Sexto Domingo de Pascua

El contexto del pasaje es el llamado “discurso de despedida” de Jesús, que abarca de Juan 13:31 a 16:33.

Gustav Klimt, Nine Drawings for the Execution of a Frieze
Gustav Klimt, Nine Drawings for the Execution of a Frieze..., MAK (Museum of Applied Arts), Vienna. Image by Kotomi_ via Flickr licensed under CC BY-NC 2.0.

May 5, 2013

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Comentario del San Juan 14:23-29



El contexto del pasaje es el llamado “discurso de despedida” de Jesús, que abarca de Juan 13:31 a 16:33.

Se trata de una sección que en la estructura narrativa del evangelio comienza justo después del anuncio de la traición de Judas y concluye poco antes del arresto de Jesús. El discurso como un todo sirve para que los seguidores y las seguidoras de Jesús encuentren aliento y esperanza. Nuestro texto específico aparece como respuesta a una pregunta que plantea Judas (no el Iscariote) acerca de porqué Jesús no se manifiesta al “mundo” (v. 22). En última instancia, la réplica de Jesús es que Dios se manifiesta en amor a quienes reciben su palabra y se lanzan con la ayuda del Espíritu Santo por el camino que Jesús ha demostrado concretamente. Sus palabras reflejan el corazón mismo de la vida trinitaria del Dios confesado por la fe cristiana.

En el v. 23 Jesús enlaza su palabra con la de Dios Padre. Escucharlo a Jesús y responder a sus palabras nos permite vivir en armonía con Dios, pues Dios hace su “morada” en las personas que aman a Jesús y guardan sus palabras. Esas palabras están tan vinculadas a Dios que Jesús puede afirmar que sus palabras no le pertenecen de manera exclusiva, sino que provienen de Dios (v. 24). El prólogo del evangelio nos anuncia que la Palabra de vida arma su “tienda de campaña” en medio nuestro (es lo que literalmente dice Juan 1:14 y que la versión RV95 traduce como “habitó entre nosotros”), comprometiéndose íntegramente con nuestra realidad hasta las últimas consecuencias. Ahora Jesús promete una “morada” permanente de Dios con nosotros y con nosotras, sellada –en la ausencia física de Jesús– por la presencia del Espíritu Santo (vv. 25-26).

El Espíritu ha de vivificar el sentido de las palabras de Jesús, recordándonoslas y también enseñándonos todo lo que sea necesario para que sigamos las pisadas de Jesús. La obra del Espíritu está tan compaginada con la de Jesús que se puede decir que el Espíritu actúa en su nombre, y que es enviado por el Padre de la misma manera en la que fue enviado Jesús (v. 26). El envío, las palabras, las enseñanzas y la presencia de Dios entre nosotros y nosotras se entretejen de manera inseparable entre Padre, Hijo y Espíritu.

En el “envío” del Hijo y del Espíritu por el Padre encontramos la raíz de la misión de la iglesia cristiana. Quienes siguen a Jesús por la fuerza del Espíritu, escuchan las palabras de Jesús y recuerdan sus enseñanzas, experimentan el amor y la presencia de Dios, y descubren que están en el camino del envío o de la misión de Dios en el mundo. No se trata de convertir a la fuerza a nadie, aunque la historia del cristianismo ha dejado muchos testimonios de ese tipo de falsa “misión”. Lo que se requiere es simplemente aprender a amar a Dios y al prójimo a la manera de Jesús (v. 23), prosiguiendo en sus caminos de paz y justicia por la fuerza del Espíritu (v. 26).

Por cierto, este camino de Jesús poco tiene que ver con los razonamientos que priman en el mundo. Promete una paz con justicia muy diferente a la del sistema preponderante (v. 27). La lógica imperante en el mundo es la de la ley del más fuerte y la del miedo. Jesús, en cambio, propone un camino sorprendente, marcado por su inquietante “ida” al Padre y la simultánea “venida” de su Espíritu (v. 28): esas idas y venidas, sin embargo, no le quitan validez a la promesa de que Dios hará su morada en quienes guarden las palabras de Jesús. Jesús, entonces, nos presenta aquí con la paradoja de que se está por ir y a la vez de que se compromete a vivir en y con nosotros y nosotras. Se trata de una lógica extraña vista desde afuera, y sin embargo perfectamente reconocible para quienes conocen a Jesús y confían en él (v. 29): Dios está con nosotros y nosotras, pero también está “más allá” de nuestra realidad. Dios se compromete nada menos que a vivir en y con nosotros y nosotras, no por un tiempito, sino eternamente, y sin embargo, Dios no puede ser contenido solamente por nuestra realidad. Jesús ha “ascendido” o ha “subido al Padre” y sin embargo al mismo tiempo por el Espíritu está más cerca nuestro que nosotros de nosotros mismos.

Una pregunta que suele surgir en la interpretación de este pasaje es: ¿qué significa aquello de que el Padre sea “mayor” que el Hijo (v. 28)? Agustín, en su tratado De Trinitate II.1, decía que desde la perspectiva de su verdadera humanidad bien puede decirse que el Hijo es “menor” que el Padre y que el Espíritu Santo, mientras que desde la perspectiva de su verdadera divinidad, debemos hablar de la “igualdad” del Hijo al Padre y al Espíritu Santo. Agrega que podríamos decir inclusive que el Hijo (en cuanto humano) es “menor” a sí mismo (en cuanto divino). Su comentario refleja el hecho de que es imposible hablar de los misterios de Dios sin entrar en alguna medida en la paradoja. Jesús dice que él y el Padre son “una sola cosa” pero también que el Padre es “mayor” que él. También dice que se “va” y que se “queda” o que nos deja con su “paz” y también con la “espada”. Dios Padre está cerca y está lejos; Dios Espíritu es inmanente y transcendente; Dios en Cristo es verdaderamente Dios pero también verdaderamente ser humano; el Dios trino es Tres y es Uno. La realidad de Dios no puede expresarse en fórmulas matemáticas ni reducirse a definiciones precisas. Hablar de Dios “Padre, Hijo y Espíritu Santo” tal como nos enseña este pasaje no significa que podamos abarcar a Dios con la razón. Sin embargo conocemos íntimamente a Dios ya que –aunque no siempre amemos muy bien ni superemos nuestros temores– mora entre nosotros y nosotras, tal como Jesús nos lo ha prometido.