Decimoquinto Domingo después de Pentecostés

Las tres porciones del capítulo 7 de Marcos que constituyen la lectura del evangelio para hoy han sido aisladas de su contexto histórico y social.

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"the last fig" image by Lisa Murray via Flickr; licensed under CC BY-ND 2.0.

September 2, 2018

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Comentario del San Marcos 7:1-8, 14-15, 21-23



Las tres porciones del capítulo 7 de Marcos que constituyen la lectura del evangelio para hoy han sido aisladas de su contexto histórico y social.

Sin embargo, para llegar al mensaje del texto y a lo que Jesús intenta decirnos es necesario revisar el capítulo completo hasta el versículo 23. A esta primera parte del capítulo, hasta el versículo 23, la versión Reina Valera 1995 le ha puesto el título “Lo que contamina al hombre” (y presumiblemente a todos otros seres humanos).

La primera porción de nuestro texto nos dice de inmediato que “los fariseos y algunos de los escribas…habían venido de Jerusalén.” Para Marcos, quien concentra el ministerio de Jesús en Galilea, Jerusalén representa la culminación de jornada de Jesús—su crucifixión y resurrección. Así pues, el evangelista conecta este episodio de la predicación del evangelio con el destino que les espera a Jesús y a todo/a discípulo/a fiel.

Los fariseos le preguntan a Jesús por qué sus discípulos no lavaban sus manos antes de comer de acuerdo con las tradiciones de los ancianos. El escritor usa una hipérbole al decir que todos los judíos seguían las costumbres de los ancianos. En verdad, durante el tiempo de Jesús no todos seguían estas tradiciones. El movimiento popular dirigido por los fariseos (y las tradiciones de los ancianos—es decir, la ley oral) era uno entre muchos. En verdad, tanto el fariseísmo como el movimiento de Jesús buscaban contestar la pregunta: ¿Cómo se ha de ser fiel a Dios en medio de un imperio? Para los fariseos, era un asunto de tomar la santidad y espiritualidad del Templo y aplicarla al pueblo entero—en otras palabras, hacer del pueblo entero un Templo, un sacerdocio santo a través de una observación precisa de la Ley de Moisés y las costumbres que se desarrollaron después del exilio babilónico. Para Jesús, se trataba en cambio de formar un movimiento anti-imperial no violento en cual las comunidades practicaran una economía y una manera de vivir en amor como iguales que no reprodujera los valores sociales o políticas del imperio (por ejemplo, la relación entre patrón/cliente o la explotación de los pobres).

Jesús les contesta a los fariseos usando el texto de Isaías que condena a la adoración externa. En los vv. 9-13, que están fuera del texto de hoy, Jesús toma el ejemplo de corban, la costumbre según la cual uno podía donar dinero al Templo de Jerusalén—dinero que no se podía usar para cualquier otra razón, ni siquiera para cuidar de los padres envejecidos. Jesús condena esta aplicación de costumbres humanas que en realidad eluden los mandamientos de Dios. Hemos de tener en claro que Jesús no está condenando ni al judaísmo ni a la Ley, ni a las tradiciones humanas en sí, sino que condena el uso de costumbres y maneras de ser que eluden y esquivan el cumplimiento de los mandamientos éticos de Dios hacia las otras personas. Podemos llevar esto a nuestra situación actual. Si Jesús vino a “traer vida, y vida en abundancia” (Juan 10:10), hemos de preguntarnos: ¿cómo es que nuestras tradiciones en la iglesia y el hogar, nuestras políticas sobre los asuntos públicos, nuestras maneras de adoración, etc. dan vida? ¿Revelan al evangelio para dar vida o son instrumentos que traen muerte a personas de otras razas, clases, orientaciones sexuales, religiones, géneros, u otros? ¿Priorizamos las tradiciones de la denominación, la sociedad, o de la familia, por encima de la vida que Dios ofrece a todos y a todas?

Jesús ahora se dirige a la multitud, presumiblemente entre ellos algunos de los enfermos que había sanado antes (véase Marcos 6:56) y les dice: “Nada hay fuera del hombre que entre en él, que lo pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre” (v. 15). No son en sí las costumbres humanas que se practican o no se practican las que contaminan o santifican a la persona, sino la condición del corazón y las palabras y acciones que salen del corazón hacia el prójimo (y ahora en nuestros tiempos podemos extender este deber al medio ambiente y a las otras criaturas con quienes compartimos este mundo).

El Señor elabora esta idea en conversación privada con los discípulos, quienes, como vemos repetidamente en Marcos, no entienden lo que Jesús les trata de enseñar. “¿No entendéis que nada de fuera que entra en el hombre lo puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? … lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre” (vv. 18-23).  

Esta lista de contaminantes no es propia del evangelista Marcos. Vemos que Pablo usa listas semejantes en sus escritos y en verdad, el “catálogo de vicios” era una tropa retórica popular de la época. Pero aquí Jesús regresa al tema del consumo que vimos al principio del capítulo. Si lo miramos de cierta forma, muchos de los pecados de la lista son maneras de consumir—salen del deseo de uno de tomar, saciar, agarrar, devorar. El ambiente de Jesús estaba caracterizado por la escasez y siempre estaba la tentación de tomar y consumir, con el resultado de que algunos se enriquecían mientras que la mayoría padecía. ¿Y no se ha agravado esto todavía más en nuestra época capitalista, en la que vivimos rodeados de imágenes e ideas que nos invitan a comprar determinados productos, a seguir el estilo de vida de determinadas celebridades, a saciar nuestros deseos de posesiones, lujos, o ego, para así alcanzar la felicidad? ¿Cuántos de nosotros/as no nos hemos rendido a los valores y los dioses del imperio mercantil? En sí, Jesús no condena a las leyes o costumbres de pureza. Lo que condena es lo que se hace con ellas. Hemos de preguntarnos: ¿Qué disciplinas practicaremos nosotros y nosotras para entrenar a nuestros corazones para desear los deseos de Dios y vivir mejor como residentes del reino de Dios en medio del imperio?