Seventh Sunday of Easter (Year A)

Este texto bíblico es peculiar al evangelio según san Juan. 

The Apostles looking up to Heaven
"The Apostles looking up to Heaven," St. Mary de Castro, Leicester. Image by Lawrence OP via Flickr licensed under CC BY-NC-ND 2.0.

May 28, 2017

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Comentario del San Juan 17:1-11



Este texto bíblico es peculiar al evangelio según san Juan. 

Constituye, en este evangelio, el preludio al arresto y ejecución de Jesús. Es, por tanto, la oportunidad postrera de Jesús relacionarse con sus discípulos antes de iniciarse su martirio. Lo sorprendente es que su preocupación principal no es su propia suerte, sino la de sus discípulos, quienes pronto estarán desprovistos de su presencia y su palabra. Distinto a los evangelios sinópticos, los cuales recalcan su angustia ante la dolorosa violencia que le espera, Jesús caracteriza aquí su martirio como el proceso de su glorificación, su retorno a la gloria eterna divina (“Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera,” dice Jesús en el v. 5).

La pregunta central es otra: la suerte de los discípulos. Quedan en el mundo hostil, rodeados del antagonismo tanto de quienes han ejecutado a Jesús – el poderoso imperio romano – como de aquellos que lo han considerado un subversivo hereje a sus tradiciones – los sacerdotes, saduceos, fariseos y escribas judíos. Son ellos, los discípulos la preocupación central de Jesús.

Es una oración, un ruego a Dios, solicitando la bendición para los discípulos. Van a ser ellos, sus seguidores más íntimos, los portadores de la palabra, de la revelación que devela el origen, significado y destino de la historia humana. De ahí surgen dos preguntas.

La primera es: ¿Serán capaces los discípulos de preservar su fidelidad a esa revelación? ¿Tendrán la fortaleza e integridad para proclamar esa revelación a pesar de los peligros que entraña el cumplimiento de esa misión? En su oración Jesús afirma, “les he dado tu palabra, y el mundo los odió” (Juan 17:14a). Conocemos la suerte trágica que padecieron algunos de esos apóstoles. Fueron objeto de la más violenta persecución y cruel martirio. Su destino fue similar al de su Maestro. A veces fue tan atroz como el padecido por misioneros y creyentes cristianos en el Japón del siglo XVII, magistralmente descrito por el escritor Shusaku Endo en su novela Silencio (1966) llevada a la pantalla cinematográfica, medio siglo después, por Martin Scorsese en la película que lleva el mismo nombre que la novela, Silencio (2016).

La segunda pregunta es: ¿Podrán los discípulos preservar su unidad o se fragmentarán en sectas marcadas por el antagonismo y la hostilidad mutuas? La oración de Jesús es “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (v. 11). Es un asunto que volverá a recalcar más adelante:

No ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad. (Juan 17:20-23).

El escritor de este evangelio ha conocido, vivido y padecido las agrias divisiones que surgieron en el seno del incipiente cristianismo. Son conflictos que permean casi todos los libros canónicos del Nuevo Testamento, además de la inmensa literatura no canónica hallada y publicada durante las pasadas décadas. Durante los primeros siglos del cristianismo se suscitaron agudos conflictos en dos frentes distintos pero convergentes: 1) de parte de los opositores, judíos y romanos, de la nueva y pujante fe religiosa; y 2) entre las diversas comprensiones y concepciones antagónicas al interior de esa misma fe.

El autor del evangelio de Juan, por tanto, pone en la boca de Jesús la aspiración ideal de la perfecta unidad entre los/as cristianos/as. Una conciliación eclesiástica cuyo fundamento sea la unidad entre el Padre y el Hijo. Una unidad que no necesariamente descarte la diversidad, pero que excluya la hostil excomunión. Se trata de la unidad proclamada y aspirada, pero ni entonces ni hasta ahora lograda.

Reflexión homilética

El ecumenismo moderno traza sus raíces a la conferencia misionera celebrada en junio de 1910, en Edimburgo, Escocia. En esa conferencia se afirmó la necesidad de conciliar la doble aspiración expresada en la oración de Jesús en Juan 17. Por un lado, el mandato de proclamar por todo el mundo el mensaje de gracia, misericordia y redención revelado por Jesús. Por el otro, intentar laboriosamente recuperar la unidad de las diversas corrientes del cristianismo. Misión en la unidad; unidad en la misión.

La predicación del evangelio por toda la tierra habitada ha sido una consigna central en el cristianismo desde sus inicios. Ha sido siempre una fe peregrina y migrante, que aspira a estar presente por todos los confines del orbe. La novela de Shusaku Endo antes mencionada, Silencio, revela los esfuerzos inauditos que conmueven a unos misioneros por un viaje extenso y repleto de riesgos y peligros. A mediados del siglo XVII, navegan largas semanas, en barcos poco confiables, desde la península ibérica, por el sur de África, hasta el lejano Japón.

Esa novela enfoca dos problemas serios que ha confrontado la obra misionera en muchos momentos de su larga historia. Primero, ¿son compatibles la espiritualidad cristiana y la cultura japonesa? Las autoridades niponas insistían en que el cristianismo era una religión extraña e incompatible con la cultura del pueblo japonés. La consideraban una religión foránea, “occidental.” Segundo, como religión de las naciones europeas que expandían sus dominios imperiales por toda América, África y Asia, ¿no será acaso la predicación del cristianismo un instrumento ideológico justificador de ese expansionismo imperial? ¿Estará acaso ligada la predicación misionera a los intereses militares, políticos y económicos de las naciones imperiales?

Es un asunto que los diversos cristianismos globales han enfrentado con creatividad y originalidad. El resultado ha sido una espectacular policromía de rituales litúrgicos, expresiones artísticas, convergencias inusitadas entre afirmaciones doctrinales y tradiciones culturales populares, correlaciones novedosas entre formaciones sociales y estructuras eclesiásticas. ¡Un verdadero arcoíris de doctrinas, liturgias, jerarquías y prácticas sacramentales!

Al mismo tiempo que se ha difundido por todo el orbe habitado, el cristianismo ha lidiado con el mandato de preservar la unidad. ¿Cómo conciliar la diversidad doctrinal, institucional y litúrgica, con el mandato de unidad en un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo? El esfuerzo por proclamar la gracia redentora de Dios en unidad se mantiene como meta central de toda iglesia que tome en serio la oración de Jesús intercediendo por la conciliación de sus discípulos.