Decimoctavo domingo después de Pentecostés

Esta parábola, descrita como la parábola de los labradores malvados, tiene paralelos en los evangelios de Marcos y Lucas.

Matthew 21:33
"There was a landowner who planted a vineyard, put a fence around it, dug a wine press in it." Photo by Tim Mossholder on Unsplash; licensed under CC0.  

October 4, 2020

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Comentario del San Mateo 21:33-46



Esta parábola, descrita como la parábola de los labradores malvados, tiene paralelos en los evangelios de Marcos y Lucas.

Como en toda parábola, Jesús busca “ilustrar una verdad moral o religiosa mediante una comparación extraída de la vida corriente.”1 Esta es la segunda de tres parábolas que Jesús les comparte a “los principales sacerdotes y los fariseos” (v. 45). La primera es la que se enfoca en dos hijos que son convidados por su padre para trabajar en una viña (Mt 21:28-32). La tercera es la que trata sobre un rey que le preparó una fiesta a su hijo (Mt. 22.1-14). Aunque los personajes y las historias cambian, la temática es la misma en las tres parábolas: contrastar el reino de Dios con el reino terrenal que están modelando los principales sacerdotes y los fariseos.

Luego de llamar la atención de sus oyentes, la parábola correspondiente a este domingo comienza con “un hombre, padre de familia,” que luego de haber preparado, plantado y cercado una viña, cavado un lagar y edificado una torre, arrendó la misma y se alejó del lugar (v. 33). Este tipo de arrendamiento implicaba una doble responsabilidad de parte de los labradores: no solamente debían pagar renta por el terreno conferido, sino que también eran responsables de separar parte de la cosecha para el dueño. Cabe señalar que, de acuerdo con el relato, el dueño de la viña hizo todo lo que estaba en sus manos para que la viña fuera productiva, y, por lo que sucede en la parábola, así parece que resultó.  

Tiempo después, el dueño de la viña envió a por lo menos tres siervos para que buscaran el fruto que le tocaba siguiendo los lineamientos del arrendamiento (v. 34). Lamentablemente, los labradores actuaron de manera contraria a lo que habían acordado. Al llegar los siervos, uno de ellos fue golpeado, a otro lo mataron y a un tercero lo apedrearon (v. 35). Parece que nadie trató de mediar entre los labradores y los siervos del dueño de la vida, y es posible que los labradores hayan actuado con predeterminación. El dueño de la viña no se quedó de brazos cruzados. Luego del primer intento fallido, envió otra comisión de siervos, y en este caso eran “más que los primeros” (v. 36). Sin embargo, la cantidad no importó. Los labradores actuaron tal y como lo hicieron con los primeros siervos del dueño que llegaron a la viña. Esto confirma que lo que ocurrió la primera vez había sido planificado. Los labradores afirman una vez más su total rechazo al acuerdo al que habían llegado con el dueño.

Existe un refrán popular que dice que “a buen entendedor, pocas palabras bastan.” Uno esperaría que luego del segundo intento fallido, el dueño de la viña no enviaría a nadie más. No obstante, decide enviar a su hijo. Según el dueño de la viña, los labradores mostrarían respeto por este (v. 37). Sin embargo, confirmando una vez más que nunca habían tenido la idea de cumplir con su parte del acuerdo, los labradores, al ver que en esta ocasión se acercaba el hijo del dueño, tramaron entre sí y dijeron: “Este es el heredero; venid, matémoslo y apoderémonos de su heredad” (v. 38). Los labradores lo sacan de la viña y, estando afuera, le quitan la vida. Es interesante cómo Jesús describe la muerte del hijo, ya que esto sería lo mismo que harían con él al crucificarlo fuera de la ciudad de Jerusalén.

Al terminar la parábola, como suele hacer, Jesús formula una pregunta para que su audiencia responda. “Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?” (v. 40). La audiencia contesta correctamente, sin entender que con su respuesta se incriminan a sí mismos. “A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores que le paguen el fruto a su tiempo” (v. 41). En respuesta, Jesús cita las palabras del salmista encontradas en Salmos 118:22. Con esta cita, Jesús le da punto final a la parábola al relacionar el rechazo del hijo con el rechazo de la piedra. Ambos, tanto el hijo como la piedra angular, representan a Jesús, quien enviado por Dios, fue rechazado por aquellos a quienes se les confió cuidar de su reino.

Lo que los principales sacerdotes y fariseos no esperaban era ser comparados con los labradores. Pero esto quedó muy claro al comienzo del v. 43 con la frase “por tanto.” Con esta frase, Jesús conectó la parábola con la respuesta de sus interlocutores y la cita que había hecho del salmista. Lo que quiero decir es que la parábola dejó claro que los labradores rechazaron el acuerdo que habían hecho con el dueño de la viña a tal punto que mataron a su hijo. En respuesta a la parábola, los principales sacerdotes y fariseos concluyeron que el dueño de la viña sacaría a los labradores y daría la viña a otros. A modo de afirmar lo dicho por ellos, Jesús les recuerda una enseñanza que ellos debían conocer muy bien, la de que la piedra rechazada se convertiría en la piedra angular. Con esto en mente, Jesús dirige sus palabras directamente a los principales sacerdotes y fariseos y les declara que ocurriría tal como ellos habían dicho. Por un lado, el “reino de Dios será quitado de vosotros y será dado a gente que produzca los frutos de él” (v. 43). Por otro lado, su rechazo hacia Jesús traería sobre ellos quebrantamiento o destrucción por parte de la piedra angular. (v. 44).

Al verse confrontados por la palabra de Jesús (v. 45), la respuesta de los principales sacerdotes y los fariseos no mostró arrepentimiento. Al contrario, curiosamente respondieron como lo hicieron los labradores de la parábola y conspiraron contra Jesús. Pero como la fama de Jesús crecía y era considerado un profeta entre el pueblo, no pudieron echarle mano (v. 46).

Esta parábola debe hacernos reflexionar como ministros/as del reino de Dios. Lo que tenemos nos ha sido dado; nos ha sido confiado. Por lo tanto, tengamos cuidado de señorearnos del don de Dios. Nos ayude el Señor a ser buenos mayordomos y que a su regreso nos reconozca como gente fiel, aunque haya sido en lo poco.


Nota:

1. Samuel Vila Ventura, Nuevo Diccionario Biblico Ilustrado (Barcelona: Editorial CLIE, 1985), 887.