerusalén para los judíos. O para un romano el fin del imperio. Incluso para los romanos cristianos significó un cambio de paradigma y, sin embargo, no fue una señal del fin de los tiempos. Pueblo contra pueblo, terremotos, hambre y guerras. Son todas imágenes apocalípticas. El resultado del pensamiento apocalíptico en la historia siempre ha sido una comunidad que se cree la única elegida, la especial frente a Dios, la que tiene la única verdad y por tanto puede cerrarse sobre sí misma. Deja de interrogar la historia para ver los pasos de Dios porque la historia ya está cerrada; lo único que queda es esperar el fin. No tiene espíritu de proclamar la Palabra porque todo lo que la rodea es negativo. Lo único que importa es buscar mensajes divinos que avalen este punto de vista negativo.
Pero a su vez hay otra realidad que Lucas comparte con otros escritos del Nuevo Testamento. Son las persecuciones ciertas que sufren muchas comunidades. La causa siempre es la misma: el seguir a Jesús.
Verdaderos y falsos conflictos. Hay veces en que tomamos la disputa sobre un falso privilegio o una cierta posición como una persecución por causa de Jesús. Pero sólo es un conflicto sobre mis privilegios o los de mi comunidad. ¿Cuál es el criterio para discernir? Debemos rever nuestras situaciones a la luz del mensaje que nos deja en este caso Lucas. ¿Qué acciones son las que le permiten decir a Jesús que el Espíritu del Señor está sobre él? ¿A quiénes declara Jesús “bienaventurados/as” y a quiénes señala como “malditos” o merecedores de un lamento? ¿Sobre quiénes ha buscado, cuidado, bendecido, anunciado que el Padre está junto a ellos/as?
El consejo de Lucas para la situación de persecución que pone en boca de Jesús es el de no prepararnos para lo que viene, es no preocuparnos ni vivir atormentados. Lo que debemos hacer es vivir el evangelio, dejar que Jesús en su Espíritu como Paráclito nos de fuerza. Toda la preparación que necesitamos es saber que estamos en manos de Dios. De allí la frase de que no perecerá ni un solo cabello de nuestras cabezas (v. 18). Dejar todo en manos de Dios es vivir sabiendo que hay quien está sosteniendo nuestras vidas.
Se presentan dos frentes de conflicto: el social y el familiar. El social por la opción que la comunidad tome y que ha llevado y puede continuar llevando a conflictos de violencia y muerte.
Debemos ser solidarios con las comunidades perseguidas. Quizás sea bueno conocer los datos de cristianos perseguidos en el mundo en este año o los años pasados. Ayudaría a dimensionar nuestra perspectiva de la realidad que vivimos. Y debemos aprender a tener ojos ecuménicos. Los perseguidos pueden no ser de mi confesión o congregación. Pero están sufriendo por y en el nombre de Jesús. En un mundo globalizado, la solidaridad con cristianos/as perseguidos/as, aunque no sean de mi confesión, de mi raza, de mi continente, nos ayuda a abrirnos al Espíritu que obra en todo el mundo y no solo en nuestras asambleas. Y nos ayuda mantenernos en los dos ejes que presenta el consejo de Jesús: sentido de pertenencia y perseverancia. Con una confianza que Dios hace eterna, porque Dios es su fundamento.
El frente de conflicto familiar tiene que ver con la ruptura con las familias. ¿Qué significa romper con las familias? En la época de Jesús, el cambio de religión tenía consecuencias brutales. Significaba un extrañamiento total del medio en el cual uno había nacido y vivido. Hoy día las consecuencias pueden ser más sutiles, pero sigue teniendo consecuencias adoptar una forma de vivir que no sea la de nuestro medio. Si bien la comunidad cristiana ofrece un soporte vital y afectivo, la prudencia vista desde Dios nos exige ver en qué estamos rompiendo o siendo divergentes. El lenguaje de guerra no debe hacernos olvidar que estamos llamados/as a proponer y no a imponer. Y nunca debemos dejar que nos impongan algo que sabemos que va en contra del corazón del evangelio.
