Epifanía de Nuestro Señor

Los movimientos de una revelación poderosa

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January 6, 2021

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Comentario del San Mateo 2:1-12



El tiempo de Epifanía no solo es un tiempo de revelación sino también de movimiento. Por un lado, la revelación provoca el movimiento; y, por otro lado, la acción del movimiento afirma la potencia de la revelación. En la lectura del Evangelio según San Mateo 2:1-12, la grandeza de la revelación del nacimiento de Jesús es afirmada por los movimientos corporales, políticos y espirituales.

El primer movimiento en este pasaje es el de los magos que “llegaron del oriente a Jerusalén” (v. 1).  La palabra “llegaron” viene del griego paraginomai que quiere decir “llegar a su destino final.” Por lo común, este verbo se usa en los contextos de trasladar de un lugar geográfico a otro, como en los viajes misioneros (Hechos 13:14) o en la migración de Israel hacia la tierra prometida (Éxodo 2:18 en la LXX o Septuaginta).  La posición del narrador es Jerusalén, que en hebreo significa “la ciudad de paz” (shalom). Desde este centro espiritual y político, la narración dirige la visión del lector hacia al otro lado del rio Jordán, donde amanece el sol y habían nacido los antepasados de Israel. Como dijo Josué en su sermón al pueblo de Israel: “Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor” (Josué 24:2).

Los magos vieron la salida de una nueva estrella que les reveló el nacimiento del rey Jesús (v. 2) y esto a su vez provocó su viaje a Jerusalén. Estos dos movimientos corporales indican que la revelación no era algo ligero, sino magnético y transformador. A su vez Mateo nos cuenta de un segundo tipo de movimiento que también muestra la grandeza de esta revelación. Se trata de la reacción del rey Herodes y los habitantes de Jerusalén: “Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él” (v. 3). La palabra “turbó” es la traducción del original griego tarássaō, de donde viene la palabra “aterrar.” Por el solo hecho de oír que Jesucristo había nacido, irónicamente la ciudad de shalom (paz) se convirtió en una ciudad de terror. El efecto de la revelación se hizo sentir en el nivel político más alto en Jerusalén y Judea. En el tiempo antiguo, la manera más común de afectar las emociones de un rey era la violencia militar (2 Reyes 18:28-35). Pero en esta narración, lo que movió las emociones del rey Herodes no fue una declaración de guerra, sino la noticia de que el rey Jesús había nacido. La revelación crea, pues, movimiento político sin violencia, sin guerra y sin conquista.

En el centro de la narración, tenemos el tercer movimiento que la revelación del nacimiento de del Cristo fue capaz de producir. La mayoría de los personajes de esta parte del pasaje eran líderes que representaban las altas estructuras espirituales de los judíos en el primer siglo. Primero, vemos los “principales sacerdotes” (v. 4), que eran líderes religiosos en el templo y participaban en el sistema levítico de sacrificio. Luego, están “los escribas,” que eran los maestros principales de la Ley de Moisés y los Profetas. La revelación avivó un deseo de saber más acerca de sus raíces proféticas en las santas escrituras. El rey Herodes les preguntó a los principales sacerdotes y escribas “dónde había de nacer el Cristo” (v. 4). Aquí, el único perdido es el rey Herodes. Aunque es el símbolo del poder imperial y supuestamente estaba dotado de capacidades superiores, el rey Herodes está desorientado.

Los líderes religiosos respondieron a su pregunta sobre “dónde” citando dos versículos, Miqueas 5:2 y 2 Samuel 5:2. Según estos textos, la pregunta del rey Herodes había sido contestada varios siglos antes del nacimiento de Jesús. No solamente el contenido de la revelación, sino también su antigüedad, produce un movimiento corporal, político y espiritual. Como dijo el profeta Miqueas en el siglo séptimo antes de Cristo, en la parte de 5:2 que no cita Mateo: “sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad.” Desde el principio, el Dios (Elohim, YWHW) de Israel deseaba ser el rey supremo sobre su pueblo. Recordamos en 1 Samuel 8, cuando los israelitas le pidieron a Samuel que les diera un rey (v. 6), Dios respondió con estas palabras airadas: “Oye la voz del pueblo en todo lo que ellos digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (v. 7). No obstante, David fue el primer rey humano que Dios designó como monarca ejemplar para todos los futuros reyes de Israel. Así dijo Dios a David por intermedio de su profeta Natán en 2 Samuel 7:16: “Tu casa y tu reino permanecerán siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente.” Con el nacimiento del Cristo en el mismo pueblo donde nació el rey ejemplar de Israel tenemos el inicio de un nuevo reino de Dios en el mundo. En este reino, Dios mismo reina sobre su pueblo. Esta revelación de un nuevo reino movió al Juan el Bautista a proclamar estas palabras: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). El énfasis puesto en el lugar del nacimiento de Cristo representa el nacimiento de un nuevo tipo de poder que no es de este mundo, pero que al mismo tiempo mueve sabios, estrellas, reyes, y líderes religiosos en este mundo. Belén, que en hebreo este significa casa de pan, es el lugar donde nace el nuevo rey de este reino celestial.

El pasaje termina con los mismos movimientos corporales que vemos en los vv. 1 y 2: los magos y una estrella llegando a una casa en Belén. Aquí vemos los únicos cuerpos que no estaban en movimiento: el niño Jesús y su madre María. Entre todos los movimientos de los hombres (los magos, Herodes, los líderes religiosos), María, la madre de Jesús, es la primera en llegar a este evento de un nuevo inicio de poder. Entre la desorientación y confusión de tantos hombres, tenemos la presencia segura de una madre en la casa cuidando al nuevo rey de un nuevo reino. María es quien más sabía acerca de la potencia de la epifanía de nuestro Señor. Al fin de cuentas, el nuevo reino de Dios no inicia sus movimientos en la tierra por la espada de un guerrero, sino por el vientre de una mujer.