Cuarto domingo después de Pentecostés

Este pasaje es el final del discurso encontrado en Mateo 10 sobre el envío de los apóstoles a la misión de Jesús.

Abraham and Isaac
"Abraham and Isaac," John August Swanson. Used by permission from the artist. Image © by John August Swanson. Artwork held in the Luther Seminary Fine Arts Collection, St. Paul, Minn.

July 2, 2017

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Comentario del San Mateo 10:40-42



Este pasaje es el final del discurso encontrado en Mateo 10 sobre el envío de los apóstoles a la misión de Jesús.

Tras haber separado por nombre a los doce y darles instrucciones sobre qué predicar y cómo trabajar, Jesús les advierte sobre las dificultades y peligros de su misión, no muy diferentes a las que él mismo tenía que enfrentar. Estas advertencias culminan aquí, donde Jesús describe los beneficios para quienes deciden recibir a los enviados de Jesús.

Dos Palabras

Las dos palabras principales del pasaje parecen ser “recibir” y “recompensa.” Quiero concentrarme en estas dos ideas que están entrelazadas en el pasaje.

  1. Recibir: La palabra recibir es una palabra que describe hospitalidad. En inglés, la palabra podría traducirse como welcome, que es lo que se dice cuando se recibe a una persona. Ya que anteriormente Jesús planteó la posibilidad de que los apóstoles no fuesen recibidos, sino por el contrario, rechazados, amenazados y quizás hasta destruidos, aquí plantea la posibilidad de que sí fuesen bien recibidos. Jesús comienza, como lo había establecido a partir del v. 24 de este capítulo, con una cierta jerarquía u orden: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió” (v. 40). Noto que este verso da importancia al hecho de ser enviado. El apóstol, al igual que Jesús, el Mesías, es un mensajero. El requisito para la persona a quien le llega un mensaje es recibir a la persona que trae el mensaje. Y si hay mensajero, esto presupone que alguien escribió una carta (o dio un mensaje oral), y envió a ese mensajero con su mensaje. Recibir a un mensajero implica descubrir de quién viene el mensaje. Jesús les enseña a los discípulos que quienes lo rechazaran a él, también los rechazarían a ellos (v. 25 de este capítulo), y, a la inversa, que quienes los recibieran a ellos, en verdad estarían recibiendo a Jesús (v. 40). 
  1. Pero no sólo esto: quienes reciben, reciben cierta calidad de mensajero. Jesús usa la idea de recibir a un profeta, o un justo (v. 41), o “a uno de estos pequeños” (v. 42), posiblemente refiriéndose a uno de los discípulos. Los primeros dos términos nos hacen recordar al Antiguo Testamento (AT). Es sabido que tenemos varios profetas en el AT, ya sea profetas de acción (como Elías o Eliseo), o profetas de palabra (como Isaías y Jeremías). Lo interesante del evangelio según San Mateo es que Jesús ya desde las bienaventuranzas (Mt. 5: 1-12) compara a los discípulos con los profetas del AT, y precisamente en cuanto a su rechazo. Aquí en nuestro texto, Jesús favorece a los discípulos, comparándolos con los profetas. Es interesante notar que las personas que recibían a Elías o Eliseo, dándoles albergue y comida, recibieron de parte de ellos milagros de provisión y de resucitación (véase 2 Reyes 4). Los que sirvieron a los profetas de Dios recibieron según las capacidades dadas por Dios a los profetas. Por otro lado, los justos son un tema de mucha atención en los Salmos y en Proverbios. Los justos son contrastados con los malvados o los malos desde el principio de ambos libros. Ambos libros afirman que Dios bendice a los justos, o sea, a quienes temen a Dios. Aquí en Mateo, Jesús les pone en claro a sus discípulos que quienes los recibieran a ellos, quienes los albergaran y aceptaran sus palabras tendrían recompensa, ya como profetas o como justos. Es de pensar que Jesús quiere establecer en las mentes de sus apóstoles que ellos continuaban una labor antes comenzada, y que quienes los recibieran serían bendecidos/as por Dios por favorecerles a ellos, que eran enviados de parte de Jesús. También Jesús parece querer enfatizar que según la gracia del mensajero/a, así sería la gracia con que se recompensaría a quienes lo/a recibieran. ¡Imagínate recibir a Jesús en tu casa! Jesús quiere poner en la mente de los apóstoles que había galardón para quienes los recibieran, según su capacidad de mensajeros, por un lado, y según a quién ellos representaban, que era ni más ni menos que ¡Jesús mismo!, por el otro.

Recompensa al que Recibe

¿A quién se refería Jesús al decir “uno de estos pequeños”? Aunque usado en otros lugares para referirse a niños y niñas, es muy probable que aquí, dado el contexto privado de la conversación entre Jesús y sus apóstoles, se refiera a ellos. Los profetas y justos del AT ahora son representados por estos pequeñitos, estos discípulos de Jesús. Hasta un vaso de agua fría dado a estos sería recompensado.

Cabe pensar que una de las funciones de los que testifican y hablan la palabra del Señor es bendecir quienes los reciben. Jesús parece afirmar esto como algo que les ocurrirá a quienes reciban, oigan, acepten y crean en las personas y palabras de los apóstoles. Cabe pensar que esa bendición es extendida a todas aquellas personas que reciben el evangelio hoy en día por medio de un/a evangelista, de un/a seguidor/a de Jesucristo que habla la Palabra de Dios. Jesús promete bendiciones, algún tipo de recompensa para quienes reciban con hospitalidad y cortesía a quienes vienen a bendecirles con palabras de vida, con palabras del Reino de Dios.

Es un gozo ser recibido/a sabiendo que Dios recompensará de algún modo a las personas que nos atiendan y traten con hospitalidad, prestando atención a nuestras palabras, que son las palabras de Jesús. Y es un gozo ver a Dios recompensando a quienes nos han bendecido con su cordialidad y atención.  

Me parece que todo esto le da un valor a nuestra tarea de compartir la Palabra de Dios, más allá de nuestros recursos. Jesús propone los recursos de Dios para bendecir a quien con hospitalidad nos bendiga. Jesús promete que quien me reciba como predicador del evangelio y me hospede y atienda, tendrá una recompensa de parte de Dios que sólo Dios puede dar. Amén.