Lo que Jesús anuncia para todos/as es lo que él ya dijo que sería el destino del hijo del hombre. La destrucción no es un accidente; es consecuencia de las acciones de negar la paz como camino. Antes de entrar en Jerusalén, o sea previo a este texto, Jesús llora sobre Jerusalén (19:41). Y lo que llora es porque no supieron reconocer el tiempo en que Dios mismo los/as estaba visitando (19:44) en su entrañable misericordia (1:78-79).
No debemos dejarnos engañar por quienes digan “yo soy” o “el tiempo está cerca.” En Lucas, la escatología no es sólo futuro. Los hechos se van cumpliendo; se cumplieron totalmente en la muerte de Jesús (cielo oscurecido, terremotos, la caída de Jerusalén), pero sigue vigente el aviso de que no es el fin. Estamos en el tiempo en que la iglesia debe cumplir su misión, viviendo como lo hizo Jesús.
La persecución es el tiempo del Espíritu. Es el tiempo del testimonio. Y debemos pensar en cuál es el testimonio se nos pide. Porque el tiempo del testimonio se une con el del ser entregado. En nuestro texto, se da una intensificación de la persecución pero al mismo tiempo una presencia (o deberíamos mejor decir una percepción nuestra cada vez mayor de su presencia), la presencia de Dios, que nos da fuerzas. La providencia de Dios se hace cada vez más potente a la par que aumenta el hostigamiento contra los suyos.
El contexto que precede a nuestro texto es el de la viuda que da su ofrenda al templo (21:1-4) y luego los que señalan la belleza del templo (v. 5). Se abre una reflexión sobre quienes usan los templos o lo que ellos representan. Suele pasar que mientras los conocimientos sobre la Palabra se convierten para algunos en un medio de dominio, nos olvidamos de los pobres que mantienen las instituciones y del respeto hacia la religiosidad que muestran los más pequeños en la fe.
Parte del programa que presenta Jesús en la sinagoga de Nazaret es “devolver la vista a los ciegos” (4:18). Si somos una comunidad a la que se le ha devuelto la vista, debemos abrir los ojos a las obras que se nos piden para no dejarnos engañar. Si la viuda ha ido al templo en el texto precedente, es porque el templo le servía de mediación con Dios. Debemos estar sometidos entonces a esta doble tensión: por un lado dar a los más débiles las mediaciones que necesitan y por el otro no volverla tan absoluta que sea entonces el sitio de nuestra presencia y no la de Dios. Esta segunda instancia es la que se profetiza que desaparecerá.
El aviso es también sobre la crisis y la angustia. No son la última palabra; no dominan el mundo. El mundo sigue siendo don del Dios creador si aceptamos su visita. Hoy el aviso no es sobre el templo, sino sobre la casa común. Si nos encerramos en nosotros/as mismos/as, en nuestra propia belleza, en los logros que hemos creado, no podremos evitar la destrucción de nuestra casa común. La estamos destruyendo por no saber compartirla con los otros como don y no como dominio.
¿Qué admiramos?
¿Las piedras o aquello para lo que las piedras nos sirven? Este es un aviso para nuestros enamoramientos de las instituciones y sus edificios, estructuras y métodos. Es bueno admirar lo hermoso, pero hay que mirar más allá, hacia lo principal.
También es importante la advertencia acerca de los falsos mesías. Tienen razón: hay catástrofes, hay guerras, hay maldad. ¿Pero cuál será la vara para saber quién está hablando verdaderas palabras mesiánicas? Debemos acordarnos del núcleo de la predicación de Jesús, del “YO soy” que es todos/as, el “yo soy” que nos conduce al camino de las bienaventuranzas, el del discurso en Nazaret, el que resuena en los cánticos de Zacarías y de María al comienzo del evangelio de Lucas.
