Cuarto Domingo después de Pentecostés

Jesús: entre rumores y Palabra definitiva

Rebecca Begins her Journey to Canaan
Rebecca Begins her Journey to Canaan, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn.

July 6, 2014

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Comentario del San Mateo 11:16-19, 25-30



Jesús: entre rumores y Palabra definitiva

“¿Ayunar?:
¿De qué te sirve no comer carne,
si devoras a tu hermano con la lengua?”

-San Juan Crisóstomo

“Cae más pronto un hablador que un cojo”

-Refrán mexicano

¿A qué compararé esta generación?

Jesús se cuestiona sobre la opinión que le merece la gente que continuamente lo escucha. Ese auditorio parece acostumbrado a intrigar (chismear o “chusmear”).

Jesús trata de responderse a sí mismo con una comparación directa: quien lo escucha pero no lo quiere entender, se parece a ciertos niños que salen a la plaza a jugar. En sus juegos imitan los chismorreos (“chusmeríos”) de la gente mayor, que suelen terminar en discusiones, y como no logran ponerse de acuerdo en el juego, se pelean. Jesús nos dibuja la escena: Un grupo de menores propone jugar con rondas y canciones alegres que resultan aburridas al otro sector de infantes, por lo cual, esos otros juegan “al muertito” copiando lo que veían en los sepelios judíos; imitan a las señoras que el pueblo acostumbraba emplear para llorar “adecuadamente” a un muerto; claro que esas mujeres eran exageradas en sus lamentos y resultaban presa fácil de las burlas de estos pequeños.

La gente que escuchaba a Jesús era, en esta metáfora, como esos niños: todo les venía mal.

La gente hace correr rumores y: “ni picha ni cacha ni deja batear”

Hay un refrán surgido del ambiente del béisbol y que se aplica a gente necia, que por su mala actitud, todo les va mal y están siempre en contra de todo. El refrán reza así: “esta persona ni picha ni cacha ni deja batear.” Así son los acusadores de Jesús. Todo lo critican; hacen correr rumores, pero no se comprometen positivamente con nada.

Los detractores de Jesús representan a la gente que está acostumbrada a las enseñanzas legalistas de los maestros de la ley judía. Por eso nada les gusta. Si Juan era abstemio, resultaba santurrón y mojigato. Si Jesús era relajado y amigable, había que acusarlo de desenfrenado y libertino.

Esta gente encontraba siempre la manera de hablar mal de cualquiera que intentaba cuestionar los parámetros instalados de las tradiciones judías. El pueblo señalaba con el dedo acusador a quien no cumplía con la letra de la Torá (ley), porque olvidaban el espíritu justo y misericordioso con que esas instrucciones habían sido dadas para administrar mejor las relaciones entre las personas. Jesús y Juan representan, en el fondo, la misma crítica al sistema legalista judío. Buscan que la gente vuelva a un espíritu más humano de la ley judía, aunque para ello se tuviera que desafiar la letra “exacta” de la Torá. Juan lo hace a través de su alejamiento al desierto con austeridad de vida; mientras que Jesús vive como una persona común y corriente, y se convierte en maestro que enseña con palabras y hechos, tomando ejemplos y circunstancias de la vida diaria para demostrar que Dios se hace manifiesto precisamente en lo común.

Pero, la gente hace correr rumores. Está acostumbrada a hacerlo. Buscan “la paja en el ojo ajeno” y ponen a andar el “teléfono descompuesto,” que distorsiona la información y exagera los acontecimientos, poniendo al sujeto de sus rumores “de boca en boca.” Tanto Jesús, como antes Juan, estaban en boca de todos y ambos eran señalados con el dedo por salir de los parámetros de enseñanza legalista de los “maestros” oficiales de la ley. Y se los señalaba no sólo como críticos de un sistema religioso caduco, sino que además, se exageraba lo que de Jesús se especulaba: si comía con algún publicano, entonces Jesús resultaba un despreciable traidor del judaísmo porque lo suponían compañero de cobradores de impuestos para Roma y, seguramente, debía ser un glotón (comedor). Si Jesús tomaba un vino con amigos para tener un momento de alegría, sus detractores aseguraban haberlo visto pasar días enteros bebiendo, y era un “bebedor” (borracho).

La gente, cuando echa a correr rumores violentamente y con toda intención, lo hace para dañar. Acusar a alguien de ser un “comedor y bebedor” (glotón y borracho) significaba, para la cultura legalista judía, tener elementos suficientes para levantar una denuncia judicial contra el acusado y, según la letra de la Torá, el castigo debía ser: ¡pena de muerte!

Y, ¿qué dice Dios?

Jesús no se deja amedrentar por lo que otros dicen de él. Tiene muy claro quién es; sus acciones hablan por sí mismas. En el último de los casos, lo que más le importa a Jesús es la opinión de su Padre, el que lo envió… ¡Dios!

Jesús sabe que el Padre aprueba su comportamiento y asevera que ambos son uno sólo. Con ello, el Maestro invita a quien lo ve y lo escucha a venir a conocerlo, a no dejarse guiar por chismes o habladurías. Este “Hijo de hombre” oriundo de Nazareth sabe que él mismo puede ser una oportunidad incluso para quien no puede hablar… por no tener el derecho a hacerlo o por no tener las facultades que se lo permitan.

El mensaje que Jesús quiere enviar es: Mi padre me conoce; vengan conmigo para que encuentren apoyo pues… “Mi yugo es fácil.”

Esa es la forma correcta de conocer a Jesús: por sus acciones. “Hay que ver para creer” y aunque “las apariencias engañan,” la verdad sale a flote y las mentiras se descubren. Jesús no vino para poner una loza pesada sobra los hombros de la, ya de por sí, atribulada vida de las personas… por el contrario, Jesús dice que su carga es ligera.

Hablar por hablar siempre resulta fácil; el gran desafío de la humanidad hoy día es saber qué decir. Con la palabra se puede destruir o construir la imagen de las personas, así que la palabra es poderosa. Dios sabe bien esto desde el principio; por eso creó todo con “su Palabra” y lo hizo “bueno en gran manera” (Gn 1:31). Cuando los seres humanos decidimos distanciarnos de Dios a través de nuestras mentiras y el mal uso de nuestra palabra, Dios nos dio de nuevo “su Palabra” definitiva: ¡Jesús!