Hoy sabemos de la autonomía del mundo, pero el anuncio de Jesús consiste en dar al mal que se producirá un marco de necesidad, porque así está en el plan de Dios. De esta manera, se nos promete que nunca estaremos fuera de la mano de Dios.
Habrá señales, pero no se deberá creer en ellas; no son las señales que Jesús da. Se habla mucho de “los tiempos” de estos tiempos, pero ¿cuáles son los tiempos de los que habla Jesús?
La tentación es buscar los propios tiempos y analizarlos fuera de la óptica de Dios. En algunas comunidades, existe la tentación de analizar los problemas de la comunidad como si estuviéramos en los tiempos finales. Pensemos lo que significó la caída de Jerusalén para los judíos. O para un romano el fin del imperio. Incluso para los romanos cristianos significó un cambio de paradigma y, sin embargo, no fue una señal del fin de los tiempos. Pueblo contra pueblo, terremotos, hambre y guerras. Son todas imágenes apocalípticas. El resultado del pensamiento apocalíptico en la historia siempre ha sido una comunidad que se cree la única elegida, la especial frente a Dios, la que tiene la única verdad y por tanto puede cerrarse sobre sí misma. Deja de interrogar la historia para ver los pasos de Dios porque la historia ya está cerrada; lo único que queda es esperar el fin. No tiene espíritu de proclamar la Palabra porque todo lo que la rodea es negativo. Lo único que importa es buscar mensajes divinos que avalen este punto de vista negativo.
Pero a su vez hay otra realidad que Lucas comparte con otros escritos del Nuevo Testamento. Son las persecuciones ciertas que sufren muchas comunidades. La causa siempre es la misma: el seguir a Jesús.
Verdaderos y falsos conflictos. Hay veces en que tomamos la disputa sobre un falso privilegio o una cierta posición como una persecución por causa de Jesús. Pero sólo es un conflicto sobre mis privilegios o los de mi comunidad. ¿Cuál es el criterio para discernir? Debemos rever nuestras situaciones a la luz del mensaje que nos deja en este caso Lucas. ¿Qué acciones son las que le permiten decir a Jesús que el Espíritu del Señor está sobre él? ¿A quiénes declara Jesús “bienaventurados/as” y a quiénes señala como “malditos” o merecedores de un lamento? ¿Sobre quiénes ha buscado, cuidado, bendecido, anunciado que el Padre está junto a ellos/as?
El consejo de Lucas para la situación de persecución que pone en boca de Jesús es el de no prepararnos para lo que viene, es no preocuparnos ni vivir atormentados. Lo que debemos hacer es vivir el evangelio, dejar que Jesús en su Espíritu como Paráclito nos de fuerza. Toda la preparación que necesitamos es saber que estamos en manos de Dios. De allí la frase de que no perecerá ni un solo cabello de nuestras cabezas (v. 18). Dejar todo en manos de Dios es vivir sabiendo que hay quien está sosteniendo nuestras vidas.
Se presentan dos frentes de conflicto: el social y el familiar. El social por la opción que la comunidad tome y que ha llevado y puede continuar llevando a conflictos de violencia y muerte.
Debemos ser solidarios con las comunidades perseguidas. Quizás sea bueno conocer los datos de cristianos perseguidos en el mundo en este año o los años pasados. Ayudaría a dimensionar nuestra perspectiva de la realidad que vivimos. Y debemos aprender a tener ojos ecuménicos. Los perseguidos pueden no ser de mi confesión o congregación. Pero están sufriendo por y en el nombre de Jesús. En un mundo globalizado, la solidaridad con cristianos/as perseguidos/as, aunque no sean de mi confesión, de mi raza, de mi continente, nos ayuda a abrirnos al Espíritu que obra en todo el mundo y no solo en nuestras asambleas. Y nos ayuda mantenernos en los dos ejes que presenta el consejo de Jesús: sentido de pertenencia y perseverancia. Con una confianza que Dios hace eterna, porque Dios es su fundamento.
El frente de conflicto familiar tiene que ver con la ruptura con las familias. ¿Qué significa romper con las familias? En la época de Jesús, el cambio de religión tenía consecuencias brutales. Significaba un extrañamiento total del medio en el cual uno había nacido y vivido. Hoy día las consecuencias pueden ser más sutiles, pero sigue teniendo consecuencias adoptar una forma de vivir que no sea la de nuestro medio. Si bien la comunidad cristiana ofrece un soporte vital y afectivo, la prudencia vista desde Dios nos exige ver en qué estamos rompiendo o siendo divergentes. El lenguaje de guerra no debe hacernos olvidar que estamos llamados/as a proponer y no a imponer. Y nunca debemos dejar que nos impongan algo que sabemos que va en contra del corazón del evangelio.
Lo que Jesús anuncia para todos/as es lo que él ya dijo que sería el destino del hijo del hombre. La destrucción no es un accidente; es consecuencia de las acciones de negar la paz como camino. Antes de entrar en Jerusalén, o sea previo a este texto, Jesús llora sobre Jerusalén (19:41). Y lo que llora es porque no supieron reconocer el tiempo en que Dios mismo los/as estaba visitando (19:44) en su entrañable misericordia (1:78-79).
No debemos dejarnos engañar por quienes digan “yo soy” o “el tiempo está cerca.” En Lucas, la escatología no es sólo futuro. Los hechos se van cumpliendo; se cumplieron totalmente en la muerte de Jesús (cielo oscurecido, terremotos, la caída de Jerusalén), pero sigue vigente el aviso de que no es el fin. Estamos en el tiempo en que la iglesia debe cumplir su misión, viviendo como lo hizo Jesús.
La persecución es el tiempo del Espíritu. Es el tiempo del testimonio. Y debemos pensar en cuál es el testimonio se nos pide. Porque el tiempo del testimonio se une con el del ser entregado. En nuestro texto, se da una intensificación de la persecución pero al mismo tiempo una presencia (o deberíamos mejor decir una percepción nuestra cada vez mayor de su presencia), la presencia de Dios, que nos da fuerzas. La providencia de Dios se hace cada vez más potente a la par que aumenta el hostigamiento contra los suyos.
El contexto que precede a nuestro texto es el de la viuda que da su ofrenda al templo (21:1-4) y luego los que señalan la belleza del templo (v. 5). Se abre una reflexión sobre quienes usan los templos o lo que ellos representan. Suele pasar que mientras los conocimientos sobre la Palabra se convierten para algunos en un medio de dominio, nos olvidamos de los pobres que mantienen las instituciones y del respeto hacia la religiosidad que muestran los más pequeños en la fe.
Parte del programa que presenta Jesús en la sinagoga de Nazaret es “devolver la vista a los ciegos” (4:18). Si somos una comunidad a la que se le ha devuelto la vista, debemos abrir los ojos a las obras que se nos piden para no dejarnos engañar. Si la viuda ha ido al templo en el texto precedente, es porque el templo le servía de mediación con Dios. Debemos estar sometidos entonces a esta doble tensión: por un lado dar a los más débiles las mediaciones que necesitan y por el otro no volverla tan absoluta que sea entonces el sitio de nuestra presencia y no la de Dios. Esta segunda instancia es la que se profetiza que desaparecerá.
El aviso es también sobre la crisis y la angustia. No son la última palabra; no dominan el mundo. El mundo sigue siendo don del Dios creador si aceptamos su visita. Hoy el aviso no es sobre el templo, sino sobre la casa común. Si nos encerramos en nosotros/as mismos/as, en nuestra propia belleza, en los logros que hemos creado, no podremos evitar la destrucción de nuestra casa común. La estamos destruyendo por no saber compartirla con los otros como don y no como dominio.